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Nibali gana la etapa reina; Dumoulin cede dos minutos

Una diarrea súbita lastra y frena al líder, que se defiende en la última subida al Stelvio y tiene a Nairo a 31s en la general

Carlos Arribas
Nibali, a la derecha, supera a Landa en Bormio.
Nibali, a la derecha, supera a Landa en Bormio.LUK BENIES (AFP)

La soledad os hará grandes, le escriben los poetas a los ciclistas, que les miran tristes.

Están agotados, han hablado de tú a las grandes montañas, se han desnudado ante ellas, la grandeza es lo último en lo que piensan. La soledad en el Stelvio, la segunda subida al padre de todos los puertos, engrandeció a Landa en la mirada de todos, pero él habría preferido ganar; la soledad de rosa pálido de Tom Dumoulin, su defensa silenciosa persiguiendo a los mejores cuesta arriba y cuesta abajo, agranda su estampa, quedará impresa en la leyenda que se escriba de su vida, pero él, seguramente, habría preferido que los demás le hubieran esperado cuando un apretón súbito, un ataque intestinal, le obligó a pararse en la cuneta.

Ganó la etapa Nibali, quien bajando más rápido había alcanzado a Landa, en fuga todo el día, más de seis horas arriba y abajo, de la llanura hasta el cielo, Mortirolo y Stelvio, y Stelvio, ahora desde Suiza, de nuevo, y abajo otra vez. Y nunca, increíblemente, con más de dos minutos de ventaja. Así de atada y rápida fue la etapa. El Tiburón fue más hábil que el vasco en las curvas esquivas de Bormio, donde levantó los brazos y las esperanzas de todos los italianos. Y Nibali, siciliano de Messina, recordó que hacía justo 25 años la Mafia había acabado en Palermo con el juez Falcone y con las esperanzas de una isla. Ganó tiempo Nairo, más de dos minutos a Dumoulin, quien en el descenso perdió el contacto con Nibali lanzado y 12s (+6 de bonificación). A falta de cuatro etapas de alta montaña y una contrarreloj de 30 kilómetros, el Giro se lo jugarán entre un Dumoulin, acostumbrado a los heroísmos defensivos, un Nairo fresco y escalador y un Nibali habituado a dar la vuelta a las carreras en los últimos días. 72s les separan en la general: Nairo está a 31s del líder; Nibali, a 41s del colombiano. Los demás ya cuentan menos.

Fue una gran etapa. Grandes maniobras de equipos. Movimientos tácticos y estratégicos. Gregarios, los del Movistar, por ejemplo, Amador, Anacona, Izagirre, como jenízaros, que se niegan a no morir en el combate.Sudor y dolor. Heroísmo. Un sol tremendo. El escenario de una tragedia. Un escritor a quien solo se le ocurre una anécdota estúpida para desencadenar el drama. Gastone Nencini ganó un Giro hace 60 años porque Charly Gaul se paró a orinar; Dumoulin puede perder un Giro porque un espasmo de diarrea le obligó a pararse en la cuneta, quitarse la maglia rosa unos segundos, lucir su pecho tan blanco, bajarse el culotte y aliviarse allí mismo. Solo. Los importantes del Giro, Nairo, Nibali, Zakarin, Pinot, y Jungels, se miraron un rato indecisos. Ni se pararon ni aceleraron. Dudaron. Nadie quería ser el primero en atacar en un Giro, en una época del ciclismo, en el que el fair play es rey, tal como lo demostró el propio Dumoulin haciendo a todos esperar al caído Nairo el domingo.

Resolvió el debate Zakarin, un tátaro del Volga que debe de conocer la historia de Greg LeMond tal como la cuenta Perico Delgado. Ocurrió en el Tour de 1986. Llegando a Futuroscope, el segoviano se dio cuenta de que detrás de la rueda del norteamericano, futuro vencedor, no se quería poner nadie. Se acercó intrigado y el olor que despedía LeMond, y los chorretones en sus piernas, le hicieron comprender rápido. Al ruso larguirucho seguramente le habrán enseñado que antes de pararse en un momento clave mejor hacérselo encima. Sin compasión para con el líder sufriente, atacó en el falso llano que precedía la última ascensión y obligó a todos a moverse. Habían pasado unos kilómetros desde la parada técnica del líder. Por entonces, Dumoulin marchaba con más de un minuto de retraso. Le acompañó un rato su compañero descolgado Ten Dam, el último superviviente de su equipo, y bastante más el Mini del director de su equipo, que le daba ánimo, consuelo y alimento. Por entonces, cuando frenaron al cosaco que vive en Chipre, se desencadenó la acción que todo el día, casi 180 kilómetros, más de cinco horas, había estado gestándose. Todo fue de libro: aceleró Pellizotti para preparar el ataque de su Nibali; arrancó el siciliano, le siguió rápido y fácil Nairo y más jadeantes Zakarin y Pozzovivo. Los cuatro se pusieron de acuerdo para subir a relevos. Lo importante era distanciar lo más posible a Dumoulin, ya vendrá montaña para pelear sus diferencias. Después, cada uno bajó como pudo.

Y Dumoulin, solo, sin perder apenas nada. Pasó por la cima del último Stelvio (llamado el Umbrail Pass, altitud 2.502 metros) a 2m 19s de Landa. Llegó a meta, a 2m 18s de Nibali. Toda una hazaña. “Estoy decepcionado”, dijo Dumoulin. “Estaba muy fuerte. Habría estado siempre con los mejores, y con facilidad. Estos es una…” Y nadie, ni los poetas, tan elevados, le contradecirá.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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