La Real desactiva a un Athletic frágil
Un gol de Jonathas le basta al equipo de Eusebio para llevarse la victoria de San Mamés (0-1)
El fútbol es tan sencillo como que si uno mete un gol y otro no, gana el partido. A veces, entre medio hay poca cosa y se apela al orden o al desorden, a la eficiencia o a la eficacia. Pero la realidad es que uno mete un gol y otro no. Y marcó la Real, apelando a su mérito y el Athletic ni marcó ni se le esperaba en una cita tan señalada. Quizás no fue el mejor partido de la Real, pero desde luego fue el peor del Athletic. He ahí la diferencia.
Hay detalles, de futbolistas; circunstancias, del juego; sístole y diástole, de los partidos. Hay hechos que en los partidos intensos se manifiestan como los espíritus en la güija, por efecto del dedo y la sugestión. El primer espíritu se le apareció al Athletic a los 53 segundos cuando Aduriz batió a Rulli en su primera manifestación. Pero el gol llegó con la falsedad del fuera de juego centimétrico. Fue un suspiro, de alivio para la Real a la que el susto no le cabía en el cuerpo: 50 segundos y Aduriz en apogeo era una cuchillada más propia de Freddy Kruger que de una película de Disney. Pero el equipo de Eusebio se sobrepuso, hizo como los perros cuando se sacuden los sustos o el frío y siguen corriendo y poquito a poco, al trantrán de Illarramendi se fue adueñando del partido mientras el Athletic seguía pensando que si Aduriz había salido con esa hambre de gol todo era cuestión de mover el árbol de las manzanas para recoger el fruto.
Pero la Real es más que un escalofrío. Vale que al detalle de Aduriz le sobró un centímetro para ser genial. Vale que la circunstancia del juego quiso que esa jugada fuera circunstancial y no un complemento directo. Vale que el corazón le dio un vuelco a la Real que se puso en lo peor. Pero el partido apenas había dado el primer grito de vida. Y el Athletic se confundió en el pronóstico, pensando que aquello era un mal de la Real en vez de un accidente. Diego Reyes e Illarramendi asfixiaban a Beñat y Muniain, no tanto impidiéndoles alcanzar el balón como obligándoles a cederlo mal, destemplado, eligiendo generalmente las peores opciones, perdiéndolo en definitiva. Y por las bandas, Susaeta y Williams parecían estatuas derribadas en los jardines.
Hacía el Atlhetic como que atacaba, pero quien remataba era la Real. A la primera de Jonathas, pidió penalti de Laporte; a la segunda, un buen pase de Carlos Vela, superó a un desajustado Gurpegui para que el brasileño batiese por alto a Iraizoz. Y aun pudo Jonathas, un cuarto de hora después sentenciar la discusión en un mano a mano fallido con el portero. Es decir, el corazón era rojiblanco, pero la cabeza, blanquiazul. Beñat estaba tan confundido como lúcido Illarramendi. Es decir, es decir, el río del Athletic estaba seco y la compuerta de la Real, por si acaso, cerrada. Todo se resumía en que la Real había hecho lo suyo y el Athletic, no.
Las bandas no existían. Ni Williams ni Susaeta, por un lado, ni Oyarzabal ni Vela por el otro, habían afilado el cuchillo. Tampoco los laterales subían, atenazados por la prevención los de la Real y por el miedo los del Athletic. Así, que por el centro, como una carretera en hora punta. Al Athletic le dolió en exceso la lesión de Williams, en una acción con Yuri. No es que el joven delantero tuviera su día, pero San Mamés siempre sueña con que se le encienda una luz. Reapareció Raúl García, pero no es lo mismo reaparecer que estar. Lo mismo le ocurría a Muniain, que alternaba detalles con errores como esas luces tan bonitas que alegran de vez en cuando las habitaciones.
Porque ocurría que el Athletic, tan voraz que a los 53 segundos había marcado un gol, ilegal, que no subió al marcador, fue incapaz de gestionar un asomo del gol hasta el minuto 72 cuando Muniain aprovechó un desentendimiento de la defensa para disparar alto. Nada más. Entre medio, un desierto que el árbitro fue llenando de tarjetas para matar el aburrimiento.
Porque la Real ni quería, ni buscaba más. Un gol en un bosque espeso es un botín encomiable y el Athletic un lobo sin uñas ni dientes que apenas asustaba. Costaba reconocer a un Beñat más impreciso que un debutante en la ópera de Berlín. Y sin Beñat el Athletic pierde el tacto. Y sin tacto pierde la intención. Y sin intención, el gol solo puede ser una casualidad. Y las casualidades son eso, accidentales. Tienen días. Y no era el día el Athletic, que se echa un rival más a la espalda en la lucha por Europa.
Más tarjetas que faltas
El debutante Sánchez Martínez tiene la canana de tarjetas intacta y como buen debutante actuó con miedo, es decir, se quiso proteger tanto de lo que teóricamente es un clásico que acabó por incendiar un partido pacífico.
13 tarjetas no reflejan un encuentro que tuvo menos faltas intencionadas que las que el colegiado vio. Pero el miedo suele ser un mal consejero para afrontar las adversidades. Comenzó pronto a desenfundar el bolsillo y se le fue la mano, el muelle perdió el tiento y saltó por los aires hasta convertir equivocadamente un partido tenso en un partido bronco en su imaginación.
Fue su culpa. Lo mismo que los futbolistas a veces producen resultados engañosos, hay árbitros que transmiten conclusiones engañosas. De haber sido un partido de Copa y haberse disputado una prórroga, el partido hubiera que haberlo suspendido. Y resulta que no ocurrió nada.
Solo fue una ficción arbitral. La ficción del miedo escénico.
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