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Los chicos de Ipanema

Holanda vive una concentración relajada y en familia en un exclusivo hotel de Río

Klaas, Huntelaar y Krul.
Klaas, Huntelaar y Krul. Ricardo Moraes (Reuters)

Los turistas se frotaban los ojos: aquellos que juegan a la pelota en plena playa, a cinco metros del agua, ¿no son Robben, Sneijder y Kluivert? La selección de Holanda vive un momento dulce. Acompañada por sus familias, la delegación ha convertido Ipanema en un área de esparcimiento y ha encontrado en la acomodada zona sur de Río de Janeiro un ecosistema idóneo para relajarse en las tardes libres e integrarse con una ciudadanía que después de tantas dudas y tantas quejas se ha volcado con la Copa. Los oranje tienen vistas al mar, salen a cenar por la ciudad en grupos, juegan al fut-volley y a las palas, se bañan en la playa. Sus hijos están en los campos de entrenamiento de Gávea y tocan el balón. Las imágenes desenfadadas de la selección más goleadora del torneo (junto con Colombia) llevan coloreando las páginas de la prensa local durante todo el mes.

Cuando salen del exclusivo hotel Caesar hay una nube de aficionados esperando un autógrafo o un selfie. Han visitado el Cristo Redentor y el Pan de Azúcar, y han disfrutado de cuatro días festivos. “Con respecto a la atmósfera de la Eurocopa 2012, es como el día y la noche”, dice Sneijder. “Tengo la impresión de revivir el Mundial 2010, donde el ambiente también fue muy bueno”.

“Es gratificante poder verse en familia con las esposas e hijos tras los partidos”, dice Kuyt

Holanda se aproxima a su cuarta final mundialista con el estigma de haber perdido las tres anteriores (incluida la de 2010). No se ha dejado hasta ahora consumir por esa responsabilidad. Van Gaal ha logrado unir a un equipo que hace dos años (bajo la dirección de Bert Van Marwijk) parecía deshilachado. El guardameta suplente Krul, héroe de los cuartos, es el jugador número 21 utilizado por el próximo entrenador del Manchester United en esta Copa. “Somos todos un equipo; un equipo con un objetivo”, señala el extremo Dirk Kuyt.

La lucha de egos han sido un factor constante en la historia de la selección holandesa. Todavía se recuerda la Eurocopa de 1996, cuando Davids calificó de “inútil” en una rueda de prensa al seleccionador, Guus Hiddink, y le acusó de “dejarse manipular por los hermanos De Boer y Bergkamp” antes de ser expulsado de la concentración. La generación dorada formada por Bergkamp, Kluivert (hoy asistente de Van Gaal) y Seedorf, entre otros, nunca ganó un torneo: su extraordinario potencial era sistemáticamente socavado por jugadores con un orgullo tan grande como su talento.

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Ni siquiera el lesionado De Jong, imprescindible perro de presa en la alineación holandesa, abandonó la concentración para regresar a su país. Colabora desde la banda, trata de recuperarse para el último partido y da consejos a los jóvenes, como su sustituto Daley Blind (hijo del segundo entrenador, el también exfutbolista Danny Blind). La mentalización holandesa es absoluta, pero ofrece una imagen bastante más relajada que la selección brasileña (encerrada a cal y canto en la granja Comary) o la propia Argentina, que sólo tras llegar a semifinales ha aflojado las tensiones generadas por su pobre juego. Para el extremo Kuyt, “la presencia regular de las parejas juega un papel importante. Es muy gratificante poder verse en familia con las esposas e hijos al día siguiente de los partidos”.

La playa de Ipanema ha ofrecido jugosas instantáneas, como encontrarse al profesor Arsène Wenger jugando al fut-volley con los ex internacionales franceses Karembeu, Djorkaeff y Lizarazu. Pero es Holanda quien se ha metido al barrio en el bolsillo. Pese al exceso de fotógrafos, han parecido ser felices en Río y sueñan con volver al hotel Caesar después de sus semifinales en São Paulo para preparar la final de Maracaná y aprovechar el explosivo momento de forma de Robben. “Ya sabemos lo que se siente al perder una Copa; ahora nos encantaría ganarla”, remata Kuyt.

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