Campanal II, el coco del Madrid
Un recuerdo del único central español que le quitaba el sueño a Di Stéfano
Repasando revistas antiguas, topé con una entrevista a Di Stéfano en El Gráfico, mítico semanario argentino. Le preguntaban por los defensas centrales de España:
—En España hay muy buenos defensas centrales, como Garay, Parra... Pero cuando me tengo que enfrentar siempre a ellos, suelo dormir bien la noche antes. Sin embargo, cuando tengo que jugar contra Campanal no puedo conciliar el sueño.
Una vez le pregunté por él a Kopa, y enarcó las cejas:
—¿Campanal? ¡La catastrof!
Marcelino Campanal, Campanal II en sus inicios, se llamó así en honor a su tío materno, delantero centro de la delantera sevillista conocida como Los Stuka: López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal. Huérfano de guerra, su madre le mandó a Sevilla, con su tío. Ni uno ni otro se llamaban Campanal. Ese nombre era el de una marca de fabadas de la familia. Campanal I se llamaba en realidad Guillermo González, y Campanal II, Marcelino Vaquero González. Pero entre ambos hicieron de aquella vieja marca de fabadas una palabra con resonancias de leyenda futbolística.
Ni él ni su tío se llamaban Campanal. Ese nombre era el de una marca de fabadas de la familia
Si Guillermo Campanal, Campanal I, fue un gran delantero centro, su sobrino, Campanal II, fue un defensa de rompe y rasga, espléndido jugador, atleta superdotado que no despuntó en esta modalidad deportiva porque no se dedicó a ella. Le midieron 10,8s en 100 metros lisos y 7,25m en longitud, registros que en su momento le hubieran dado sendos récords de España. Se discutía si en 60 metros ganaría Gento o ganaría él, pero nadie discutía su superioridad en el salto sobre cualquier otro, porque tal cosa se podía comprobar palmariamente en las fotos, en las que se le veía siempre dominando a cualquiera con la misma superioridad que mostró años después Santillana: la cadera, o incluso las rodillas, a la altura de la cabeza del rival.
Era un tipo caliente, un camión sin frenos, un bravo dispuesto a dejarse el último centímetro cuadrado de piel en cualquier jugada. Ganador. O el que nunca se entrega en caso de derrota. Tanto carácter le costó una vez dos días de prisión en Portugal, hecho sin precedentes ni consecuentes, que yo conozca. Fue con ocasión de un partido amistoso en Oporto, que no lo fue tanto. El Oporto esperaba en aquel partido al Sevilla con sangre en el ojo, por la lesión grave pocos días antes de su jugador Duarte en partido jugado contra el Espanyol. Poco tenía que ver el Sevilla en aquello, pero la rivalidad hispano-lusa, muy latente en aquellos años, cargó de tensión el partido. Avanzada la segunda parte, un salto del lateral sevillista Santín, sobre el extremo izquierda portugués, Morais, desencadenó la tormenta. Teixeira, delantero centro portugués, acudió a agredir a Santín y allí se lió la de San Quintín.
Saltó la policía, el árbitro dio por terminado el partido y todo el Sevilla ganó el túnel salvo Campanal, que se hizo con un banderín de córner y no dejó títere con cabeza. Atacado por todos, público, policía y jugadores del Oporto supervivientes, se refugió en el rincón de una portería para protegerse con la red y que no le atacaran por detrás. Cuando por fin fue reducido, le llevaron a un calabozo, donde pasó dos días, hasta ser rescatado previo pago de una fuerte multa y con la intervención del embajador de España en Portugal, a la sazón José Ibáñez, sucesor en el cargo de Nicolás Franco.
Pero estaba con el Sevilla y el Madrid. Se enfrentaron en la tercera Copa de Europa, temporada 57-58. El Madrid había ganado el curso anterior Liga y Copa de Europa. Participaba como campeón de Europa. Su plaza como campeón de Liga corrió a favor del Sevilla, segundo en la Liga 56-57. El Sevilla había alcanzado esa plaza gracias a la buena mano de Helenio Herrera, pero este ya se había ido, y nada era lo mismo. Con todo, el Sevilla avanzó eliminatorias hasta cuartos de final, cuando choca con el Madrid. Poco antes han jugado en la Liga, en el Sánchez Pizjuán, y ha ganado el Sevilla 3-2.
