A los pies de Iniesta
Guiada por el genial centrocampista, una buena España derriba el muro checo con un gol de Piqué en los últimos minutos
Cuando el gol se pone testarudo puede que haya que esperar 87 minutos, lo que tardó España en derribar la fortaleza checa. Lo mereció con creces y a todos se lo brindó Piqué con un cabezazo terminal tras una asistencia de Iniesta, a cuyos pies de violinista debe La Roja buena parte de su victoria. El manchego dictaminó su enésima exhibición, otro concierto sublime, un repertorio de temple, fintas, arrancadas, frenadas, pases para el delirio... Iniesta, Messi de rojo, fue un simposio de fútbol del bueno, el que tuvo España. Solo una sobredosis de infortunio, un estupendo Cech, al que se le ha parado el reloj vital, y una zaga checa de hormigón angustiaron a los de Del Bosque hasta el último aliento. Hasta que se hizo justicia con Piqué, a los españoles el azar les negó lo que el juego les hizo merecer.
Caía el telón para desasosiego de La Roja, cuando Iniesta, terco estilista, apuntó a la cabeza de Piqué y el central, al que tanto le han silbado los oídos, por fin batió a Cech, lo que ya parecía utópico. Al gol del catalán respondió puntual De Gea, que tras tantas turbulencias en los últimos días había tenido una tarde de hamaca salvo en un remate de Hubik. Pero cuando quedaban segundos tuvo que intervenir con los cinco sentidos para despejar un remate con aire de gol de Darida. ¡Cuánto valen estos porteros que se calientan en frío, que siempre están aunque no hayan tenido tajo!
El brindis final de España puso el lazo a un equipo que fue de menos a más y luego a mucho más y más. La Roja empezó discreta, sin decibelios, algo “pesadota” frente a un rival de complicada digestión. La República Checa logró bloquear a su adversario, con cuatro defensas muy adelantados, otra barricada por delante con otros cinco guardianes, y auxilios constantes de mosqueteros para defender el rancho. Un campo minado, demasiadas interferencias para los españoles, que no consiguieron liberar grilletes hasta que Silva e Iniesta se filtraron entre líneas y desde su observatorio enchufaron a España. Ensanchado el campo, con Juanfran por un costado y Nolito y Jordi Alba por el otro, el flujo de los dos volantes poco a poco despertó a los de Del Bosque. Iniesta y Silva hicieron recular a los checos, obligados a defender cada vez más cerca de Cech.
Fue Juanfran, fenomenal toda la jornada, quien generó la primera oportunidad tras una jugada geométrica desde Sergio Ramos al lateral, cuyo servicio a Silva derivó en un remate de Morata que dio inicio al catálogo de paradas de Cech, un coloso de 34 años que achica la portería como pocos. La jugada española sirvió de espoleta, sacudió al equipo, que cambió de marcha, con llegadas constantes por dentro y por fuera. En la diana, Morata, inteligente en sus maniobras de arrastre de sus alguaciles, a los que hace perder la referencia con asiduidad. Ya en plena efervescencia española, un disparo del madridista también fue desviado por el meta checo con las uñas de la mano izquierda. La Roja tenía el partido cogido por el pecho, abrochado por completo a falta del gol.
Llegado el segundo acto, la producción de juego y ocasiones aún se multiplicó. Juanfran y Alba fueron dos ventiladores perpetuos, con Silva y, sobre todo Iniesta, como bisagras para todos. Atornillado el conjunto checo, España pasó el segundo tramo en la sala de espera del gol, de rondo en rondo en el balcón del área rival. El juego se articulaba en un zulo, sin apenas una baldosa para respirar. La trama necesitaba de un ingenio y una finura alcance de muy pocos. De Iniesta, por ejemplo, que no es de este mundo. Alba, de nuevo Morata, Aduriz, Thiago, Cesc, Nolito, Ramos… Todos ellos estuvieron a un milímetro del gol, que no llegaba ni cuando un checo se anudaba los pies, como Hubik en un desvío en dirección contraria que casi maldice Cech. Los checos defendían como boinas verdes.
A la vista de una cerradura tan blindada, cualquier otro equipo hubiera recurrido al pelotazo al cielo de Aduriz, relevo de Morata. España, no. Ni se inmutó, no alteró su naturaleza, quizá porque solo los especuladores se impacientan. La Roja movió y movió la pelota sin retórica, siempre con mala uva, con Iniesta dale que dale, pica que pica sin parar. Pese a la encerrona rival, el azulgrana parece levitar, flota con la pelota aunque se vea secuestrado por unos cuantos y en medio de la selva adivina pases donde solo se divisa un bosque de medias, botas y espinillas. Por ese camino, por el de Iniesta, llegó la jugada definitiva. Se originó con Juanfran en la derecha y derivó a la orilla contraria. Para desgracia checa, allí estaba Iniesta, que dio un pasito al costado, levantó el mentón con delicadeza, agudizó la vista y calzó el balón en la cabeza de Piqué, que anidaba en el área. Un gol que premió al mejor equipo, al único que quiso ganar, al que lo procuró con empeño y pericia. Toda la que tiene Iniesta, que es enciclopédica. A sus pies triunfó España en el estreno.
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