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El misterio Valverde alcanza las 111 victorias

Siete meses después de romperse la rodilla, el murciano gana la Vuelta a Valencia a los 37 años y muestra que cada año se encuentra mejor

Carlos Arribas
Valverde se impone el sábado en Cocentaina, etapa reina de la Vuelta a la Comunidad Valenciana.
Valverde se impone el sábado en Cocentaina, etapa reina de la Vuelta a la Comunidad Valenciana.MANUEL BRUQUE (EFE)

Si cuando le llegue el momento, Alejandro Valverde dona su cuerpo a la ciencia, seguramente habrá pelea de científicos en todo el mundo para hacerse con él y, destripándole, desentrañar el misterio, intentar conocer uno de los secretos más extraños de la fisiología y la psicología deportivas. Para responder a la pregunta que ya, cuando el murciano se acerca a cumplir los 38 años, todos se hacen: ¿cómo es posible que el organismo de un ciclista rinda más según pasan los años y, así debería ser, sus células envejecen y pierden vigor?

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La general de la Vuelta a la Comunidad Valenciana, sellada el domingo, acompañada de dos triunfos de etapa estrepitosos (los héroes del ciclismo nunca son discretos, siempre hacen ruido, hasta en sus menores gestas) el jueves y el sábado, eleva a 111 el número de victorias que ha conseguido Valverde desde que se hizo profesional, en 2002. Hay millones de personas que toda su vida racional han estado oyendo en la radio hablar de Valverde, el ciclista, o viéndole pedalear victorioso por la tele. Hace apenas siete meses, el primer día de julio de 2017, le vieron y le oyeron gritar de dolor con la rodilla destrozada después de caerse bajo el aguacero, deslizarse sin poder evitarlo y chocar con violencia contra una valla que delimitaba el recorrido de la contrarreloj de Düsseldorf con que comenzaba el Tour.

Muchos miraron su edad, miraron su rodilla y concluyeron que ahí se había acabado Valverde. Bastante ha durado, se consolaron. Se equivocaron, claro. Maravillada, su gente en el equipo Movistar, no sabe cómo contarlo sin recurrir a frases hechas. Les desborda el fenómeno y les sorprende como siempre ha hecho. “Es que está aún mejor que el año pasado a comienzos de temporada, y ya aquella la consideramos la mejor temporada de su vida hasta que se cayó [ganó en el 17 la Vuelta a Andalucía, la Volta a Catalunya, la Vuelta a Murcia, la Vuelta al País Vasco, su quinta Flecha Valona y su cuarta Lieja-Bastoña-Lieja]. Es como los grandes vinos, mejora con los años”, dice su director, Eusebio Unzue, que busca palabras y las encuentra, y le fastidia, porque todas ellas han perdido valor por la repetición abusiva: “Es único e irrepetible”.

Tampoco el médico del equipo, Jesús Hoyos, quizás la persona mejor conoce el organismo de Valverde, da con una explicación, con la clave. “Está mejor que nunca”, repite. “De la operación de rodilla apenas le queda rastro. La diferencia del diámetro del cuádriceps entre las dos piernas, que llegó a ser de 4,5 centímetros cuando retornó a los entrenamientos, ya es casi inapreciable, de poco más de un centímetro solo”.

De Valverde es difícil saber mucho, concluyen todos. Aunque esté ya bien avanzado el siglo XXI y los avances en la tecnología de los entrenamientos permiten programar a los ciclistas como máquinas, Valverde es un ciclista antiguo, de aquellos que decían que se entrenaban por sensaciones. Nunca lleva pulsómetro, porque le molesta la correa en el pecho, y aunque la bici lleva incorporado un potenciómetro, ni se fija en los vatios que genera ni en entrenamiento ni en carrera. “Simplemente descargamos los datos en nuestro ordenador y observamos cómo va, sin más. Él no lo mira”, dice Hoyos. “Básicamente se puede decir que se entrena según le pide el cuerpo”. O, según le pican sus compañeros de grupeta, que se desesperan provocándole en el los entrenamientos por la región de Murcia. Valverde, el Imbatido, no se deja ganar ni un sprint en un repecho. Por nadie. “Cada año me encuentro mejor”, dice.

Valverde, en persona, tampoco sabe cómo explicarlo sin salir de lo de siempre, que para él el ciclismo no es un oficio, sino una pasión, y que no sabría vivir si se saliera de la rutina del ciclista, de los entrenamientos, la siesta, el cuidado con las comidas. “Viviría peor si no lo hiciera. A mí, eso no me cuesta ningún esfuerzo ni me cansa, antes al contrario. Es un sacrificio, sí, pero si te gusta…”, suele decir el corredor, que no cogió ni un gramo de peso mientras estuvo paralizado y en rehabilitación. “Y, además, corro sin miedo, sin presión, disfrutando... Como estoy bien de forma físicamente y no tengo miedo a fallar, hago movimientos arriesgados que antes no me atrevía y me la juego muchas veces y me sale. Y antes, siempre pensaba a ver si me voy a quedar, a ver si tal... Me atenazaba”.

O es eso o tendrá que ser verdadera la hipótesis que avanza el propio ciclista: “Me debieron de poner un par de caballos de más potencia en los tornillos cuando me operaron la rodilla”…

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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