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La sinfonía del Movistar y Carapaz en el Mortirolo helador

El ecuatoriano aprovecha un ataque de Nibali, que hunde a Roglic, para aumentar su ventaja en la general sobre el esloveno a 2m 9s

Carlos Arribas
Landa, Carapaz y Superman, tras Pedrero en el Mortirolo.
Landa, Carapaz y Superman, tras Pedrero en el Mortirolo.LUCA BETTINI (AFP)

Cuando se acercan por valle, las montañas que les esperan al fondo, el Adamello sobre todas, les esperan ocultas a medias por nubes bajas. Les amenazan. Son la boca enorme de un ogro bien abierta para engullirlos, deglutirlos, metabolizarlos, y, ya piltrafas, dejarlos tirados por las carreteras, preguntándose, ¿qué hago yo aquí? Carapaz no se lo pregunta, Carapaz, amigo del agua y de las montañas, proclama: voy a ganar el Giro. Nibali, su agresividad reconducida, ha realizado eficientemente el trabajo de buldócer que le reclamaba el ecuatoriano; Roglic ha perdido más de un minuto más. El Giro abierto se acabó.

Fue el día más duro del Giro: Más de cinco horas sobre la bici a 34,6 kilómetros por hora de media.

Carapaz hace honor al escenario que no le asusta y sube al podio con bufanda. Recibe de nuevo la maglia rosa, una prenda cada vez más segura en su cuerpecito que se agiganta en las montañas, y sonríe. Después se estremece, tirita. Al segundo, Nibali, le tiene a 1m 47s; al tercero, Roglic, a 2m 9s. Ha descendido el Mortirolo en manga corta. 12 grados en la cima. Un descenso de presión y una inversión térmica hacen que en el valle empinado y hostil solo haya 6 grados. Los corredores han llegado helados tras descender sin apenas dar pedales, sin sudar. Lluvia fría fuerte sobre el asfalto, y sobre su figura, encorvada en la bici. Pello Bilbao, que guiaba a Superman en su remontada, se detiene en la cuneta. No puede dar una pedalada más. El frío le derrota.

La lluvia es su aliada, a Carapaz no le castiga. Hace verde sus montañas de Ecuador, donde la recibe feliz. Le baña saltarina en los Alpes como saltarín desciende hasta la meta el torrente Frigidolfo helador desde el Gavia que ellos, los ciclistas que desafían su destino, no han ascendido.

Ninguno echa de menos al gigante que aún hiberna congelado.

Menos que ninguno el ganador de la etapa, el diminuto escalador de los Abruzos Giulio Ciccone, castañuelas como dientes, manga corta en el último valle porque el chubasquero azul oscuro que le ofrecen en la cima del Mortirolo, que pasa en primer lugar orgulloso su maglia azul oscuro de rey de la montaña, tiene las mangas muy estrechas, lo desecha, tiene los guantes empapados y no sabe manejarse, y un periódico empapado calienta apenas su pálido pecho.

Carapaz, de 26 años hoy, dice que es calmo siempre porque sabe que la calma es la madre de su éxito, que llegará por sí solo. Armado de esa calma en el pelotón no es un patrón sino un maestro, un director de orquesta que da entrada a cada instrumento en el momento señalado, y todo suena a su gusto. Suena su equipo. Suenan hacia el monte el alemán Sütterlin, que desearía pesar dos kilos menos, y el mallorquín Mas, que planta avena en su isla y hace con su harina un pan magnífico que aguanta semanas; suena Rojas, capitán de ruta, compañero de habitación de Landa, capaz de aconsejar prudencia y orden con el corazón a 180 pulsaciones por minuto; en la montaña suenan Carretero, de Madrigueras, en Albacete, donde hacen los cuchillos Arcos y donde la santa cuesta más cercana la tiene a 60 kilómetros, sin contar la que le lleva al río, y suena, casi solista Pedrero, el compañero de habitación de Carapaz, y también pupilo de Iosune Murillo, que está descubriendo que vale más de lo que pensaba al lado del ecuatoriano prodigioso, y en el descenso suena Amador, que les espera a todos para reunirlos.

Suena Landa, solista, solista, primer violín, encantado de ayudar al conductor a guiar.

Todo en el tempo deseado en un terreno en el que nunca se ha desempeñado y en el que la historia le habla de Pantani, de Indurain, de Gotti, de Olano sufriente, de Basso, del Búfalo, monstruoso, de Contador y de Landa. Territorio casi religioso.

Suenan sus rivales embebidos en la punta de la batuta de Carapaz. La sinfonía del Mortirolo, 12,3 kilómetros desde el empedrado de la plaza de Mazzo in Valtellina, le dura 45m 39s. En el minuto 12, llegados a la sexta herradura de las 31 del puerto, Pozzovivo acelera la marcha preparando el ataque de su Nibali; Roglic, a cola, sufre. En el 15, ataca Nibali, la maniobra esperada. Sin precipitarse, por el pinganillo, Carapaz y Landa, al unísono, se reclaman calma mutuamente y le piden a Pedrero que marque el ritmo, que mantenga a tiro al siciliano. En el minuto 35, desperdigados ya por los atrases Roglic, Yates, Mollema, Landa y Carapaz alcanzan a Nibali. Juntos todos conforman un coro. Entre ellos, entre el buldócer y el ecuatoriano, se jugarán el Giro, al que le quedan cinco etapas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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