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El imparable Simon Yates gana otra etapa del Giro en rosa

Solo Dumoulin resiste el ataque victorioso del líder de la carrera en el muro de Osimo, donde Froome cede 50s más

Carlos Arribas
Yates comienza a levantar los brazos al cruzar la meta de Osimo, mientras a su espalda se acerca Dumoulin.
Yates comienza a levantar los brazos al cruzar la meta de Osimo, mientras a su espalda se acerca Dumoulin.DANIEL DAL ZENNARO (EFE)

La próxima boda de un príncipe inglés ofrece motivos de esperanza a los pelirrojos, se lee en los prospectos, y Alessandro de Marchi, pelirrojo del Friuli, se ha tomado en serio la interpretación de que también ellos, pese a todo, pueden soñar con una historia feliz en sus vidas. En ella ha creído hasta que faltan cinco kilómetros para la meta, donde descubre que el mensaje que le había llegado era incompleto, que no hablaba de todos los pelirrojos, de todos con la piel blanca y a veces pecas y tez tan sensible al sol, o incluso de los rubios claros y oscuros, sino que había que ser también inglés y llamarse si no Harry sí al menos Simon, y apellidarse Yates, y estar en una forma imparable. Y desear demostrarlo todos los días por cada cuesta que se le cruce mientras atraviesa Italia y sus Apeninos en bicicleta. Donde De Marchi, previsiblemente, claro, sufrió, Yates, de rosa hermoso, impaciente, triunfó.

Yates, un Valverde en joven, o así, ganó a lo Valverde, con pedalada ligera, estilística, y muy veloz, como solo la pista puede regalar, en el empedrado y vertical muro de Osimo, donde las Marcas verdes verdes se asoman desde su balcón al Adriático, azzurro y blu. Y después de ganar la etapa, acelerando hasta el último metro, sin tiempo para levantar los brazos más que una vez cruzada la línea, su segunda victoria en su Giro (y serían ya tres, y sin posible respuesta las tres, tan superior siempre, si no hubiera regalado el Etna a su Chaves descuajeringado ahora), Yates miró atrás, vio a Dumoulin, pesado y calmo, como el Indurain que es de esta década el ganador del Giro pasado y favorito de este, y lo vio cerquísima, inesperadamente cerca, desesperadamente cerca. A solo 2s (6s con la bonificación). E, inevitablemente, tuvo que preguntarse si había merecido la pena tanto esfuerzo, un sprint sostenido de más de dos kilómetros, admirable, para tan poco beneficio. “Estoy contento, claro, por sacarle más tiempo a Dumoulin”, dijo el inglés de Bury (junto a Manchester), de 25 años, que calcula que perderá casi dos minutos ante el gigante holandés en la contrarreloj del próximo martes y busca ampliar como sea su ventaja en la general, que después de tantas acciones de brillo y superioridad y derroche es ahora de solo 47s. “Y vi a Dumoulin que salió a por mí y casi me alcanza, y le vi mejor en estas llegadas que otras veces. Está yendo a más según pasan los días”.

El sábado llega el Zoncolan. Y el Giro, visto que Froome volvió a perder tiempo (50s en los dos kilómetros de subida, y ya está a 3m 20s del inglés, 12º en la general), parece, por fin, en su undécima etapa, haber hallado su pareja ideal de contendientes. Será el duelo Yates-Dumoulin.

No será el Giro de De Marchi, pelirrojo derrotado, generoso y peleador, ni el de Luis León Sánchez, moreno, el mulo de Mula, la pareja fuerte de una fuga de cinco que si no llegó hasta el final sí pasó destacada por Filottrano, el pueblo de Michele Scarponi, muerto hace 13 meses tras chocar contra una camioneta mientras se entrenaba al amanecer. Por allí, por su muro, pasó el primero el tremendo murciano, quien empezó a correr con Scarponi hace 13 años en el Liberty, y paralelamente al italiano vivió su vida completa de ciclista, sus peripecias, hundimientos, sus resurgimientos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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