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El Borussia o cuando el rival era el mundo

El Moenchengladbach fue un referente europeo en los años 70 y el gran escollo del Bayern

Jordi Quixano
Netzer, en un partido con Alemania.
Netzer, en un partido con Alemania.ASSOCIATED PRESS

“¡Netzer, Netzer, Netzer!”, bramaba la afición del Borussia Moenchengladbach en el estadio del Düsseldorf esa tarde soleada de 1973 en la que su equipo se medía en la final de la Copa alemana frente al Colonia. Estaban en la prórroga y nadie entendía que no jugara la estrella, el medio Gunter Netzer, de pies gigantes (calzaba un 47) y pases imposibles. “Tiene una lesión en el tobillo”, adujo en la previa el técnico Hennes Weisweiler; una excusa poco creíble porque los rifirrafes entre los dos eran públicos desde hacía tiempo y llegaron a su punto crítico unos días antes de esa fecha, cuando el jugador reveló que había firmado por el Real Madrid. Pero cuando se torció el encuentro, cuando se dieron las tablas, le dijo que saliera a jugar. “No me necesitan”, replicó el futbolista, que se colocó fuera del banquillo. Hasta que en la prórroga, su compañero Kulik le pidió agua y le confesó que no podía tenerse en pie. “Ahora sí voy a jugar”, le soltó Netzer al mister, al tiempo que él mismo pidió el cambio sin mirar atrás. Tres minutos más tarde soltó un zapatazo inolvidable y ganaron la Copa. Reñidos entre sí —como también lo estaría el técnico con Cruyff en el Barça hasta punto de que forzó su despido—, Weisweiler y Netzer edificaron un equipo que marcó una década en Alemania y también en Europa.

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Weisweiler era un técnico muy popular al que se le reconocía su buen hacer con los jóvenes y su propuesta de juego, alegre y vertical, que originó a mediados de los 60 el calificativo Die Fohlen (el potro). Era la antítesis de su rival, de un Bayern más ortodoxo y resultadista que ya se postulaba como una potencia económica y que representaba a la Alemania conservadora. El Gladbach apostaba por los aires liberales y el melenudo Netzer era su mejor representante. Pero hubo otros que marcaron época: el depredador del área Juup Heynckes, el cerrojo con guantes Wolfgang Kleff, el potente medio Rainer Bonhof, el cañonero Herbert Wimmer y el lateral de recorrido Berti Vogts. También llegaron fichajes como el eléctrico extremo Allan Simonsen o el panzer Uli Stielike. Futbolistas que lograron cinco Bundesligas, una Copa alemana y dos Copas de la UEFA —perdieron otras dos en la final—, además de ser segundos en la Copa de Europa de 1977 ante el Liverpool de Bob Paisley. Su huella europea, en cualquier caso, pudo ser mayor porque se recuerda como robo el partido de cuartos de 1972 ante el Inter. Resulta que una lata de Coca-Cola —supuestamente vacía— golpeó a Boninsegna y su compañero Mazzola cogió otra de un aficionado que estaba bebiendo para decir que era esa. Se acabó el duelo (7-1 para los alemanes), pero la UEFA decidió anularlo y volver a jugar: empate a cero, que le valió al Inter.

La rivalidad con el Bayern fue enorme y llegó a la selección porque los del Moenchengladbach se quejaban del trato de favor a Beckenbauer y sus compañeros, que copaban las convocatorias como se vio en el Mundial del 74, conquistado, precisamente, por Alemania. Pero esos melenudos con camiseta blanca de raya verde en el pecho calaron en el país al ser el equipo simpático y contracultural, y hasta en Barcelona se decantaban en esa época por el Borussia gracias a la llegada de Weisweiler y Simonsen, nada que ver con los últimos tiempos cuando el Bayern era el preferido por la presencia de Guardiola.

Gunter Netzer, el George Best alemán

J. Quixano, Moenchengladbach

A Gunter Netzer se le conocía como el George Best alemán, una estrella del pop que regentaba la discoteca Lover’s Lane (lugar de encuentro habitual para los futbolistas del equipo), gozaba de la compañía de muchas chicas, paseaba su melena sobre un Ferrari y hasta era el símbolo de la cancillería de Willy Brandt, político socialdemócrata. Pero era un gran profesional, por más que se le recuerde esta frase: “Yo entiendo que tengo que correr, pero lo hago de mala gana, al menos, sin la pelota”. Aunque con el balón en los pies era un primor y por eso se le puso el sobrenombre de Karajan, en referencia al carismático conductor de la Filarmónica de Berlín, Herbert von Karajan. Su paso por el Madrid, sin embargo, no fue demasiado prolífico y tras tres cursos se marchó al Grasshopper suizo.

Aunque poco o nada queda de esa rivalidad, finiquitada el día en el que compraron por un millón de marcos al extremo Karl Del'Haye y se instauró la política económica de los bávaros, que desde entonces han ido debilitando a cuantos equipos les han plantado cara (Hamburgo, Bremen, Dortmund…). Y de la gloria del Moenchengladbach tampoco queda mucho, ni tan siquiera el miedo que imponía a finales de los 80. El ejemplo fue en 1988, cuando el Espanyol se midió al equipo alemán en la primera ronda de la UEFA y los directivos, confiados en no pasar, aceptaron las generosas primas que pidieron los jugadores. Venció el equipo blanquiazul, que acabó en la final, y dicen que alguno se compró una casa gracias al sobresueldo… Pero esa es otra historia que explica que el Moenchengladbach, en su día, competía con el mundo.

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