Italia descubre a su nuevo Coppi: Davide Formolo

“La nariz triste como una subida”, le canta Paolo Conte a Gino Bartali y la subida, claro, es el Abetone, la ascensión a los 1.400 metros que marcan la frontera entre Toscana y la provincia de Módena. Para abrir la vía, en el siglo XVIII, los ingenieros debieron talar abetos inmensos, para empezar a escribir su leyenda, en 1940, en el Giro que terminó la víspera de que Italia entrara en guerra, Fausto Coppi debió traicionar allí a su jefe en el equipo Legnano, Gino Bartali, que llegó a Módena, el final de la etapa, destrozado: el joven Coppi, un debutante de 20 años, comenzaba a destronarlo.

Davide Formolo tiene también 22 años y las piernas interminables de Coppi, y mayor impaciencia si cabe. El joven debutante en el Giro no esperó al Abetone, que afronta el miércoles el Giro de 2015, su primer final de etapa en alto, sino que ya salió a la luz la víspera, el martes caluroso en Le Cinque Terre, la comarca remota y aislada pegada al mar sobre el que cae a pico desde las colinas salvajes que recorrió la etapa, un sube y baja continuo sin un metro plano, a tal velocidad, con tal intensidad, que parecía que no había día siguiente. Allí, Formolo mostró a todo el mundo porque los aficionados italianos hablan y no paran de él, como si fuera el Mesías, el nuevo Coppi, desde hace más de un año. Formolo, de las tierras veronesas de Valpolicella, alto (1,83m) y delgado como un alfiler, empezó a montar en bicicleta para descubrir la libertad, que en su infancia consistía en robarle los melocotones al granjero del pueblo de al lado. Como profesional, la libertad consiste en ganar, en destacar. El año pasado, con 21 añitos y neoprofesional, solo le pudo Vincenzo Nibali en el campeonato de Italia; este, ha comenzado el Giro como quien quiere dejar rápido, rápido, su sello imborrable.

La subida de Biassa, a 11 kilómetros de la llegada, 323 metros verticales sobre las playas de La Spezia, ni es larga ni es triste. Son 3,5 kilómetros empinados, al más del 10% el último kilómetro, en los que Formolo, que iba en la fuga de Kreuziger, la que destrozó al pelotón de los grandes, dejándolo en apenas dos docenas, atacó y ganó; en la que Fabio Aru, el joven italiano que quiere coronarse antes de que lo destrone el jovencísimo, atacó para culminar la extraordinaria estrategia agresiva de su Astana. En persecución de Kreuziger (el hombre de Alberto Contador, el checo que se infiltró para descargar de trabajo a su equipo) y su fuga de más de una docena de corredores (y Chaves, el colombiano que llega, también estaba allí, y también Amador y Visconti, del Movistar), el Astana llevó al pelotón como los jinetes del pony exprés llevaban a sus caballos, al galope infinito hasta dejarles sin resuello. Y llegado el momento del Biassa, Aru, impaciente como todos los jóvenes, atacó. Descubrió que Contador y Richie Porte están fuertes y atentos: aguantaron sin problemas, casi silbando. Rigo Urán descubrió que no es el del año pasado (perdió 42 segundos en un suspiro) y que le costará ser rival; Beñat Intxausti, a más de nueve minutos, empezó a olvidarse de quedar entre los 10 primeros. Zakarin, el ruso mágico del Tour de Romandía, perdió más de 17minutos. Se trataba simplemente de la cuarta de las 21 etapas.

Los italianos, inventores de la táctica, dicen que el partido de fútbol perfecto es el que termina 0-0. Demos gracias a Dios porque en su ciclismo hayan existido Bartali y Coppi, que enseñaron que el ciclismo perfecto es el del ciclista que no tiene miedo a atacar y quedarse solo en cabeza, aunque le cueste la derrota. Y porque cada año nazcan jóvenes impacientes que quieran imitarlos por encima de todas las cosas.