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La gloria estaba a diez metros

Tony Martin estuvo escapado desde el primer kilómetro y se vino abajo en la recta final, donde fue engullido por el pelotón

Michael Morkov, celebra su victoria.
Michael Morkov, celebra su victoria.Javier Lizón (efe)

Sí, ganó Michael Morkov, un pistard danés, campeón del mundo en la modalidad americana, esos que se dan la mano como en las misas católicas cuando el cura ordena que hay que darse la paz. Sí, ganó Morkov, pero él sabe que no ganó. Sabe que llegó el primero, que no es lo mismo, aunque tenga lo oropeles del podio y el palmarés se alumbre de farolas y las manos se llenen de flores. Él llegó el primero, pero ganar, lo que se dice ganar, ganó Tony Martín, alcanzado a falta de diez metros cuando se había escapado en cuanto el sobaco de Javier Guillén, el director de la Vuelta, se chocó con la parte alta del brazo para dar el banderazo de salida en Guijuelo. Tratándose de pata negra, decidió Tony Martin hacer honor al cuello alto de su maillot, al sabor de la tierra, al olor de los campos, como toros bravos hartos de pastar y engordar para nada, y se lanzó, según dijo, en busca de compañeros de viaje... Lo intentó, valiente y descarado, Pinotti, pero se rindió al primer golpe, atravesado por el rayo de Tony Martin, desbocado, vertical y casi inquebrantable.

Era la preparación exacta para el Mundial de Florencia, en septiembre, y poder defender su título de bicampeón consecutivo. Frente a Cancellara. Mientras atravesaba los páramos, los secarrales, los campos, moviéndose entre el verde y el amarillo, con algunos, pocos, pantanos, Tony Martin solo pensaba en él.

El alemán resistía mientras el resto perdía el tiempo calculando cuándo los guardianes acabarían con la fuga

Y allí iba pensando, sintiendo que más tarde que temprano el pelotón se le tiraría al cuello, porque la etapa estaba apuntada para los sprinters, que caminaban bajo el sol pensando: “¿y qué hace ese loco poniendo a prueba su prestigio como si fuera un becario o un caza anuncios?”.

Todos pensaron lo mismo. Tony Marín estaba entrenándose para el Mundial. Y duraría 50 kilómetros, pero resulta que llevaba 7,20m. ¡Umm! Y llevaba 100 kilómetros y aquello bajaba muy poco, porque el alemán resistía mientras el resto perdía el tiempo calculando cuándo los guardianes acabarían con la fuga. Que si tú por tú habrás sido tú, que Tony Martín, el ilustre que tiraba los anillos, el cortesano, fue pensando y pensando que podía alcanzar no solo una victoria, sino grabar una estela en la Vuelta España de la forma más grandiosa posible: desde el kilómetro cero hasta la raya de meta. Viendo cómo el sátrapa de Morkov, en buena ley, y Cancellara, que los lanzó sin querer, se encontraron con la meta sin quererlo.

Un resignado Tony Martin saluda tras la carrera.
Un resignado Tony Martin saluda tras la carrera.JOSE JORDAN (afp)

Y fue el primero Morkov. Pero ganó Tony Martin, cuando se sintió, llegando a Cáceres, como su homónimo escocés cuando entonaba las canciones de Black Sabbath en Eternal idol, en el descontrol de una banda nacida para el descontrol. Porque descontrolado andaba el pelotón sin saber qué hacer, mientras el vocalista Tony Martin (el buen alemán), golpeaba el pedal por más y más que bajara la diferencia. Soñaba que las rotondas de Cáceres le diesen la vida. Y soñaba despierto porque aquello se acercaba a la épica, a la gloria del ciclismo, a la emoción que una burra puede darle a la carrera cuando hay ganas de llegar y no hay miedo a fracasar.

Y fracasó Tony Martin a 10 metros de la meta cuando la cabeza desorganizada del pelotón le superó sabiendo que cometían una herejía. Martín hizo una contrarreloj de 174,90 Km y la última cornada se la dio el pelotón al lado del burladero. Luego en el hotel quizás pensara, como la mayoría, que lo que cuenta es ganar, lo que queda en los archivos, pero lo importante es cómo se pierde, lo que se archiva en la memoria.

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