Alguien en quien confiar
“Piensa veloz, actúa veloz, juega veloz”
(Helenio Herrera)
“Quien no lo ha dado todo no ha dado nada”, aforismo futbolístico del cuaderno mágico de Helenio Herrera
Es propio del fútbol vivirlo con pasión. Lo extraordinario, en España, es poder vivirlo también con confianza. Esta selección ha propiciado una revolución situacionista: de la furia, casi siempre estéril, al deseo de jugar. Del sentimiento trágico del fútbol a lo real maravilloso. Se puede ganar, e incluso perder, y ser tranquilamente feliz. El derecho a soñar ya no se ejerce en la cancha gesticulando, sino con serenidad. La inteligencia, también en el campo de juego, ese gran tablero de ajedrez, es a la larga mucho más emocionante que una carga atolondrada de caballería. Ya pasó el tiempo en que en España hasta ganar era un drama.
Estamos inmersos, en lo demás, en un estado de desconfianza. En los últimos tiempos se ha utilizado mucho ese valor en la política, y en la economía, visto lo visto, a la confianza, al hecho de conseguirla, se le da un valor equivalente al patrón oro. La confianza es efímera, cuando no hay nada, o muy poco, detrás de la propaganda. La confianza que vale es la confianza básica, la que se gana a pulso, sea en un gobierno o en el bar de la esquina. Si hay hoy en día una institución en España que ofrezca una confianza de ese tipo es la selección de Del Bosque. No figura en el Barómetro de Confianza Institucional, pero se debe a un error demoscópico. De incluirla, aparecería con médicos, científicos y profesores de la enseñanza pública, los más valorados por la población. Eso no significa que los gobernantes, como algunos asesores pelotudos les hacen creer, puedan aprovecharse de un triunfo deportivo. Getulio Vargas, en su etapa de dictador brasileño, se empeñó él mismo en designar la alineación del equipo nacional. Una desgracia para el equipo, para el país y para Vargas.
Para obtener esa confianza básica, que ha cambiado el modo de ver el fútbol de la selección en España, ha sido decisivo ganar títulos que parecían inalcanzables, ¿pero ha sido ese ganar lo único importante?
Se cuenta de Helenio Herrera que, siendo entrenador del Inter de Milán, llegó a sancionar a un jugador por haber dado lugar a un titular de prensa en el que decía simplemente “vamos a jugar en Roma” en lugar de la típica proclama “¡vamos a ganar en Roma!”. Me acordé de esta historia, y del mago HH, que fue seleccionador de Francia, España e Italia, por la frase de fuste del capitán Casillas, que no solo lucía de blasón para afrontar victoriosos la final con Italia, sino que parecía querer definir el carácter de este equipo ya histórico: “Somos una generación educada para ganar”. Juro que, por una vez, he tenido que releer, pues yo había entendido a la primera: “Somos una generación educada para jugar”.
El optar por una palabra o por la otra no es una cuestión teológica, pero sí puede ser esclarecedora para entender las posiciones en el Baremo de Confianza. ¿Es importante o no distinguir entre el salir a ganar o el salir a jugar? Parte de los desastres a los que asistimos tienen mucho que ver con esa confusión de que lo único que puntúa es ganar y que incluso se puede ganar, y mucho, sin saber jugar. Así se cebó la bomba inmobiliaria.
Anécdota romana aparte, Helenio Herrera era un sabio con una vida de película. Ramón Chao escribió no hace mucho una asombrosa evocación en Le Monde Diplomatique. Su obsesión por ganar era parte de su equipaje vital, esa maleta de emigrante en la que había nacido y con la que pateó la Europa de postguerra. Lo que nos da confianza en la generación de Casillas es que parece haber sido educada para jugar. Para el placer de jugar. Esa confianza básica. Y así, poder ganar. O dicho con otro aforismo futbolístico del cuaderno mágico de HH: “Quien no lo ha dado todo no ha dado nada”.
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