El partido del Bernabéu se juega con pasión por ambas partes, y con el fútbol encendido. Es el primer choque entre dos equipos españoles en Europa. Al descanso se llega 2-0 y el segundo gol del Madrid es de antología, con un centro de Gento desde la izquierda que dejan pasar entre las piernas Di Stéfano y Marsal y finalmente Kopa remata a gol. Quizá el tanto más bonito del Madrid en aquel serial de las cinco primeras copas. En la segunda parte, el Sevilla defiende el fondo sur, helado, porque allí nunca daba el sol y estábamos a 23 de enero. El marcador se eleva hasta el 8-0. Con el 4-0, hay una bronca. Campanal pega a Marsal, el árbitro expulsa a los dos. Luego se sabrá que Marsal había escupido al sevillista.
La vuelta la gana el Sevilla 2-0. El Madrid sigue. Será campeón por tercera vez consecutiva. Queda sangre en el ojo.
El último día de agosto de ese mismo año vuelven a enfrentarse en el Trofeo Carranza. El Sevilla había ganado las tres primeras ediciones del Trofeo, que iba a más. Ya era un cuadrangular. Tras ganar respectivamente al Roma y al Austria de Viena, Sevilla y Madrid juegan la final en un ambiente apasionado. Está delante el Madrid 1-0, con gol de Di Stéfano, cuando al borde del descanso se desencadenan unos incidentes tremendos. En respuesta a una entrada de Marquitos a Arza, Campanal replica con otra tremenda a Santisteban, frágil medio madridista, en edad aún casi juvenil, y tenido por algo así como el benjamín por todo el equipo. El árbitro, Blanco Pérez expulsa a Campanal, pero este se niega a irse, porque aduce que antes debió ser expulsado Marquitos. (Para la época, sin tarjetas, las expulsiones directas, aunque contempladas por el reglamento, eran poco frecuentes).
“Eran buenos, pero se quejaban mucho. No lesioné a ninguno”, recordaba el sevillista de los madridistas
Era el minuto 42. El árbitro decreta el descanso, a ver si así se calman los ánimos. Pero la tensión no baja. El Sevilla exige que juegue Campanal la segunda parte, el árbitro se niega. El Sevilla exige entonces que cuando menos se le permita sustituirle. Acaba por bajar el propio Santiago Bernabéu al vestuario, donde hay una negociación con el presidente del Sevilla, Ramón de Carranza, y su hermano, el alcalde de Cádiz, José León de Carranza, hijos ambos del hombre en cuya memoria se disputaba el trofeo. Al final, Bernabéu accede y el Sevilla sustituye a Campanal por Pepín. La segunda mitad se jugó 11 contra 11. El descano se alargó inusualmente, como es de suponer.
(La leyenda suele cambiar estos hechos y traducirlos en que el Madrid, en la persona de Bernabéu o Di Stéfano, según las versiones, expulsó a Campanal. Basta leer los periódicos del día siguiente para certificar lo que pasó).
El público sevillista, que era mayoría, la tomó con Di Stéfano, coreando un canto en su contra, a lo que él respondió moviendo los índices como si dirigiera la orquesta. Gento marcó otro gol y el Madrid ganó 2-0.
Hoy, Campanal vive feliz en su Asturias natal. Acumula ya más de 100 medallas de oro en campeonatos de atletismo de veteranos. Aun con una rodilla hecha polvo, hace marcas estimables en velocidad, salto y lanzamientos. Y recuerda con cariño aquellos buenos viejos tiempos. No hace mucho hablé con él de estas cosas:
—Eran buenos, pero se quejaban mucho. No lesioné a ninguno. Y la lesión más grave que yo tuve fue en un choque con Gento.
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