El Barcelona se salva del naufragio ante la Real
Los donostiarras, muy superiores de principio a fin del partido, no pasan del empate, castigados por el infortunio y por un gol de Messi
Nadie ganó el partido, aunque la Real fue la Real y el Barça su circunstancia. Es decir no fue el Barça, porque no supo serlo y porque la Real no dejó que lo fuera. Y pudo ser peor para los azulgranas, que salvaron algunos muebles en Anoeta, no todos. Y pudo ser mejor para la Real, que a punto estuvo de desahuciar al Barça de la Liga, o al menos de enviarle una requisitoria.
Todo lo ganaba la Real: cada vez que el balón botaba a la misma distancia de la Real y del Barça, se lo llevaba la Real. Cada vez que el balón rebotaba, se lo llevaba la Real. Cada vez que el balón volaba, lo remataba la Real. El Barça asistía impávido al trascurrir agresivo, intenso, a veces voluptuoso de unos chicos que vestían de azul y blanco, como mareados por el movimiento intrépido de sus camisetas. Todos los duelos los ganaba la Real y no solo por voluntariedad, sino por una mejor ubicación en el campo. Estaba claro que el Barça de Luis Enrique no encontraba el conjuro para romper el maleficio de Anoeta, donde no gana desde 2007. Y no lo encontraba porque para el Barça jugar sin centro del campo es como jugar sin balón. A la MSN solo le llegaban cartas del banco, de esas que se tiran para evitar malas noticias. Nada de cartas de amor, porque ni Rakitic, ni Busquets, ni André Gomes entendían la literatura del partido.
No fue extraño que a los dos minutos, Zurutuza ya gobernase el partido y cabeceara por primera vez ante la apatía de los mediocampistas azulgranas. Fue como abrir el telón y comenzar un monólogo en un partido que parecía ilegal por la aparente superioridad numérica de la Real Sociedad. En 20 minutos le hizo cuatro ocasiones el equipo de Eusebio al Barça, tres de cabeza, y de las cuatro dos clarísimas (una de Xabi Prieto, otra de Vela). Y el balón siempre en los pies de Illarramendi, de Zurutuza, de Xabi Prieto, de Carlos Vela, así escalonados, como eslabones de una cadena que apresaba al Barcelona y condenaba a sus genios a vivir en su lámpara sin nadie que la frotase.
El Barça tembló cuando Jordi Alba se agarró la rodilla tras caerle encima Carlos Vela. Y le corrió un sudor frío cuando Piqué pidió el cambio tras chocar con Oyarzabal en un cruce. Lo peor no sucedió y ambos continuaron en el campo. Eso y el descanso fueron las mejores noticias del Barça. La peor para la Real, que a su buena literatura le faltaba la firma del gol.
Pero lo encontró pronto, en una pillería de Carlos Vela ante Jordi Alba y un cabezazo de Willian José que Piqué bajo palos ayudó a entrar. Tarde le llegó la felicidad a la Real, pero no demasiado tarde para el Barça, que solo reaccionó cuando midió el abismo de la derrota. Carlos Vela había agarrado la antorcha del partido y la paseaba por Anoeta con esa cadencia con la que el mexicano maneja la pelota, como si se fuera a romper.
Sin juego colectivo, la antorcha del Barça la cogió Neymar, quien, de pronto, arrasó la banda como si el partido para él comenzase en ese momento. A una de estas, aprovechó un centímetro que le concedió Carlos Martínez y asistió a un tal Messi que no había dado señales de vida hasta que olió el gol. Y para Messi, oler y comer viene a ser la misma cosa. Las soluciones individuales volvían a rescatar al Barça del naufragio colectivo. Y como a cualquier náufrago rescatado, le entraron las ganas de comer. Neymar podía con Carlos Martínez, Messi se asomaba al área y Denis Suárez, que había entrado en el campo después del descanso por Rakitic, le daba más profundidad por el costado derecho.
El festival de Carlos Vela
Pero era el día de Carlos Vela, intratable con el balón en los pies, cosido a la bota con cáñamo del duro, balanceando su cuerpo para proteger la pelota y protegerse del rival. Era el Carlos Vela deseado por la Real, el artista del desequilibrio, el que sabes lo que te va a hacer pero no puedes evitar que te lo haga. Y lo hizo, pero venció a todos menos a los postes. Primero largó un zurdazo al larguero que botó casi dentro de la portería de Ter Stegen, como si la cal fuera el único enemigo del mexicano. Juanmi marcó a puerta vacía y el árbitro pitó un fuera de juego que no existía.
Insistió Vela, el futbolista sonriente, siempre con sus diagonales como cuchillos curvos, espadas árabes, y volvió a disparar... esta vez contra el poste. Ya era un partido de ida y vuelta, porque las fuerzas flaquean y la necesidad obliga. Y las porterías se inundaron de futbolistas.
Pero nada pasó, nada cambió el rumbo de los acontecimientos en vísperas del clásico del sábado. Lo individual (el Barça) y lo coral (la Real) amigaron un empate que a nadie dejó satisfecho. A la Real porque mereció más, al Barça porque le sirve de poco, aunque fuera mucho para el nivel de su fútbol.
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