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EUROCOPA 2016 | ANÁLISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Enfermos de fútbol

Estamos hipnotizados con el movimiento circular del balón, convocados a la expresión de los instintos elementales y la Eurocopa, en estado de excepción

Aficionados rusos encienden una bengala en el primer partido de la Eurocopa, que les enfrentó a Inglaterra.
Aficionados rusos encienden una bengala en el primer partido de la Eurocopa, que les enfrentó a Inglaterra. ALI HAIDER (EFE)

Que la Eurocopa de Francia estuviera prevista y organizada hace dos años no contradice que haya adquirido un aspecto extemporáneo. El dinero nunca duerme, sentencia Gekko en Wall Street, del mismo modo que el balón nunca se detiene, así es que las antiguas crisis de abstinencia veraniegas —qué hacemos sin fútbol, cómo organizamos nuestras vidas— han encontrado el contrapeso de la sobredosis, hasta convertirnos en espectadores bulímicos. Entiendo que no deben exagerarse las analogías con enfermedades reales en tiempos de hipersensibilidad social, ni debe frivolizarse con los anatemas contemporáneos. O no debería si no fuera porque el fútbol se ha convertido en una patología social, bien porque la amenaza terrorista ha transformado los hábitos para disfrutarlo, bien porque el hooliganismo ha reaparecido con los viejos estandartes de guerra —lo vimos en Marsella con la trifulca de rusos e ingleses— o bien porque al aficionado se le ha privado de cualquier momento de descanso o de abstracción. Está secuestrado, no ya sobreexpuesto al síndrome de Stendhal en la connotación estética del deporte, sino al del Estocolmo y a los mensajes subliminales que implican la tiranía publicitaria o la idolatría.

Hay fútbol todos los días de la semana, a todas las horas. Hay fútbol todos los meses. La Liga empieza en agosto y la Eurocopa termina en julio, de forma que el fútbol compite contra sí mismo y relativiza el interés de sus manifestaciones emblemáticas y de sus categorías. Lo demuestra incluso la iniciativa de organizar también ahora una Copa América con el pretexto del centenario, desquiciando el insomnio del adicto y precipitándose una rivalidad desproporcionada entre Europa y las estrellas sudamericanas.

Esta Eurocopa sorprende a Europa en su crisis identitaria. Que rusos e ingleses se hayan peleado como en los años 80 se antoja el antecedente de una exacerbación patriótica

Estamos enfermos de fútbol, hipnotizados con el movimiento circular del balón, convocados sistemáticamente a la expresión de los instintos elementales. Me sucedió cuando Eslovaquia logró el gol del empate contra Gales en la tarde del sábado. No podía estar más lejos culturalmente del partido, ni más separado de la televisión, pero el 1-0 de Bale había incorporado el interés del despechó. Y me hice eslovaco unos minutos, consciente de que la devoción y la aversión a los ídolos balompédicos contradice cualquier atisbo de neutralidad en el “caldero de las pasiones”.

Y van a exacerbarse las pasiones, sobre todo porque esta Eurocopa sorprende a Europa en su crisis identitaria y en su resaca nacionalista. Que rusos e ingleses se hayan peleado a la usanza de los años 80 se antoja el antecedente de una exacerbación patriótica que amenaza el adanismo del barón de Coubertain y que sobrentiende una batalla identitaria.

Fútbol en estado de excepción. Militares en los estadios, yihadistas al acecho, policías antidisturbios para aislar a las hinchadas. Y enfermos catódicos al otro lado del televisor con el poder ajeno del mando a distancia.

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