“Los vómitos y las lágrimas liberan”
Psicólogos asocian las reacciones de los futbolistas a la autoexigencia y el estrés competitivo
Detrás de esa coraza protectora, de ese chasis de seguridad que en algunos casos transmite una imagen de arrogancia, existe el punto débil. La mente del futbolista, como la de todo individuo, esconde un pequeño reducto permeable al nerviosismo, la tensión y la ansiedad. Tres factores que se manifiestan con mayor agudeza en aquellas situaciones dotadas de un componente emocional elevado. En ocasiones, ante una circunstancia límite, el jugador también se derrumba. En el Mundial de Brasil, más allá de la pelota, millones de espectadores están siendo testigos de un espectáculo humano. La presión a la que están sometidos los futbolistas, unida al desgaste físico y la exigencia de la alta competición, ha deparado imágenes sobrecogedoras. Ahí están las lágrimas de Neymar, un chico de 22 años que soporta el peso de la sexta potencia del planeta en la espalda, los vómitos recurrentes de Messi o el llanto del veterano Julio César durante la tanda de penaltis frente a Chile.
La mente del jugador es tan importante como el perfil físico y técnico” Benito Floro, exentrenador del Real Madrid y el Villarreal
“Las reacciones que estamos viendo son una respuesta liberatoria. No se desmoronan, simplemente se produce una bajada de tensión y canalizan sus emociones de un modo concreto”, explica la psicóloga Patricia Ramírez, especialista en escarbar entre los rincones más profundos de la psique del deportista y que ha trabajado con varios equipos de fútbol. Las formas de exteriorizar los sentimientos, muy fluctuantes en un evento observado por todo el planeta, son muy diversas. “Las arcadas de Leo, por ejemplo, vienen porque la presión y la ansiedad tienen una sintomatología física. Afectan al sistema digestivo. En el momento en que vomita se queda tranquilo. Llorar o vomitar no es malo, sino todo lo contrario”, detalla Ramírez, que añade: “Se preparan toda la vida para un campeonato como este y sienten un nivel de responsabilidad muy alto. Perder les supone perder algo muy querido. Cuando el cerebro y el cuerpo entienden que pueden relajarse es cuando se exteriorizan esas manifestaciones”.
Para Benito Floro, expreparador del Real Madrid y uno de los precursores de la adaptación de la psicología a la metodología deportiva en España, la clave reside en aportar herramientas al jugador. “No le debes pedir nada más allá de lo que puede hacer porque si no le deprimes o le ahogas. Si su mente está bloqueada, ejecuta mal. Eso es lo que está ocurriendo. Brasil, por ejemplo, tiene prohibido perder. La presión nace en el ambiente y la explicación es el miedo. Las favoritas llegaron demasiado nerviosas. El origen del problema está en que se debe conocer el perfil psicológico del futbolista. Es tan importante como su calidad física o técnica. Había unos listillos que hace unos años se reían y se pensaban que esa labor se reducía a sentar al futbolista en un diván y hacerle un psicoanálisis, pero no es así”.
La igualdad exprime: cinco prórrogas y dos tandas de penaltis en los ocho enfrentamientos de los octavos
En el Mundial de Brasil, la igualdad ha llevado ese torrente de expresiones emocionales al límite. Hasta ahora, el margen competitivo entre una selección y otra es ínfimo. Así se explican el tuteo de Suiza a Argentina, el de Argelia hacia la todopoderosa Alemania, el tembleque de Holanda frente a México o la taquicardia de Brasil ante la insurgencia andina. Cinco prórrogas y dos tandas de penaltis dilucidaron siete de los ocho emparejamientos de octavos. Un registro que iguala el de 1938 y supera el récord de las cuatro prolongaciones de 1990. En ese torneo de Italia se disputaron un total de ocho prórrogas (dos más en cuartos y otras dos en semifinales). Hace cuatro años, en Sudáfrica, solo hubo cuatro partidos con tiempo añadido: dos en octavos, uno en cuartos y la final.
Jon Andoni Goikoetxea, integrante del dream team de Johan Cruyff, conoce bien el vértigo a ras de césped. Jugó sobre el alambre la final de la Copa de Europa de 1992 y celebró tres Ligas con un transistor en los oídos. “Es inevitable. Piensas en que son momentos que no vas a vivir más y te agarrotas. Arrastras a mucha gente. La presión y el agotamiento se juntan. Hay instantes en los que sientes mucha impotencia y acabas muerto, pero depende de cada jugador”, apunta el navarro, para el que hay un intangible esencial: “La madurez es muy importante. Neymar sólo tiene 22 años, es normal que llore. A veces nos distanciamos de la realidad. En Brasil la tradición pesa mucho, él es diferente y tiene que asumir una carga excesiva”.
La mente también juega. Es la otra cara del torneo, aquella que vulnera el blindaje sentimental de los jugadores. El tiovivo de las emociones.
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