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Nadal, la victoria del sufrimiento

El español, con calambres y atendido por el médico, apura cinco sets ante el estadounidense Tim Smyczek (112º del ranking) y llega a la tercera ronda

Juan José Mateo
Rafa Nadal celebra su victoria ante el norteamericano Tim Smyczek.
Rafa Nadal celebra su victoria ante el norteamericano Tim Smyczek.Hannah Peters (Getty)

Las grandes historias se construyen con capítulos pequeños. Con calambres, atendido por el médico, y reclamando constantemente toallas cargadas de hielo para enfriarse el cuerpo, Rafael Nadal apuró más de cuatro horas para eliminar al desconocido Tim Smyczek en segunda ronda del Abierto de Australia (6-2, 3-6, 6-7, 6-3 y 7-5). Fue una victoria arrancada con dolor, conquistada desde el sufrimiento, dura y peleada. Allí donde se esperaba un paseo militar, los evidentes problemas físicos del español y la valentía del estadounidense, fenomenal en el juego de fondo, depararon una guerra de trincheras en la que el número tres mundial a punto estuvo de caer derrotado frente al 112. Nadal jugó entre tinieblas, tan oscurecido por sus problemas y el talento del contrario como para desaprovechar su saque para firmar la tercera manga y luego tres bolas de partido. Cuando termine su carrera, se recordarán los títulos conquistados y quizás se olvidarán partidos como este, en rondas menores, que son los que han construido su historia: no hay tenista que gane tantos duelos jugando mal; ninguno es tan capaz de superar sus límites en la adversidad; no hay otro competidor tan refractario a los problemas y las excusas.

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“Ha sido una noche muy dura”, dijo Nadal, que felicitó a su contrario y le calificó de “caballero”, porque el estadounidense le permitió volver a servir con primer saque en el último juego del duelo después de que el grito de un espectador le molestara y le hiciera fallar. “Tuve malas sensaciones. Empecé a tener calambres. No sé lo que ha pasado”, añadió. “Es lo normal tras tanto tiempo fuera del circuito. Hay que aceptar estas situaciones hasta volver al nivel correcto”.

El español compitió empapado en sudor, moviéndose pesadamente y sin golpear con precisión. Cansado. Irreconocible. Atacable. Vulnerable. Sin fuerza. Sin velocidad. Sin ritmo. Viéndose sin posibilidades de dominar desde la línea de fondo, su gran especialidad, el español intentó asaltar la red para examinar si a Smyczek le entraba un ataque de vértigo ante la figura del campeón lanzado a por el duelo. El estadounidense no tembló. Al español le faltó acierto. Nunca le acompañó el saque (tres dobles faltas en otros tantos puntos de break). Jamás encontró la chispa en las piernas que necesita para buscar los restos. Una vez finiquitado el primer set, en el que se pudo observar la distancia sideral que separa a ambos tenistas en circunstancias normales, jamás fue un Nadal reconocible.

El español compitió empapado en sudor, moviéndose pesadamente y sin golpear con precisión

Valga un ejemplo. Tras mil sufrimientos, el número tres mundial sacó para ganar la tercera manga. Ese juego era el partido, porque la desventaja de dos sets a uno era un Himalaya para Smyczek. Nadal ni se acercó a lograrlo. Se vio abocado al tie-break. Allí, el estadounidense jugó como los valientes, a todo o nada, y sumó el set contra toda lógica. En toda su carrera solo había ganado seis desempates. El séptimo llegó contra un campeón de 14 títulos del Grand Slam. Una señal más de que algo no marchaba en la raqueta del español, de siempre un tenista decidido, apasionado y contundente. En Melbourne, las heroicidades, los tiros imposibles y las decisiones tomadas con corazón de león fueron del estadounidense.

No hubo casi puños cerrados, casi no hubo demostraciones de alegría, tras cada punto ganado con sangre, sudor y lágrimas apenas se escuchó un débil “¡vamos!”. El número tres mundial, que intenta convertirse en el primer tenista capaz de ganar al menos dos veces todos los grandes en la Era Abierta (desde 1968), procuró guardar el máximo de energía posible para lo realmente importante. Para sufrir. Para pelear. Para luchar por mantenerse vivo en el torneo en el que acumula más contratiempos.

No hubo casi puños cerrados, casi no hubo demostraciones de alegría. El número tres mundial procuró guardar fuerzas para sufrir y pelear. Y lo hizo

Y sufrió. Y peleó. Y luchó mientras se le escapaba entre los dedos el partido merced a sus dobles faltas (siete), sus errores no forzados y los tiros ganadores del contrario (64), que nacieron de la mezcla de la inspiración de Smyczek y de sus propias bolas cortas, una invitación al golpeo. El estadounidense, además, supo presionar muy bien al español en sus momentos de duda.

El reloj, sin embargo, pareció darle aire al favorito y quitárselo al aspirante. Pasadas las tres horas de combate, Nadal empezó a recuperar el color y Smyczek comenzó a perderlo. El español había llegado hasta ahí sin primer saque, y comenzaron a entrarle. El estadounidense se había plantado en esa etapa dejándose el alma en cada peloteo, y empezó a pagarlo. Ahí, en el infierno de la quinta manga, el número tres volvió a demostrar que es de los mejores tenistas de la historia caminando sobre las llamas. Nadal se había visto 21 veces en una quinta manga (solo cinco derrotas). Smyczek, 3 (una). El español, que ahora jugará con el israelí Sela, no solo impuso su experiencia frente al estadounidense, que llegó a restar para ganar el partido: una vez más, su cabeza volvió a llevarle a donde no podía ir solo su cuerpo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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