Estúpido marcador
Miente, no sabe lo que dice. A saber con qué oscuras intenciones nos remite a ese escenario ficticio en el que la Juventus fue infinitamente superior al Barcelona
No resulta sencillo discutir con un marcador electrónico, especialmente cuando sus bombillas plasman un resultado tan contundente como el cosechado por el Barça en Turín. Por norma general, una diferencia de tres goles a cero invita a olvidar cualquier tipo de argumentación y atenerse al desenlace final, a huir de la insensatez de contraponer merecimientos a las frías matemáticas pero, por más que lo intento, no logro controlar mi deseo de discrepar con ese estúpido y moderno cachivache. Además, es muy probable que la inconsciencia sea mi única virtud, de ahí que acostumbre a dar rienda suelta a la más absoluta irresponsabilidad para argumentar casi cualquier cosa.
El marcador miente, no sabe lo que dice. A saber con qué oscuras intenciones nos remite a ese escenario ficticio en el que la Juventus fue infinitamente superior al Barcelona, como si tres goles de diferencia estableciesen una distancia kilométrica entre los méritos reales de ambos contendientes. No le niego su aplastante superioridad tecnológica, incluso un cierto diseño moderno y atractivo frente al que un servidor solo puede ofrecer un cuerpo machacado por los excesos y varios kilos de más. Pero de fútbol, lo que se dice fútbol, el marcador del Juventus Stadium no tiene ni idea.
Centímetros, esa fue la diferencia exacta entre la realidad y la justicia, que es un término que acostumbramos a utilizar los culés cuando la fortuna nos da la espalda y no se nos ocurre nada mejor para justificar nuestros triunfos o descalabros. Cinco centímetros de deriva y el disparo de Iniesta supondría un tres a uno en el marcador. Otros cinco centímetros en aquel chut ligeramente desviado de Messi y la épica para el partido de vuelta hubiese quedado reducida a un simple uno a cero que bien podría anotar Luis Suárez, con la mano, en el minuto 99: esa es la idea que yo tengo de la justicia. Diez centímetros más, en total, y el estúpido marcador al que todo el mundo se remite hoy para explicar el desarrollo del partido ya no sabría qué decir.
No se me ocurre mayor disparate que fiarse de la palabra de un aparato electrónico, si acaso esperar algún tipo de objetividad en las palabras de un columnista que ha desnudado sus colores un ciento de veces y ha demostrado, otras tantas, su firme desprecio por la realidad. Dos centímetros de gracia en los putts de Justin Rose en los hoyos 17 y 18 del Augusta National y el redimido Sergio García seguiría siendo ese perdedor patológico que todo lo arroja por la borda a la hora de la verdad, un paria despojado de gloria y familia conocida al que no invitarían a realizar el saque de honor ni en el Trofeo Santiago Bernabéu. Jugo magníficamente el de Borriol, mereció el triunfo final tanto como su rival, pero fue el desacierto del inglés lo que determinó su victoria. Unos pocos centímetros y todos los elogios recibidos se habrían tornado crítica feroz y cantares de maldecir cuando, en realidad, el camino hacia la victoria o lo derrota habría sido el mismo. Esto es lo que sucede cuando uno entrega su capacidad de análisis a un simple marcador, a un dispositivo japonés que nos señala con luces LED su fría realidad, sin alma, sin ningún tipo de respeto por las víctimas y en las antípodas de las columnas de mi admirado John Carlin: el único lugar sobre la tierra donde los culés encontramos, a día de hoy, la tan necesaria y reparadora justicia.
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