El Athletic cumple su misión ante el Betis
La urgencia europea del equipo rojiblanco prevalece sobre la voluntad del conjunto andaluz
Esto del ánimo, el ritmo, la intensidad es la melodía. Algo así como la conversación entre dos futbolistas, la boca tapada con la mano ocultando el secreto del milenio, hay vida en Marte o algo así. O la crisis ha terminado. Luego está la letra, que puede ser de Leonard Cohen o de Rafael de León o puede ser un estribillo permanente. El Betis, ya salvado, tranquilo aunque alterado en su derredor, frente al Athletic, exigido por sus otros rivales, los que no estaban en San Mamés, el Villarreal, la Real Sociedad, que habían ganado y le habían enseñado los dientes de Europa, afilados y limpitos y el pasaporte en regla.
Hasta que Aduriz se fabricó y firmó un penalti ante Mandi y lo convirtió en gol de forma seca, sin metáforas, como quien descorcha el champán en un festejo (o sea, sin miedo), el Athletic tenía un discurso metódico, inspirado al principio por Susaeta, hiperactivo, por eso a veces confuso (era su día y los días llegan, no se sortean) frente a un Betis mecánico, sensato, sin más aspiración que la convivencia con el partido.
Cinco defensas del Betis eran muchos para defender y cuatro centrocampistas, demasiados para atacar. Pero prevalecía el orden, solo roto por una fuga de Aduriz, que se plantó solo ante Adán, lo quiso desenredar y se enredó en sus largos brazos. Pasar, lo que se dice pasar, pasó poco más. Casi nada. Defendía bien el Betis, solo rebasado en el juego muy largo y no encontraba el Athletic a sus laterales, santos devocionarios en la Catedral, con lo que la tubería del ataque se atasca.
Pero no es ningún misterio (ni hace falta decirlo con la boca tapada) que el Athletic de las segundas partes se parece al de las primeras en el equipaje. Lo demás, se renueva. Y entonces sí, el ánimo, el ritmo, la intensidad adquieren acordes de rock & roll. El Betis no bajó la guardia, con sus defensas apañados y su medio campo organizado, más intuitivo Ceballos que los demás, tan trabajador incansable Jonás, midiendo el largo y el ancho de San Mamés en cada carrera. Pero llegó el penalti, manufactura made in Aduriz, alejando el balón ante la llegada presuntamente tardía de Mandi, que entra por detrás pero golpea a la pelota, no a la pierna. Eso que se llama un penalti riguroso cuando no se sabe cómo llamarlo.
Y llega el gol de Muniain, en otro acceso imparable del Athletic, que acaba cabeceando, sí, no solo cabeceando sino elevándose poderoso ante un centro de Raúl García, enredado y sin metro para pensar. Y entonces, a partir de ahí, el Betis, el que no entiende que le pase lo que le está pasando -por ejemplo, ni un córner hasta los instantes finales-. Y el gol de Rubén Castro en el único despiste defensivo del Athletic, su primer descoloque.
Y San Mamés se asusta porque el Athletic ya solo resiste, aunque entra Williams para meter velocidad a la velocidad de crucero del partido. Y así se murió el juego, plácidamente, con el miedo natural ante la mueca del Betis. Con la sonrisa del Athletic y las cejas levantadas del equipo verdiblanco. Sin sustos, sin sobresaltos. Solo un hálito de rutina. Vapor, puro vapor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.