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La sexta llegada masiva para un sexto esprínter, Caleb Ewan

La víspera de los Pirineos el pelotón llega a una Toulouse canicular con el corazón en un puño por carreteras estrechas que provocan varias caídas y un susto de Nairo

Carlos Arribas
Ewan, a la izquierda, gana a Groenewegen por un tubular.
Ewan, a la izquierda, gana a Groenewegen por un tubular.Christophe Ena (AP)

Los ciclistas son lo que somos, pura contradicción, chicos de pueblo a quienes gustaría pasar la tarde con la bici apoyada en un banco en el que se sientan a tomar un helado Tonny y a ver el sol caer pero a quienes su propio amor por la libertad que da la bici obliga a ser nómadas. Hijos del mestizaje que enriquece al mundo y le hace más sabio, como Caleb Ewan, medio australiano, medio coreano, medio belga, y no levanta un palmo del suelo, pero saca ventaja de eso, porque el viento ni le ve pasar, y esprinta como un disparo, sale a 70 por hora de la rueda del coloso Groenewegen, y les gana a todos en Toulouse, la roja. Después emprende otro sprint: agarra una botella de agua de medio litro y se la bebe a presión, estrujando el plático para que el chorro le llegue rápido y fuerte hasta el gaznate.

Su victoria por un tubular bendice la pluralidad del Tour: seis sprints y seis vencedores distintos (Teunissen, Viviani, Sagan, Groenewegen, Van Aert y Ewan) de cinco países diferentes (Holanda, Italia, Eslovaquia, Bélgica y Australia).

Todos llegan del pueblo, y muchos han nacido para campesinos, con los genes de la tierra, como Nairo o Lampaert, que planta hortalizas en Bélgica. Y todos se juntan en el Tour, donde cuentan sus historias, y todas sus historias mezcladas crean una nube de melancolía y nostalgia y de rabia, de la que sale triste ayer uno como Damiano Caruso, siciliano de Punta Secca e hijo de policía, que les dice que nunca hay que salir de la tierra de uno para lograr que esa tierra siga viviendo, y deja escapar una lágrima porque se ha muerto Camilleri, su escritor y el de la Sicilia que ama, y el de los sbirri (policías), y el de los desterrados, los desposeídos y desesperados, como esa familia sin hogar a la que ve acampada y achicharrada en una tienda de campaña en una acera de asfalto asador en la Toulouse en la que entran sin aliento y con el corazón brincando mientras despega lento un Airbus llamado Belluga y una fábrica construye cohetes aeroespaciales que apuntan a la luna y olvidan la tierra.

Los ciclistas han llegado a todo gas por carreteras estrechas y traicioneras que reflejan el gusto del Tour por las sorpresas y en las que han pedaleado encajonados. Unos cuantos se han caído tras enganchones inevitables. Tan feliz de amarillo hace nada, Ciccone, bautizado Pájaro Loco por su cresta, su napia y su tenacidad por Gianni Mura, se ha dado fuerte en la muñeca y la rodilla; Terpstra se ha roto la clavícula, y, mientras pedalea junto al autobús para desengrasar, a Nairo le chorrea tanta sangre de un raspón en el brazo derecho que el periodista colombiano que narra en directo se ve legitimado para dramatizar la escena y con chillidos despierta a su audiencia. Pero su Nairo tranquiliza a todos. "No es nada, no es nada", dice sonriente. "Un raspón nada más. Vi la caída delante y me dio tiempo a frenar un poco. Cambié de bici y el equipo, a medias con el Trek de Porte, que también se cortó, me llevó rápido al pelotón".

‘Camilleri sono’

El grupo estaba aún en fase colaborativa y no acelera para eliminar al colombiano y al australiano. Los ciclistas ya no hablan, prefieren darse a la ensoñación, y Caruso, que nunca se irá del mar de Ragusa, piensa en dos niños de Vittoria, el pueblo de al lado, a los que mató un automovilista cuando paseaban en bicicleta, y llora un poco, e imagina a su escritor llegando al cielo. “Camilleri sono, le dice Andrea a San Pedro, y estoy aquí personalmente en persona, y me acompañan mi Catarella y mi Montalbano”.

Y luego se lo cuenta al periodista: “Bueno, tenía 93 años, ya era viejo, pero me da mucha pena. Ha inventado un personaje y una lengua, y dado vida y esperanza a la gente sencilla, y ha sacado a la vista su rabia y su desesperanza, y toda su historia. Y, de chaval, durante la Segunda Guerra Mundial, un día cogió una bicicleta y esprintó para que no le alcanzara el ejército americano de Patton, que había invadido Sicilia”.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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