Paraguay se rebela ante la encantadora Argentina de Messi
La gran favorita del torneo roza la goleada pero se deja sorprender por el coraje de su rival, que empata en el último minuto
Argentina y Paraguay reservaron hora y media de sorpresas en la noche más feliz y descontrolada en lo que va de Copa América. Fue un partido memorable y variado, imposible de vincular a un episodio, ni a dos, ni a tres. Justo en su aleatoriedad y en sus paradojas. Paraguay fracasó a las órdenes de Ramón Díaz y recuperó el orgullo de la mano de Haedo Valdez. Ante Messi, nada menos, comandante de una Argentina que empató pero pudo golear. Porque lo verdaderamente raro de lo que sucedió en el estadio de La Portada le ocurrió al gran favorito del torneo. No, Argentina no ganó, pero no decepcionó; no triunfó pero puede jactarse del triunfo existencial de haber sido fiel a su genio. Por fin.
Argentina no ganó pero recuperó el encanto en la plácida localidad de La Serena. Junto al mar, en un estadio recogido que no admitió más de 20.000 personas, acariciada por la brisa tibia del norte. Después de años de desierto, de partidos furibundos, de jugadores atormentados, de exigencias desaforadas, de supersticiosa fe en el doble cinco, e incluso de simple y llana ignorancia, la selección que ha acogido a algunos de los futbolistas más deslumbrantes de todos los tiempos dio la impresión de divertirse y de pretender divertir. El Tata Martino, que no es el más sofisticado de los entrenadores, obró la transformación. Le bastó con desempolvar el viejo manual. Recuperó al ocho, como le llama él, y se lo encomendó a Banega; y por delante puso a un diez en la figura de Pastore, aunque el dorsal se lo enfundó Messi. Por el camino eliminó el doble cinco, o doble pivote, artilugio táctico que desde hace unos años, entre los técnicos de estas latitudes goza de la consideración solemne que merecen los amuletos.
Argentina, 2; Paraguay, 2
Argentina: Sergio Romero; Facundo Roncaglia, Ezequiel Garay, Nicolás Otamendi y Marcos Rojo; Javier Mascherano, Éver Banega (Lucas Biglia, m.80), Javier Pastore (Carlos Tévez, m.75); Angel di María,'Kun' Agüero (Gonzalo Higuaín, m.76) y Lionel Messi.
Paraguay: Antony Silva; Marcos Cáceres, Paulo da Silva, Pablo, Aguilar, Miguel Samudio; Néstor Ortigoza, Víctor Cáceres, Richard Ortíz (Derlis González, m.46) y Raúl Bobadilla (Edgar Benítez, m.66); Nelson Haedo Valdez y Roque Santa Cruz (Lucas Barrios, m.79).
Goles: 1-0, m.29: 'Kun' Agüero. 2-0, m.36: Lionel Messi, de penalti. 2-1, m.69: Nelson Haedo Valdez. 2-2, m.90: Lucas Barrios.
Arbitro: el colombiano Wilmar Roldán amonestó a Pablo Aguilar, Richard Ortiz, Derlis González, Lucas Barrios por Paraguay y por Argentina a Roncaglia y Otamendi.
Incidencias: Partido del grupo B de la Copa América disputado en el estadio La Portada de La Serena ante unos 18.000 espectadores.
No era el modelo más equilibrado pero mientras los ejecutantes tuvieron energía el partido tuvo una sola dirección. Fue una reacción en cadena. Mascherano se coordinó con Otamendi y con Garay; Banega se sincronizó con Mascherano; Pastore se ofreció junto con Di María por delante de los centrocampistas; y Messi pudo elegir cuándo y dónde aparecer. No fue necesaria su intervención continua para darle sentido a las jugadas. Messi puso el penúltimo toque, el regate, la aceleración. Paraguay no encontró el modo de resistir. El plan de Ramón Díaz fue aguantar invocando a la proverbial garra guaraní. Se replegó con todos los jugadores en su campo, hasta Santa Cruz, el punta, por detrás de la línea del balón. Levantó una empalizada. Se parapetó. Aguantó hasta que cometió un error y concedió el 1-0.
