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Un golazo de Williams adorna la victoria del Athletic ante el Espanyol

El delantero firma un tanto increíble en un partido que el equipo de Valverde resolvió de chiripa (2-1) frente a un pegajoso adversario, batido al final por una diana de Raúl García

Williams dispara para marcar el primer gol del Athletic.
Williams dispara para marcar el primer gol del Athletic.Luis Tejido (EFE)

A los cuatro minutos, Undiano Mallenco ya era el rey de la pista. Le ayudaba su pesado historial con el Athletic por el que nunca es bien recibido en San Mamés. Y le penalizaba la actitud agresiva del Espanyol: los cuatro primeros futbolistas del Athletic que tocaron el balón de espaldas fueron al suelo. Solo en una pitó falta. La primera vez que cayó un espanyolista fue falta. El público acrecentó su ira silbando lo justo y o injusto, silbándolo todo. No son buenos esos partidos en los que el público y el árbitro arrebatan el protagonismo de los jugadores, contagiados por ese espíritu soliviantado que se pasea por el campo que anima a unos a seguir enrareciendo el partido y a los otros a pensar en la artimaña más que en la jugada. Es como si en el circo, el público abronca al jefe de pista mientras el trapecista hace un triple mortal sin red. ¡Qué desaliento!

ATHLETIC, 2 - ESPANYOL, 1

Athletic: Iraizoz; De Marcos, Gurpegui, Etxeita, Balenziaga; San José, Beñat (Elustondo, m. 88); Williams (Bóveda, m. 66), Raúl García, Sabin Merino (Susaeta, m. 45); y Aduriz. No utilizados: Herrerín, Eraso, Viguera y Lekue.

Espanyol: Pau López; Javi López, Álvaro, Enzo Roco, Fuentes (Mamadou, m. 75); Víctor Sánchez, Diop; Hernán Pérez (Abraham, m. 91), Asensio, Víctor Álvarez (Burgui, m. 66); y Caicedo. No utilizados: Bardi, Salva Sevilla, Montañés y Raillo.

Goles: 1-0. M. 8. Williams. 1-1. M. 51. Javi López. 2-1. M. 65. Raúl García.

Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Víctor Ávarez, Gurpegui, Caicedo, Fuentes, Beñat, Javi López y Mamadou.

Unos 48.000 espectadores en San Mamés.

En esas estaba el partido, en la fiereza del Espanyol y la infinita dificultad del Athletic para sacar el balón jugado desde atrás (sin Laporte, todo es más difícil), cuando en el único cuadrante del campo donde lucía potente el sol bajo la visera de las tribunas, apareció una sombra negra. Se llama Iñaki Williams y está en estado de gracia. El cuero le vino por arriba en el área grande, de espaldas a la portería. Entre él y su marcador lo elevaron aun más en un sombrero magnífico (ya digo que hacía mucho sol) y después Williams lo empotró en la portería con un derechazo que probó la tensión de la red para soportar impactos bestiales. El trapecista había vencido al jefe de pista, aunque el público no se olvidaba de él.

Fue el acto de gloria del Athletic que, sin embargo, jugaba ajeno a su ritmo natural, demasiado largo, con muchos vacíos por el campo. Y el Espanyol se vio con el balón, quizás más tiempo del previsible y con algunos descampados por las bandas que le permitían acceder a los terrenos de Iraizoz. Cierto que no disparó a puerta en toda la primera mitad, pero dos llegadas por la izquierda estuvieron a punto de congelar San Mamés que seducía a una ciudad que no disfruta de esas vistas habitualmente tampoco.

Seguían los pitos y las flautas en la segunda mitad. Las entradas duras se sucedían en uno y otro bando y Undiano observaba el cielo azul bilbaíno y el partido se encendía con chispazos que parecían fogatas salvo a los ojos de un árbitro cegado por el humo. Antes de que el incendio se adueñase del partido, Javi López se marcó una jugada magnífica, clásica de un lateral derecho y resuelta con la habilidad de los grandes delanteros. Un gol que hacía justicia al Espanyol en aquel desaguisado de decisiones injustas.

Undiano miraba al cielo y lo veía bonito, tan azul que se ensimismó. Era el reino de la desesperación

Marcó el Espanyol porque jugaba mejor, porque mezclaba mejor, porque insistía más y lo hizo de una forma bella. Pero cuatro minutos después el incendio quemó la hierba. Nueva falta, esta vez del Athletic, tángana, enfrentamientos personales, cabezas con cabezas, manos al pecho, lío. Y Undiano miraba al cielo y lo veía muy bonito, tan azul que se ensimismó. Estaba claro que el partido era ya de las faltas y las triquiñuelas, de las protestas, de las peticiones permanentes de tarjetas. Era el reino de la desesperación y en esos casos pueden pasar cosas imposibles, incluso surrealistas. Como que Raúl García marcase cabeceando de espaldas a la portería y cayéndose por su propio impulso al correr hacia atrás. Y cuando todo acabó, los futbolistas se dieron la mano, Luego ¿quién encendió el fuego?

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