La nueva Beitia salta más que nunca
La cántabra supera por primera vez los dos metros en una gran competición y suma su segundo oro
Lleva tantos años saltando Ruth Beitia, y tan bien, que aparte de haberse convertido a los 35 años en una reputada coleccionista de medallas, y ya lleva 11 en grandes competiciones europeas y mundiales al aire libre y en pista cubierta, también ha ido acumulando, casi sin querer, adjetivo tras adjetivo hasta hacerse casi un diccionario de sinónimos con las piernas muy largas: inoxidable, infatigable, eterna, campeona, grande, longeva, intocable, magnífica, más grande aún, la más grande...
Lo que quieran. Pero, sin borrar ninguno de los anteriores, en su repertorio adjetival faltaba uno, como recordaba Ramón Cid, un técnico enamorado de todos los saltadores porque sí y de Beitia porque también. "Ruth", dice el seleccionador español, "siempre era la buena de la película, de la que se aprovechaban otras. Sabían las demás que empezaba muy bien pero, llegado el momento, Ruth fallaba y ellas la asesinaban. Ahora, la cabrona, la malvada es ella". Y el otro Ramón en la vida de la saltadora cántabra, el gran Ramón de su vida, Ramón Torralbo, su entrenador desde hace 24 años ("y el año que viene, haremos la tournée de las bodas de plata", anuncia Beitia, desde la altura de la felicidad intocable que acompañó a su victoria, su segundo oro europeo consecutivo al aire libre, su salto de 2,01m que obligó a cerrar la boca a todos los que podían pensar que sería una final devaluada, sin las grandes Chicherova y Vlasic), asiente y certifica.
A lo largo de 24 años de carrera deportiva, Beitia ha conseguido once medallas internacionales
"Antes, Ruth podía empezar muy bien e ir muy bien, pero cuando cometía el primer nulo se venía abajo, y ahora es todo lo contrario, el siguiente intento lo hace mejor que ninguno", dice Torralbo, a quien por primera vez en su vida, y así lo reconoció él mismo, se le saltaron las lágrimas de emoción. Tan cargado de sentimientos fue lo que ocurrió ante la colchoneta y el listón del Letzigrund a la hora de la siesta. "No las tenía todas conmigo. En su primer salto de calentamiento estuvo magnífica, pero en el segundo, la vi mal, como si le temblaran las piernas, y empecé a temer. No la veía a gusto, por eso sufrí, y por eso la explosión sentimental, y el abrazo quizás más abrazo que nunca por eso justamente".
A esa hora, y con solo, Ruth Beitia la buena se ha convertido en Beitia la malvada. Como icono del atletismo español de la última época que es, la referencia que todos quieren imitar, la cántabra es el foco de uno de esos cada vez más raros momentos de éxtasis colectivo. Diana Martín ha ganado el bronce y corre a abrazarse a la saltadora, y un poco más allá, como un eco triunfal, en el foso de longitud, Cáceres, aún saltarín feliz, acaba de saltar 8,11 metros en su segundo intento. Y pese a todo ello, Beitia se serena, encara el listón y supera a la primera 1,97m.
"Ruth", dice el seleccionador español, "siempre era la buena de la película, de la que se aprovechaban otras"
La limpieza clara del salto no la coloca, sin embargo, la primera, pues arrastra un nulo desde la temprana altura de 1,90m ("un nulo que me vino muy bien, para recordarme dónde estaba, para no confiarme pensando que estaba todo chupado", dijo), y un nulo después en el primer intento sobre 1,99m, tampoco ayuda a su clasificación, pero sí a su conversión en malvada, en fría asesina que clava el cuchillo por la espalda a quienes se creen sanas y salvas. El nulo en 1,99m ("me veía con problemas de espacio", dijo, "me veía enseguida encima del listón, y retrasé un poco mi marca en el suelo") parecía condenarla al bronce, pues brillantes saltaban las jóvenes con las que ahora tiene que partirse la cara: frente a sus dos nulos, la rusa Mariya Kuchina, de 21 años, llegaba virgen a esa altura, y la croata Ana Simic, la heredera de Vlasic, con solo uno. Y la Beitia de otros años, la de antes de su primera retirada tras el cuarto puesto de los Juegos de Londres, la de antes de lo que ella denomina "la gran prórroga que me ha dado el atletismo", seguramente se habría quedado ahí, de bronce, tercera. Y en esas circunstancias, casi de morir o matar, se enfrentó al listón situado a 2,01m, la altura ante la que siempre en su vida había fracasado en un campeonato, la altura en la que la Ruth buenaza siempre tropezaba para jolgorio de la malvadas varias que la maltrataban: Vlasic, Chicherova, Hellebaut, Friedrich, Barret, Sjolina... La única vez que había saltado 2 metros justos ante la oportunidad de una gran medalla fue en los Juegos de Londres, y acabó cuarta.
Mis rivales han podido aprender que no hay que vender la piel del oso antes de matarlo" Ruth Beitia. Saltadora
Y en esas circunstancias, ante 2,01m, la altura que daba el caché a la competición, además, la nueva Ruth, que es también la de siempre, la que resiste sin fallar en ningún campeonato mientras todas las de su generación se rompen, se aburren, se retiran, saltó a la primera los 2,01m, clavó el cuchillo de tal manera a sus rivales que todas fallaron.
"Han podido aprender que no hay que vender la piel del oso antes de matarlo", dijo. Y ganó en solitario, como las campeonas grandes, y todos los adjetivos que le quieran añadir. Con 2,01m, la mejor marca mundial del año. "Las lesiones forman parte de la carrera", dice, hablando de las ausentes la que casi nunca se lesiona. "Yo no me lesiono porque trabajo mucho la prevención". "No se lesiona", añade su Ramón Torralbo, "porque tiene también un físico privilegiado".
A Beitia le habría encantado cerrar su gran experiencia de Zúrich con un salto con doble valor. Si saltaba 2,03m, y se veía en condiciones de conseguirlo, lograría a la vez igualar el récord de los campeonatos y lograr la mejor marca de su vida. Cargada de ganas pero descargada de tensión competitiva, Beitia no puso con la altura. Pero tampoco eso la frustró. "Campeona de Europa, 2,01 a la primera por primera vez en mi vida, Ramón en la grada... ¿Qué más puedo pedir a mis 35 años?"
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