Bueno o buenísimo
Saúl y Asensio tienen juventud, calidad, y también espíritu aventurero para adentrarse en el área sin pensar qué van a romper
Primero pensamos que Saúl y Asensio podían ser buenos, luego que eran más o menos buenos, después que eran buenos simplemente, y ahora que son buenísimos. Digamos que la carrera de algunos futbolistas está plagada de sutilezas hacia arriba: casi bueno, bueno, bastante bueno, muy bueno, buenísimo, etcétera. Una sola palabra da para mucho. Para muchísimo. A veces ser bueno no basta. Por no decir que a veces un jugador no es bueno, solo lo parece. O quizá existan ya demasiados jugadores buenos. Se necesita algo más. ¿Jugadores diferentes, a lo mejor?
Cualquier equipo suspira por un futbolista que nazca dentro del club, y que a medida que madura, se vuelva difícil precisar lo bueno que es porque progresa continuamente, no se deja clasificar o describir, y cada día resulta superior en algo al anterior. ¿Jugadores buenos? Cualquier entrenador desea contar con ellos. Hay que buscarlos, encontrarlos, negociar su precio, pagarlos, y esperar que valgan lo que cuestan, y que con lo que se ha desembolsado, el rival no se refuerce con un jugador todavía mejor. Por eso el sueño de un club es subir a un jugador del filial lo antes posible, en el que solo se ha gastado lo que cuesta su formación, y constatar que no es que sea bueno, sino que tiene progresión, y puede estar mejorando indefinidamente, pasando de manera muy rápida de un estadio a otro: bueno, muy bueno, buenísimo, etcétera.
Observar a un futbolista, y encontrar que tiene cualidades que lo hacen bueno, no es nada comparado con detectar que en el futuro va a ser buenísimo. El margen de mejora lo es todo. La historia del fútbol está salpicada de nombres que llegaron a buenos, o a bastante buenos, y ahí se quedaron. En ocasiones, incluso se despeñaron. ¿Qué falló? No progresaban todo el tiempo. Un día encontraron su pared. Chocaron con ella. Fin.
Llegar a ser lo que quieres ser no está al alcance de tantos. Saúl y Asensio actúan como si formasen parte de ese grupo. Tienen juventud, calidad, y también espíritu aventurero para adentrarse en el área sin pensar qué van a romper. Tal coraje es digno de elogio en cualquier orden de la vida. Hace unos años Gay Talese contó la historia de un estudiante de Derecho que un día caminaba resuelto por una calle de Manhattan, cuando le salió al paso un muchacho que le dijo “Oiga, ¿me permite un momento?”. El estudiante pensó que iba a robarle y lo agarró por la garganta y lo lanzó por aire. Y siguió su camino, como si la calle fuese el área, con determinación. De repente, quedó cegado por la luz de unas lámparas de carbón, pisó un cable eléctrico y vio frente a él a varias personas con sus cámaras cinematográficas. “¡Corten!”, gritó una de ellas, indignada. Era Woody Allen. El aspirante a abogado, quizá pensando en llegar pronto a la biblioteca para estudiar y convertirse un día en un letrado no bueno, sino buenísimo, se había metido con intrepidez en pleno rodaje de Historias de Nueva York.
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