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Di Francesco, una apuesta de Monchi contra la historia

El entrenador de la Roma, elegido por el español, fue el impulsor de la victoria que enloqueció a la ciudad con un cambio de sistema y mentalidad

Daniel Verdú
Eusebio di Francesco, durante el partido de la Roma contra el Barça.
Eusebio di Francesco, durante el partido de la Roma contra el Barça.ALBERTO LINGRIA (REUTERS)

En la hemeroteca giallorossa no figuraban ese tipo de gestas. Había que retroceder 34 años para acordarse de unas semis de Champions, las que precedieron en 1984 a la final perdida contra el Liverpool. La historia no permitía soñar el martes. De modo que la ciudad, acostumbrada al lamento romano de que nunca nada funciona cuando lo necesitas, vivió con parsimonia las horas previas de un partido contra el Barça que se daba por amortizado. Los aficionados desfilaron por la orilla del Tíber hacia el Olímpico con la principal inquietud de mantener vacía la enfermería para el derbi contra la Lazio del domingo. Las sensaciones en el vestuario, transcurrían, por otro lado.

Eusebio Di Francesco, gran apuesta de Monchi en el banquillo a falta de fichajes de campo con su sello el próximo verano, tenía un plan. Ambicioso, romanista hasta la médula —integrante del último scudetto ganado en 2001— y con la dosis suficiente de locura para un partido de este tipo, creyó en la remontada (palabra adoptada en Italia tras los cruces entre Inter y Barça de 2010 y hoy transformada en “Romantada”). “Creíamos en ello. Pero ahora no podemos contentarnos, siempre se puede celebrar algo más importante. La mentalidad ha sido la gran diferencia”, concluyó al final. Una idea, la de no conformarse, que suena a nuevo en Trigoria.

El dueño de la Roma terminó dentro de una fuente

El dueño de la Roma, el magnate estadounidense James Pallotta, poco amado por su afición y silbado al principio del partido por la Curva Sur, terminó bañándose vestido en la fuente de la piazza del Popolo y prometiendo que la Roma tendrá por fin su nuevo estadio y un patrocinador estampado en el pecho. Tras la gesta del martes, su equipo vuela en la Champions y en Bolsa, donde ha subido un 20% después de la victoria.

En su ofensiva por ganarse a la afición y a los romanos, ayer fue a ver a la alcaldesa de la ciudad, Virginia Raggi, y donó 230.000 en compensación por su baño —las multas suelen ser algo más bajas— para restaurar la fuente de la plaza del Panteón.

Casi todos los clubes tienen una noche mágica para invocar ante este tipo de emergencias. Para la fe de Di Francesco, sin embargo, no había pruebas. De modo que el sábado, tras la derrota contra la Fiorentina, pasó la noche dándole vueltas al sistema y decidió —qué paradoja— modificarlo para jugar con una defensa de tres: como en las grandes noches del Barça. “Soy un loco. Me gusta tomar riesgos. Con el cambio de sistema me hubieran llovido los palos si hubiera ido mal. Pero ha sido una gran satisfacción”. No se sentó ni un segundo en el banco durante el partido y convenció a Dzeko de que podía con Umtiti, Piqué y diez más como ellos. Pero también a De Rossi y a Manolas (terminó llorando), que cavaron la tumba de la Roma en la ida marcándose en propia puerta, de que ayer también podían hacerlo en la portería contraria.

Monchi, que protegió a Di Francesco en los peores momentos de esta temporada, reconoció el mérito de su apuesta. “Ha sido su victoria. No ha sido fácil para él cambiar el sistema, pero estaba convencido. Y eso quiere decir que es un entrenador fuerte”. Pero era tan difícil, que muchos aficionados ni siquiera lo creían con el 3-0. Algunos tenían en la cabeza el intento de remontada contra el Slavia de Praga en unos cuartos de la UEFA en 1996, noche en la que todo el esfuerzo se fue por el desagüe en el último minuto. Por eso ayer, cuando en el minuto 92 Dembelé vio a Alisson adelantado y disparó desde fuera del área, medio estadio´ pensó que había terminado.

Tras el minuto 94, Roma se liberó del peso de su historia. Hubo fiesta en el campo y fuegos artificiales en la ciudad. La afición, ahora enloquecida, deshizo su peregrinaje Tíber abajo para gritar el triunfo desde el Trastevere a Testaccio. En los luminosos de los autobuses, donde normalmente aparece el número de línea y el destino, podía leerse en romanesco: “¡Daje Roma!”.

El miércoles por la mañana, en todos los semáforos desde algún coche sonaba a todo trapo el himno Antonello Venditti. Excepto de la Lazio, hubo felicitaciones del Milan, Inter, Fiorentina o Juve. La victoria de la Roma ante uno de los dos equipos que ha mandado en la última década en Europa devolvía una gran dosis de orgullo al perjudicado calcio italiano. La Juve tiene ahora el testigo de la gesta romana. Pero como decía un conocido locutor radiofónico, después de la noche mágica del martes, será como volver a presentarse en Troya con un caballo de madera y esperar que nadie sospeche nada.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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