Los paraguayos habían salido a presionar a campo contrario después de una jugada a balón parado cuando Mascherano inició la salida con Messi. El capitán argentino intentó el regate largo pero Samudio le puso el cuerpo y le robó la pelota antes de entregársela a su portero, Antony Silva. Fue una mala decisión. Anticipándose a la cesión, Agüero interceptó la pelota y marcó el primero.
Argentina sumaba hombres en cada maniobra. Descolgaba a Rojo, o a Roncaglia, incorporaba a Banega, llegaba con Pastore tirando paredes, y Messi se asociaba con todos. Fue Messi otra vez, a los cinco minutos del 1-0, el que arrastró marcas y dejó solo a Di María con un toque perfecto. Y fue el pobre Samudio, otra vez, el que se cruzó en el camino de la pelota. El árbitro pitó penalti. No lo pareció. Messi ejecutó el 2-0 y el partido se convirtió en un entretenimiento para los previsibles ganadores. Argentina pudo meter el tercero, el cuarto y el quinto. En medio de un vendaval de faltas, algunas muy duras. Messi fue objeto de un penalti brutal. Paulo da Silva lo derribó con estrépito pero al árbitro le debió dar apuro juzgar al desgraciado defensa con tanta severidad. Messi, seguro de que las ocasiones brotarían de la fuente, lo aceptó con una risa.
“Nos pasaron por encima”, dijo el veterano Nelson Haedo Valdez, tras el partido; “pero cuando entramos al vestuario en el descanso dijimos que somos una familia. Necesitábamos una buena cachetada. No teníamos nada más que perder”.
"Somos una familia", dijo Valdez. "¡No tenemos nada más que perder!”
El partido nunca está terminado para los valientes como Valdez. Cumplida la primera parte, él y sus compañeros debieron pensar que, como dijo el poeta, el coraje es una forma de riqueza. Paraguay regresó al campo con algo más que espíritu revanchista. Más que pegar, que pegó, como le pegó González a Di María antes de obtener la indulgencia arbitral, el equipo rojiblanco se atrevió a mover el balón. No había transcurrido una hora cuando los aficionados descubrieron que aquél espectáculo podía tener doble sentido. Que González, además de rascar, sabía pasar la pelota; que Ortigoza la pisaba y distribuía; que Cáceres se atrevía a tocar y que arriba Valdez no paraba de desmarcarse a la espalda de Mascherano. Fue una revelación. La primera jugada que los paraguayos completaron dando más de tres pases seguidos acabó en un tiro de Valdez que despejó Romero. Al minuto siguiente, Ortigoza volvió a conectar con Valdez y el exjugador del Hércules sacó un tirazo. Desde fuera del área. La pelota sobrevoló a Romero y golpeó la red. El gol puso a Argentina ante un nuevo escenario. El escenario del descontrol.
Messi pidió la pelota como quien se ofrece voluntario para una aventura juvenil. Bajo las luces algo tenues del estadio de La Portada lo que sucedió fue lo más parecido a un intercambio colegial en el parque. Con los dos equipos fracturados por la mitad, los centrales expuestos al mano a mano y los atacantes corriendo al arbitrio de su intuición, lo que sucedió fue muy jugoso para los aficionados. Fintas, carreras, pases, remates, paradas, carreras, pases, remates, paradas… Nadie bajaba a ayudar a nadie. Todos se la jugaban y la fatiga causaba estragos de orden táctico. Cuando el Tata mandó los cambios solo echó más leña al fuego: Pastore y Agüero por Tévez e Higuaín, primero; luego Banega por Biglia. Cambios para no cambiar absolutamente nada de lo que se pretendía.
Messi y Di María estuvieron a un centímetro de agrandar la distancia. Pero se impuso Paraguay. Por las buenas y por las bravas. Empujando. Presionando. Provocando faltas y córnes que obligaron a Mascherano y a Romero a desgañitarse reclamando atención. Argentina estaba a punto de celebrar la victoria cuando recibió el mazazo. Falta frontal de Ortigoza, descarga de Silva, barrido, despiste de los argentinos que debían vigilar, y Lucas Barrios que aparece desde atrás para fusilar. En el minuto 90. Así empató Paraguay al primer candidato a llevarse la Copa América de Chile. Después de uno de los mejores ratos que este juego brindará a la hinchada en este torneo. El día que Argentina no ganó pero, por lo menos, se recreó. El día que Paraguay fracasó con Ramón Díaz y recuperó el orgullo con sus futbolistas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.