Östersund y Athletic de Bilbao firman un empate agrio en Suecia
Los rojiblancos rescatan un punto en un pésimo partido ante el modesto equipo escandinavo
La nomenclatura del fútbol no tiene en su abecedario al Östersund. En general no tiene a ningún equipo sueco, ni a su selección, siempre resumida en el supuesto influjo británico, a pesar de disponer de un historial en cierto modo envidiable. El Östersund vive como su pequeña ciudad en la oscuridad de la noche, negra como un diablo, pero ahí, todo vestido de blanco (aunque es rojinegro) luce como el neón en un callejón. El Athletic, todo vestido de negro (aunque es rojiblanco, cosas de la UEFA) se embrujó con la noche, se enredó con ella y no vio el partido por ninguna parte. El repaso que le dio el Östersund fue de los que dejan huella: repaso de actitud, de intensidad, pero sobre todo de táctica, de estrategia, de esquema, de calidad individual y colectiva, de toque, de profundidad, de combinación de... El Östersund era el Athletic que fue y el Athletic el que parece ser, nada que ver con lo que fue.
Y a punto estuvo el fútbol de ser tan injusto como para juzgar un gran libro por dos erratas. Dormidito como un bebé, al Athletic le despertó un sonajero: Keita, el portero sueco, controló mal una cesión de Mukiibi, se resbaló, su mal despeje dio en Córdoba que presionaba y el balón acabó en los pies de Aduriz con la portería vacía. Así da gusto despertar de una siesta aunque sea de noche. Nada había hecho hasta entonces el Athletic que bostezar, dejando el centro de la cuna, es decir, del campo, para que los rivales pasaran si atropellarse, ordenaditos y a velocidad de vértigo. Y cuando no había sitio por el centro, los carriles eran autopistas sin peaje alguno. Habrá quien piense que el blanco se ve más y por so parece que hay más jugadores de que de negro. Eran los mismos, pero combinando a velocidad de vértigo, al primer toque comandados por Sema un exterior con una fortaleza solo equiparable a su inteligencia, y por Edwards, un británico que se hartó de fallar goles (hasta que marcó) pero que envió al psiquiátrico a la defensa y los medios centros (¿?) del Athletic. Salvo un cabezazo extrañamente fallido de Aduriz (esta vez el sonajero no funcionó), el equipo bilbaíno se fundió con la noche como un arroz negro. Y el Östersund venga a jugar, a combinar, triangular (sí, a triangular), cogiendo siempre por sorpresa a la defensa (¿puede haber tanta sorpresa repetida en el fútbol?). Y el fútbol que se pone juguetón y concede el gol al equipo sueco en un fallo de Herrerín, que estaba siendo (y acabó siendo) el mejor. Solidaridad en la portería puede llamarse la figura.
Pero el Athletic no cambió: acongojado, sin creatividad, lento, aturullado, confiado a algunas buenas intenciones de Susaeta, y el equipo sueco (líder del grupo, hace cinco años en cuarta división) venga a combinar, a tirar diagonales como un colegial de antaño con un tiralíneas: al Athletic cuando lo intentaba le caían manchurrones, al Östersund le salia figuras perfectas. Edwards, que había ensuciado sus buenas maneras con finales de jugada groseros, acabó enchufando el gol que todo el mundo veía venir Llegaba el equipo sueco como llega la noche en el norte, sin avisar. Pero avisando, marcó el gol.
Estaba muerto en Europa el Athletic entonces. Y en la noche negra surgió la figura de Williams (que había sudo suplente, sí, suplente) para conseguir el empate en el minuto 89. Fue como un masaje cardíaco para el Athletic y un veneno letal para el conjunto sueco. El fútbol es así de injusto, de juguetón, pro desde ahora la nomenclatura del fútbol, al menos en Bilbao, ya incluye al Östersund, un buen equipo y ante el Athletic, un gran equipo.
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