El compás de Movilla desmonta al Granada
El medio, ayudado por las eléctricas jugadas de Víctor Rodríguez, dirige la victoria del Zaragoza ante un rival sin ideas
Quiso siempre el Zaragoza y apenas pudo el Granada, salvo en los diez minutos finales, cuando un gol de El Arabi agitó un partido dominado totalmente por el conjunto aragonés, más hecho, mejor plantado, con las ideas claras. Un borrón final del Zaragoza que no puede poner en duda su victoria, pues fue mejor en todos los aspectos que un Granada sin alma, ofuscado en guerras internas y en donde jugadores destinados a marcar las diferencias apenas aparecen. Fue un choque donde despuntó el buen juego de Víctor Rodríguez, una joya de la Segunda B pescada por los técnicos del Zaragoza, y donde emergió la figura de uno de esos futbolistas eternos y con oficio a prueba de bomba. Se trata de Movilla, un veterano fascinante, capaz de mantenerse todo el partido con una tarjeta amarilla desde los 17 segundos, ofreciendo una lección de fútbol fácil y superlativo.
GRANADA, 1 – ZARAGOZA, 2
Granada: Toño; Nyom (Ighalo, m. 53), Íñigo López, Borja Gómez, Siqueira; Iriney, Mikel Rico; Torje (Angulo, m. 61), Orellana, Jaime (Juanma Ortiz, m. 12); y El Arabi. No utilizados: Roberto; Mainz, Lucena y Diakhaté.
Zaragoza: Roberto; Sapunaru, Loovens, Paredes, Abraham; Apoño, Movilla, Víctor Rodríguez (Oriol, m. 85); Zuculini (José Mari, m. 61), Postiga (Javi Álamo, m. 92) y Montañés. No utilizados: Leo Franco; Goni, Stefan y Ortí.
Goles: 1-0. M. 2. Postiga. 0-2. M. 27. Víctor Rodríguez. 1-2. M. 77. El Arabi.
Árbitro: Teixeira Vitienes. Expulsó con roja directa a Iriney (m. 72) y al técnico Manolo Jiménez (m. 87). Amonestó a Movilla, Postiga, Iriney, Nyom, Paredes, Íñigo López, Apoño, Juanma Ortiz y Orellana.
Unos 18.000 espectadores en Los Cármenes.
El conflicto abierto entre el Granada y el Ayuntamiento por el uso del estadio propició un escenario frío y dividido, ideal para que el Zaragoza desarrollara a la perfección su planteamiento. Tenía pinta el partido de convertirse en uno más de los muchos que se mueven en la Liga con tremenda igualdad, con dos equipos empeñados en la misma guerra, la de la subsistencia deportiva, pero muy pronto tomó color blanquiazul. Primero, por la extraña frialdad con la que el Granada afrontó un duelo de lo más importante. Y segundo, por el buen trabajo de un técnico como Manolo Jiménez. El entrenador andaluz, sin duda, gusta más por el fondo que por sus formas. Por eso la ubicación de Zuculini en la banda derecha desactivó las incursiones de Siqueira. Un tanto para el preparador, como la inclusión de Víctor Rodríguez en la mediapunta y no pegado al juez de línea. Interesante Víctor, con fútbol y pegada, que lanzó una falta al punto de penalti y Postiga, ante la desidia de la zaga del Granada, envió a gol.
Aprovechó bien el Zaragoza la debilidad del Granada, bien asentado en el fútbol pausado de Movilla y Apoño, con Víctor eléctrico, con las ideas mucho más claras que su rival, desnortado y sin soluciones. El propio Víctor aprovechó un despiste de Siqueira e hizo el segundo con un toque de calidad dentro del área. Así que Anquela recurrió a un recurso conocido en Granada. El empuje de Ighalo, que disputó sus primeros minutos después de regresar al conjunto andaluz desde el Udinese. El delantero, héroe del ascenso a Primera, removió el panorama, hasta entonces demasiado despejado para el Zaragoza. El encuentro pareció cerrado con la expulsión de Iriney, pero el futbol siempre guarda sorpresas, sucesos que raramente tienen cabida en la libreta de los entrenadores. Un saque de esquina muy mal defendido por la zaga del Zaragoza fue rematado a gol por El Arabi. Se trató de la única acción de mérito del fichaje más caro (cinco millones) en la historia del Granada. El tanto revolucionó los instantes finales, ofreciendo una emoción desconocida a lo largo de todo el partido, marcado a favor del equipo de Jiménez desde su inicio ante un Granada desbocado, impreciso y nervioso, que solo emergió en la revolución del final, donde Roberto sacó un voleón desde su campo de Íñigo López y Postiga, demasiado egoísta, no quiso apuntillar al contrincante.
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