El Madrid improvisa con el toque
Mourinho prueba con Kaká, Özil y Modric como mediapuntas y le arrebata el balón a un Celta impotente Ante las bajas en defensa, el portugués utiliza a Ramos y Essien en los laterales
Sucedió durante la temporada pasada y se repite ahora, como los ciclos estacionales. Al verano le siguió el otoño y cuando el campeonato se entibió, cuando no había nada importante que rascar, entró Kaká y endulzó la alineación del Madrid. Los aficionados recordarán aquellos buenos partidos de octubre y noviembre del año pasado, cuando el brasileño atravesó su último veranillo. La primera media hora del partido contra el Celta se pareció mucho a aquellas experiencias efímeras. En busca de soluciones que compensaran la epidemia de lesiones, Mourinho permitió que Xabi moviera la máquina en solitario y por delante dispuso un abanico de medias puntas. Kaká, Özil y Modric compusieron un paisaje extraño en un conjunto preparado desde hace años para la presión y la velocidad. El Madrid cambió los hombres y cambió el estilo. Del vértigo al toque. Se permitió una licencia coyuntural, seguramente alentado por las condiciones del visitante, bienintencionado pero frágil. El Celta es uno más en la multitud de clubes que deambulan por la Liga ajustándose como pueden a la economía de subsistencia.
REAL MADRID, 2 - CELTA, 0
Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Varane, Pepe, Essien; Xabi Alonso, Modric; Özil (Callejón, m. 72), Kaká (Di María, m. 46), Cristiano; e Higuaín (Benzema, m. 84). No utilizados: Adán; Albiol, Carvalho y Nacho.
Celta de Vigo: Sergio Álvarez; Hugo Mallo, Cabral, Túñez, Roberto Lago; Oubiña, Álex López, Cristian Bustos (Mario Bermejo, m. 52); Augusto (De Lucas, m. 78), Iago Aspas (Park, m. 59) y Kronh-Delhi. No utilizados: Javi Varas; Samuel, Bellvis y Toni.
Goles: 1-0. M. 12. Higuaín. 2-0. M. 68. Cristiano, de penalti.
Árbitro: Clos Gómez. Amonestó a Xabi Alonso, Cabral, Casillas, Sergio Ramos y Roberto Lago.
Unos 70.000 espectadores en el Bernabéu. Alberto Contador realizó el saque de honor.
Obligado a perseguir rivales que jugaban rápido y a un toque, el Celta, equipo acostumbrado a manejar la pelota, se precipitó en el menos familiar de los escenarios. No tuvo más remedio que agruparse atrás. Por momentos, el Madrid se entregó a algo parecido a la más libre de las improvisaciones. Cada cual ensayaba movimientos e incursiones a posiciones nuevas. Modric subía y no bajaba, Kaká jugaba a un toque, Cristiano ejercía de delantero centro, Higuaín de extremo, y Özil de lo que le daba la gana, que para eso le sobra clase e imaginación. El Celta no lograba salir de la cueva y daba lo mismo que Xabi se quedase solo en el medio porque sólo le atacaban de forma esporádica y atropellada. En caso de dificultad, Essien y Ramos, bien plantados en los laterales, se bastaron con su oficio para cortar los contragolpes de Aspas, Álex López o Augusto, los más alborotadores de sus oponentes.
El Madrid manejó el partido pero le faltó orden y profundidad. Sergio hizo dos paradas en la primera parte después de recibir el primer gol. Lo metió Higuaín de manera inesperada. Progresó el argentino por la banda izquierda, como un extremo, se marchó de Mallo y armó la zurda cuando se aproximaba a la línea de fondo. El remate parecía imposible de tan poco ángulo que tenía. Pero, desde lo alto de la grada, dio la impresión de que aquello fue, más que un centro, un tiro calculado. El balón describió una parábola y se metió por la escuadra del palo largo del meta céltico.
Mourinho cambió los hombres y cambió el estilo. Del vértigo pasó al pase
El 1-0 tuvo un efecto plomífero sobre el partido. El Madrid se entretuvo con la pelota. Tocó, tocó y tocó, y cuando perdió el balón dejó que el Celta se desplegara. Fue un ida y vuelta estéril. Cristiano mandó un tiro al larguero y erró un cabezazo a puerta vacía. En la otra portería, Aspas cruzó un tiro que Casillas desvió haciéndose de goma. El público asistió al espectáculo con suma frialdad, tal vez desconfiado de la trayectoria reciente del equipo. En la banda, Mourinho braceaba. Se volvía hacia Karanka y Rui Faria y rumiaba cosas, a disgusto. Como si lamentase la ausencia de fervor, de velocidad, de repliegues masivos, de pelotazos, de pasión por la vigilancia, y de remates, aunque fueran a cualquier parte. Tras el descanso se reveló el destino de su ira: Kaká se quedó en la ducha. Para el brasileño no debió ser una sorpresa. Ya sabe que, mientras no haga el partido de su vida, vivirá bajo sospecha.
El brasileño sufrió la ira de su técnico: en el descanso fue sustituido
El cambio de Kaká por Di María no tuvo mayores consecuencias. Para el público al menos, la noche discurrió igual de poco emocionante con uno que con otro. El Madrid aceleró y se precipitó un poco más, y Cristiano Ronaldo siguió sin ajustar la puntería, salvo en el penalti, que ejecutó con la habitual rotundidad. Lo provocó Özil, torpemente derribado por Cabral.
El Bernabéu, campo de gente sobria, se agitó menos con los goles que con la parada que Iker Casillas le hizo a Park. El coreano remató a bocajarro y el portero respondió con uno de sus misteriosos escorzos. La salvación de la mano de una velocidad inexplicable. Cosas de Casillas, cosas que alimentan un largo romance entre ídolo y afición. Desde el cráter del estadio Bernabéu se elevó el grito místico, respuesta oportuna al ruido que, últimamente, ha señalado al portero como culpable de una lista de vagos infundios: “¡Iiiikeerr…., Iiiikeeerrr…!”.
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