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La tormenta perfecta envuelve a Mario Mola

Alistair Brownlee repite el oro de Londres, dominando con su hermano Jonathan, y el español termina octavo

Los hermanos Brownlee, Alistair y Jonathan, celebran sus medallas.Vídeo: H. H. Young / EL PAÍS
Carlos Arribas

Mario Mola nadó casi como nunca en su vida. Salió delante. A unos segundos de los hermanos Brownlee, Alistair y Jonathan, que, desencadenados, corrían por la arena ardiente de la playa de Copacabana. Cuando montó en la bici, los tenía allá a la vista, a tiro de dos pedaladas fuertes; cuando, después del repecho que desde la playa llevaba a los triatletas hasta una magnífica vista de los patios traseros de las casas que se alinean ante la playa famosa, les buscó con la mirada, los vio lejísimos. Ite, missa est, proclamó un cura que andaba por allí, con una cerveza en la mano y una calva colorada al sol, podéis ir en paz; la misa ha terminado, podría haber dicho también el mallorquín, uno de los mejores del mundo, envuelto y desarbolado por la tormenta perfecta desencadenada por los hermanos, que no cesarían hasta el final.

Mola echó de menos a Javi Gómez Noya, ausente con el brazo roto, el único que habría frenado a los ingleses; estos disfrutaron de la ausencia del gallego, el único con la capacidad para hacerlos descarrilar, el único que cuando ellos, al salir del agua, echaron el resto en la transición y en los primeros kilómetros en bici, les habría resistido y perturbado.

El triatlón se pierde en el agua (1.500m), se pelea en la bici (40 kilómetros) y se gana en la carrera a pie (10 kilómetros). Los hermanos Brownlee lo ganaron en el agua, lo consolidaron en la bici, donde destrozaron en un sin parar a todos, y lo disfrutaron en la carrera a pie, paseo marítimo arriba y abajo, junto a chiringos y turistas en bañador. Tercero, lejano, llegó el sudafricano Henri Schoeman. Mola fue octavo; Fernando Alarza, que hizo un mal agua y se quedó cortado por una caída en la bici, 18º, y Chente Hernández, 27º.

Los Brownlee, más que un equipo son una empresa. Una organización compleja que ha trabajado durante cuatro años con el fin de aumentar incluso la cosecha de Londres, cuando uno fue oro y otro bronce, pues Noya se les infiltró para la plata. Pueden permitirse, como se había permitido Noya, pasarse meses sin competir en las series mundiales, mientras los demás, más mortales, debían batirse el cobre viajando de punta a punta del globo e intentar el milagro de lograr los suficientes picos de forma al año para estar en todo. Tienen en nómina a varios rivales que trabajan para ellos e, incluso, con algunos conviven como con el eslovaco Richard Varga, el mejor nadador del lote, el que siempre inicia el ataque ciclista a cuenta de ellos. Se concentran juntos en invierno en La Nucia (Alicante) y en verano en la altura de St. Moritz.

El hermano mayor dice que cuando salen a competir su primera idea es eliminar a los rivales, y cuando se quedan los dos solos pelear entre ellos por ver quién es el mejor como hacían desde pequeños echándose carreras en el jardín de su casa por Leeds. Es una forma de decirlo. Alistair impone la ley del hermano mayor, y siempre gana. Ganó en Londres y ganó en Río, el primero que repite en la corta historia olímpica del triatlón, iniciada en Sídney 2000. Jonathan sonríe a su lado.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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