Chile, finalista tras un partido eterno ante Colombia
Una tormenta obligó a retrasar la segunda parte durane dos horas (2-0)
Lo que tenía visos de tormenta de goles (dos de Chile en apenas 10 minutos) se convirtió en una fortísima tormenta meteorológica que obligó a suspender el partido durante dos horas cuando los futbolistas se encontraban en los vestuarios tras disputar la primera mitad. Las previsiones ya alertaban sobre el riesgo de tromba de agua y aparato eléctrico sobre Chicago y todo se cumplió. Nada más concluir la primera parte, las autoridades anunciaron que en unos 20 o 30 minutos se esperaba que la tormenta descargase sobre la ciudad estadounidense, lo que obligó a paralizar el partido y recomendar a los espectadores que buscasen refugio en el interior del estadio.
Las gradas se vaciaron salvo en aquellos lugares protegidos bajo las tribunas a la espera de una decisión definitiva en función de la evolución de las condiciones meteorológicas. La tromba de agua era espectacular y aún así el césped mantenía un buen aspecto, pero acumulaba tal cantidad de agua que requirió un gran esfuerzo para el futuro desarrollo del partido si la tormenta remitía en un plazo de tiempo razonable.
La organización estableció un límite para tomar una decisión sobre la continuidad o la suspensión del encuentro que Chile gobernaba con dos goles madrugadores de Aránguiz y Fuenzalida. Como si le quedaran aún goles en el equipaje, tras los siete endosados a México, Chile arrancó ante Colombia como si le quemaran en los pies. En apenas 10 minutos, sin necesidad de jugar bien, en un partido que nació trabado, anotó dos goles sin que Colombia pudiera abrir la boca. Por más que vistiera con su rojo habitual, visible a cualquier distancia, era tal su velocidad, su vértigo, que los defensores colombianos entornaban los ojos para adivinar los números de las camisetas. Fuenzalida, pletórico, fue un tornado en el primer gol. Cabalgó por la despoblada banda derecha, en la que Fabra se ausentó a menudo, recortó y su centro lo cabeceó al tún tún Cuadrado, que pasaba por allí. Y por allí, por donde cayó el balón, estaba Aránguiz, con la discreción de una hormiga, para batir a Ospina. En la otra banda, poco después, Alexis fue un huracán, o sea Alexis, para quitarse de en medio a Zapata y disparar violentamente al poste con la fortuna de que la madera lo escupió hacia la derecha por donde llegaba Fuenzalida (¿quién si no?) para marcar a puerta vacía. En apenas 10 minutos, Chile había derribado a Colombia con dos golpes fríos, los más dañinos.
La virtud de Chile es que a diferencia de Colombia puede jugar en largo y a lo largo. Sin Vidal ni Marcelo Díaz perdía claridad en el juego, pero las bandas le dan unas alas poderosas que le hacen volar. Colombia se tragó dos sapos antes de que James encontrara su lugar en el partido y consiguiera arrimar a su equipo a los dominios de Claudio Bravo. Cuadrado es rapidez, calidad, fantasía, si se quiere, pero resulta inconsistente. Todo lo empieza bien pero pocas cosas las acaba de igual manera. Aún así, por su costado nacía el mayor peligro cafetero, con Cardona muy ausente y Martínez -que dejó a Bacca en el banquillo- muy a merced de la veteranía de Jara y Medel. Pero de la metáfora se pasó a los hechos y de la tormenta futbolística chilena a la tormenta real en Chicago que obligó a suspender el partido.
Y nació otro partido dos horas después con los jugadores fríos y aburridos por la espera, con el césped encharcado. Todo era nuevo, salvo que Chile partía con dos goles de ventaja casi olvidados en la noche de los tiempos. Unos goles como dos montañas que parecieron una cordillera cuando Colombia sufrió la expulsión por doble amonestación de La Roca Sánchez. Con 11 fue inferior, con 10 incapaz. Solo un penalti no pitado de Jara a Torres podía haberle metido en un partido en el que nunca estuvo, nunca encontró su sitio, asfixiada por la tenacidad de Chile, que repetirá el domingo la final de la pasada edición frente a Argentina para revalidar el título. Cuatro horas de partido fueron demasiadas horas para dos goles. A uno por hora, aunque Chile juegue a 100 por hora. Y al final tánganas. Y espontáneos. Pareciera que nadie quisiera que acabase un partido interminable.
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