Colombia se mete en semifinales gracias a un gigante Ospina en los penaltis
La actuación del meta, determinante en la muerte súbita ante una Perú inferior a los de Pékerman
Se aferraba Colombia a las botas de James, de Cuadrado, de Bacca, cuando aparecieron las de Ospina, un gigante de hielo, para despejar un penalti y llevar a la selección a un paso de la final de la Copa América. No fue hasta la muerte súbita cuando la superioridad colombiana se impuso a una Perú corajuda, pero carente de fútbol. Ausentes en sus equipos (Real Madrid y Arsenal), James y Ospina se vuelven determinantes cuando se enfundan la piel de la selección. Una vendetta con la que goza todo un país.
No especuló Pékerman ante Perú y apostó por la nómina previsible con el aporte de Carlos Sánchez para afianzar la medular. La Roca se ha convertido con el tiempo en uno de los jugadores más sólidos de Colombia, acaso también del torneo en sus apariciones. Se apoderó Sánchez del centro del campo y cortó la salida de Perú, obligando a los de Gareca a desplegar las alas como única vía para crear peligro ante Ospina.
Minó Perú el campo y el colegiado consintió quizás sobremanera la excesiva dureza del cuadro de Gareca. A los 15 minutos ya cargaban con ocho faltas, sin ninguna amonestación, por las dos de los colombianos. Cortaban los peruanos de cuajo cualquier atisbo de creación por parte de Colombia con la venia del juez del partido. No impidió, sin embargo, que la primera mitad se convirtiese en un monólogo de los de Pékerman, un soliloquio en vano pues no terminaba de rematar Colombia un partido que navegaba con viento a favor.
El tridente James-Cuadrado-Bacca, la mordiente de la tricolor, fue un quebradero de cabeza para los peruanos hasta pasada la mitad del primer tiempo. El clímax del buen juego colombiano llegó con una ocasión de James desde fuera del área. Un zambombazo del capitán con la derecha, su supuesta pierna mala, cogió adelantado a Gallese y solo la cepa del poste salvó a Perú del primer gol. Un punto de inflexión en el partido. A partir de entonces, la superioridad colombiana, pero sobre todo el peligro, se fue diluyendo. Sus mejores cromos se dedicaron a hacer la guerra por su cuenta y la falta de combinaciones fue letal para los intereses cafeteros. Perú, mientras, se mostraba como el malvado de la película que acaricia un gato mientras sonríe a sabiendas de que el peligro terminará por llegar: esperaba atrás Perú, desquiciaba a Colombia con las faltas y se confiaba a Cueva y Guerrero a la contra.
La vuelta de los camerinos no supuso mucho cambio en los planteamientos de ambos equipos. Corrían los minutos y la intensidad del partido decaía, para deleite de Perú, cada vez más cómoda sobre el tapete, sin ninguna algarabía en su hacer. El juego andino se basaba en balonazos de Gallese que caían como losas sobre el ataque.
El planteamiento de Gareca, sin embargo, neutralizó a Colombia. Carente de ideas y cada vez con menos oxígeno, los de Pékerman confiaban su futuro a la garra que se dejó en el vestuario Perú. James y Cuadrado se echaban el equipo encima, pero faltaba templanza a la hora de dirigir y combinar. Murió la creatividad colombiana al tiempo que Bacca penaba en la punta de ataque, lento, sin lograr que sus aliados le encontrasen.
Las nuevas reglas de esta Copa América dictaban que el futuro se dilucidaría desde la pena máxima. Antes, en el último suspiro del tiempo reglamentario, Ospina salvó un cabezazo que pudo haber sido una pena excesiva para el buen hacer colombiano. Era la antesala de su actuación en la muerte súbita. Sin miramientos llegaban los goles de uno y otro lado hasta el turno de Trauco. Ospina, levitando, despejó el balón con la pierna. Pérez marcó para los de Pékerman y cargó el futuro de Perú sobre Cueva. La dicha de los penaltis se cebó con él. El mejor jugador peruano lanzó el balón al cielo, donde miró toda Colombia, feliz, en semifinales, confiada de que este baile no lo para ni Ospina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.