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Gales 1958, cuando la pelota importaba poco

En su única participación en un gran torneo, la selección británica perdió ante Brasil en los cuartos de final del Mundial jugado en Suecia ante el desconocimiento de sus paisanos

Jordi Quixano
Pelé dispara ante dos defensas galeses en el partido de cuartos de final del Mundial de 1958
Pelé dispara ante dos defensas galeses en el partido de cuartos de final del Mundial de 1958AFP

En la estación de tren de Swansea se bajaron cuatro jóvenes fornidos con la saca a la espalda. “¿Qué tal chicos, volvéis de las vacaciones?”, les preguntó el revisor. Entonces, Mel Charles, Ivor Allchurch, Cliff Jones y Terry Medwin se quedaron de piedra. No eran cuatro chavales cualesquiera sino que eran cuatro de los mejores futbolistas de un equipo que con un balón en los pies había logrado alcanzar los cuartos de final del Mundial de 1958 en Suecia, el único gran torneo que había disputado la selección de Gales hasta esta Eurocopa. La estrella, sin embargo, era John Charles, que jugaba en la Juventus y era conocido como Il Gigante Buono, el hermano de Mel, el delantero que por lesión se perdió ese duelo que resolvió un mequetrefe de 17 años llamado Pelé. Dicen por los valleys galeses que con John sobre el césped la historia hubiese sido distinta. Pero eso no se puede contar.

Antes de llegar a Suecia, la selección de Gales pasó por una travesía de la que salió bien parada. Eliminada en la fase de clasificación para el Mundial al quedar por detrás de Checoslovaquia, la providencia encarnada en la FIFA le dio un rebote que no desaprovechó. Resulta que los adversarios de Israel, por cuestiones políticas, se negaron a jugar allí, lo que les daba la única plaza que se concedía a África y Asia para el torneo sin tocar el balón. Pero el organismo internacional decidió instaurar una nueva norma en la que una selección no podía acceder al cuadro final sin haber jugado al menos una eliminatoria. Fue la primera vez que se utilizó el lucky loser [perdedor afortunado, como le ocurriera a Dinamarca en la Eurocopa de 1992, por ejemplo] y el rival saldría de uno de los segundos clasificados en la fase previa.

La invitación le llegó a Gales, que doblegó a Israel tanto en Tel Aviv como en Cardiff. Aunque la fiesta duró poco porque al día siguiente se estrelló el avión que llevaba a los jugadores del Manchester United de vuelta a casa tras medirse en la Copa de Europa al Estrella Roja de Belgrado, en lo que se conoce como el desastre aéreo de Múnich. Perecieron 23 personas, entre las que había ocho futbolistas, además de dos integrantes del cuerpo técnico. Un varapalo tremendo para el seleccionador Jimmy Murphy, que también era el asistente de Matt Busby en el club inglés.

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Pero con la pelota entre los pies nada cambió para Gales, que ya en Suecia seguía con la fortuna de su lado porque le valió con tres empates —ante los anfitriones, Hungría y México, un equipo que Murphy describió con crueldad: “Sólo son buenos para montar a caballo y no para jugar a fútbol”— para quedar segunda empatada a puntos con los húngaros, con los que se medirían en una nueva eliminatoria. Delante de 2.823 personas, los goleadores Medwin y Allchurch estaban listos y así lo demostraron en un duelo que vencieron por 2-1. “Pero fue un infierno de patadas”, describiría John Charles en su autobiografía King John: “Acabé con las piernas negras en vez de azules por la paliza que nos dieron”. Él, magullado, debió quedarse en la grada ante Brasil. “Era imposible que jugara”, recordaría Mel. Y quizá cambió la historia.

En el equipo del fabuloso Garrincha y el elegante Didí, apareció sin avisar un niño de 17 años que hacía diabluras con la pelota y descontaba rivales como si nada. Atendía al nombre de Pelé y logró el único tanto del partido, el primero de una leyenda que ha perdurado en el tiempo. “Fue un martirio porque movían la pelota con una rapidez diferente a todo lo visto antes”, reconocería Mel Charles sobre Brasil, ganador de ese Mundial: “Pero creo que hicimos un par de postes y estoy seguro de que si John hubiese jugado, les habríamos ganado”. Interviene Cliff Jones: “Sí, no me cabe la menor duda de que el resultado hubiera sido otro”. Pero jugó Colin Webster, que ya tenía otra anécdota en el torneo, toda vez que tras el primer partido, ante Suecia, el equipo festejó el empate en el hotel. Y ahí, Webster, un tanto pasado de alcohol, empezó a hablar con una chica que era la novia del camarero. Acabaron enzarzados en una discusión que terminó con un cabezazo del delantero. “Colin era un muy buen jugador, y dio el ciento por ciento. Pero claro, no era John Carles”, diría años más tarde Jones, un futbolista que tenía el dribling por saludo. “¡Claro!”, se defendía él, “cuando pasaba el balón, no lo volvía a ver en 20 minutos. Así que decidí quedarme con él todo el tiempo que pude. Ahí es donde aprendí a regatear y a correr con la pelota”.

Derrotados, los galeses regresaron a casa con la certeza de que habían logrado competir con los mejores equipos del mundo. Pero de eso, pocos se enteraron. “No hubo una gran ceremonia cuando nos fuimos, y nada de nada cuando regresamos”, explicó Mel en su autobiografía, A la sombra de un Gigante.

Quién sabe qué hubiese pasado con John Charles sobre el césped. Aunque la historia les da una reválida y esta vez Gareth Bale no está en la grada.

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