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El que apaga la luz | España, campeona de Europa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gasol y el respeto

Gasol, durante el partido contra Polonia.
Gasol, durante el partido contra Polonia. EFE

Nos habíamos acostumbrado a que en el mundo del deporte la estupidez campara a sus anchas. Cualquier nimiedad adquiría categoría de cuestión de Estado. El futbolista que en las celebraciones de sus muchos títulos insultaba al rival, y luego, ante la prensa, se jactaba de ello, obtenía el aplauso y el reconocimiento de muchos que valoraban su simpatía y su sinceridad, ocultando lo miserable que resulta intentar hacer del odio una virtud, por muy catalán que se sea. O aquel otro a quien no le basta con que se le caiga un gol del pijama cada mañana y que, en perpetuo estado de cólera, niega su voz a los medios de comunicación, y por ende a los aficionados, en venganza no se sabe bien de qué, quizá porque un lunes su nuevo peinado no fue portada y eso no hay cristiano que lo soporte. Y cómo olvidar a su eterno rival en cualquier elección a mejor futbolista del planeta, del firmamento, de la galaxia y de la historia (¿Di Stéfano, Pelé, Maradona... quién dice usted que son?), ese chico aclamado cual mesías en lo bueno y en lo malo, en los estadios y en las cercanías del juzgado donde tuvo (y tendrá) que acudir por no pagar impuestos, confundido, quizá, por tantas palabras como había en sus contratos, y para leer ya está papá.

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En esas estábamos cuando apareció dios disfrazado de jugador de baloncesto. Y todo cambió. Las envidias, los egos, el yo, mí, me, conmigo, las niñerías, las soplapolleces habituales dieron paso al Deporte con mayúsculas, al esfuerzo, a la superación, un país entero contemplando la mayor exhibición que se recuerda, la protagonizada por Pau Gasol, un señor de 35 años que lo ha ganado todo, y todo significa todo, que abanderó ante Francia en la semifinal del Eurobasket a un equipo que se ha sobrepuesto a un cúmulo de adversidades, y a una legión de agoreros, para hacerse, a empujones y con la espalda hecha jirones, con un hueco en la historia. Nadie mejor que Sergio Scariolo, el seleccionador, para explicar lo que distingue a Gasol de tantos otros: “La clave está en el respeto que se tiene a sí mismo como persona y la atención que pone para no hacer ni decir tonterías innecesarias”, ha declarado el preparador español sobre el mejor jugador que jamás ha entrenado.

Hay políticos que todo lo aprovechan

Al tiempo que Scariolo y su gente escribían una página que el deporte español jamás podrá olvidar, políticos de diversos partidos (PP, Junts pel Sí y Ciutadans, concretamente) intentaron adueñarse de un triunfo que no les corresponde, que corresponde en exclusiva al equipo español de baloncesto. Su pretensión de arropar a Gasol bajo su particular bandera, convertirle en compañero de correrías patrióticas y arrogarse la paternidad intelectual de lo ocurrido es, además de nauseabunda, la prueba de su ínfima catadura moral.

El pasado sábado se cumplieron cinco años de la muerte del cantante, escritor y político aragonés José Antonio Labordeta, que ya en su momento, en plena tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, tuvo muy claro dónde enviar a cierto tipo de de gente: “¡A la mierda!”.

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