Nadie sufre como el Chelsea
El equipo de Di Matteo, basado en el cerrojo y la contra, se fía al ejercicio defensivo y al remate esporádico
Equipo configurado en su día a golpe de talonario para destruir al rival, el Chelsea se contenta ahora con sufrir, con desgastar al oponente en un ejercicio defensivo bien intenso y contrarrestar al contragolpe. Se le ha atragantado la transición a los blues durante el año, hasta el punto de que el presidente Roman Abramóvich entró en el vestuario en marzo para despedir al técnico al mismo tiempo que advertía que la culpa era de los jugadores. Fue todo un acicate porque les hirió en su orgullo, porque desde entonces han aguantado el tirón del Nápoles, Benfica y Barcelona, siempre con el agua al cuello, pero siempre victoriosos.
Para batirse con el Bayern, el técnico Di Matteo cuenta con bajas capitales como Terry, Ivanovic, Meireles y Ramires, titulares todos. Pero la Orejona, el gran sueño del magnate ruso, vuelve a estar a un solo escalón. Es la oportunidad para que el maldito penalti de Terry y luego de Anelka –que fallaron ante el Manchester United en la final de 2008- no sean penas eternas.
Di Matteo. Entrenador. Suiza (1970). Hombro sobre el que llorar para los repudiados de Villas-Boas, el técnico dio un salto y cogió el relevo con la idea clara de recobrar la versión original del Chelsea, esa que se define por el contragolpe y la pegada, más que por la circulación y el juego de posesión. Con Di Matteo en el banquillo se reprobó el cambio generacional para dar continuidad a los futbolistas consagrados y con arrugas, algo que ha corto plazo y en eliminatorias ha funcionado de maravilla, pero que no parece tener demasiado futuro, sobre todo porque en la Premier se han visto sobrepasados. Ha conseguido la estabilidad y la unión, lo que se reclamaba para validar la peligrosidad de unos futbolistas que nunca olvidaron cómo jugar a esto.
Cech. Portero. República Checa (1982). Pocos guardametas hay más seguros que el tallo de Cech (1,97 metros), sobrio y sin una palomita de más, solo llamativo porque comparece con un casco azul de neopreno en la cabeza desde que un delantero del Reading (Hunt) le clavara en 2007 la rodilla y le rompiera el cráneo. “No juega para los fotógrafos”, declaró en su día Mourinho, cuando gobernaba en Stamford Bridge. Circunstancia que no impide su fiabilidad tanto en los balones aéreos como rasos, también estupendo en el uno contra uno. No se le adivinan apenas puntos flacos, más allá de cierta torpeza en el pase con los pies, algo extraño si se tiene en cuenta que empezó como extremo izquierdo –es zurdo- en el Viktoria Plzen, checo. Cech está ahora en un momento óptimo porque con Di Matteo la zaga le da la mano y los rivales le prueban, sobre todo, desde lejos. Nada mejor para sus reflejos. Héroe en todas las eliminatorias europeas del curso, parte del triunfo final está en sus guantes.
Bosingwa. Lateral derecho. República Democrática del Congo (1982). Congolés de nacimiento, sus padres emigraron pronto a Portugal, donde se nacionalizó y defendió la elástica lusa hasta el verano pasado, cuando se enfrentó dialécticamente con el técnico Paulo Bento –“es un entrenador conflictivo, sin la capacidad emocional y mental para liderar un grupo de hombres”, explotó- y renunció definitivamente. Constante en el marcaje, este zaguero, suplente de Ivanovic, es de lo más fogoso a la hora de atacar la banda. Corre sin freno, pisa la línea de fondo y centra con intención, pero también sufre tremendas desconexiones y pájaras a sus espaldas y le cuesta corregirse cuando le atacan su perfil malo; dos agujeros a subsanar porque puede bailar con Ribéry.
David Luiz. Central. Brasil (1987). Vehemente en todas las facetas del juego, el eje de la defensa del Chelsea parece jugar en combustión. Un acierto porque en muchas ocasiones se anticipa a la jugada, porque no renuncia al choque, porque se corrige con presteza. Pero también una flaqueza porque sale de sitio en demasiadas ocasiones, porque tácticamente hace ingobernable la línea y porque descompone la presión. Estupendo por arriba, le cuesta enlazar el pase con la siguiente línea, pero no lanzar cambios de orientación precisos. Capaz de lo mejor y de lo peor, parece hecho para las grandes citas al alimentarse del jaleo en las gradas y contagiar su ambición al grupo.
Cahill. Central. Inglaterra (1985). Avalado por Villas-Boas, el central fue fichado en enero para reforzar una zaga que tiritaba. Ahora, ni siquiera el despido del técnico descompuso al jugador, capaz de discutirle la titularidad de David Luiz e incluso Terry. Un portento físico que se siente cómodo con el contacto, espléndido en el juego aéreo, atinado en lo táctico y con un pie de aprobado. Formado en el Aston Villa, empezó como mediocentro, pero pronto reculó hacia el eje de la zaga, donde se labró un nombre que por instantes pareció peligrar tras un coágulo de sangre en el brazo izquierdo que le hizo apartarse de los terrenos de juegos varios meses.
Ashley Cole. Lateral izquierdo. Inglaterra (1980). Uno de los mejores laterales zurdos del mundo desde hace años, por más que lejos del césped se muestre polémico y reincidente. Su capacidad para presentarse en campo ajeno, driblar y sacar centros le hace un aguijón de difícil detención. Rápido, de cintura flexible, marcador infatigable y facilidad para el desborde, es la raíz del juego cuando el Chelsea rehúye del patadón. Aunque tiene errores incomprensibles y se le resiste el gol, es fundamental para causar el desequilibrio en el rival. Ambicioso –por eso se fue del Arsenal-, le puede en ocasiones, sin embargo, su mala cabeza; disparó una escopeta de aire a un chico en el centro de entrenamiento del Chelsea, le han multado por conducción temeraria y le suele envolver rumores de líos de faldas.
Essien. Mediocentro. Ghana (1982). Tren y Bisonte son dos de los apodos que le acompañan y que le vienen al pelo. Músculo puro, el ghanés barre todo del centro del campo, generoso en el esfuerzo, de idas y venidas, con predilección por acompañar los ataques más que por lanzarlos, con buen disparo. Le falta pie para ello. Tres graves lesiones de rodilla pusieron en entredicho su carrera, pero se rehízo, a tiempo para disputar el final de este curso con Di Matteo, que le ha dado la batuta. Puede jugar de todo y más, siempre que tenga exigencias defensivas.
Mikel. Mediocentro. Nigeria (1987). Fichado por el Mufc pero sin oportunidades con Ferguson, no dudó en firmar con el Chelsea por más que recibiera amenazas en su teléfono. Le costó, sin embargo, ganarse un sitio en el equipo, a la sombra de Essien, un tanto indisciplinado hasta el punto de que le bautizaron El Tardón por su facilidad para no acudir a tiempo a los entrenamientos al quedarse dormido. Mourinho le recondujo, pero su efervescencia inicial se desbravó con el paso de los partidos porque no acabó de eclosionar. Tiene condiciones para todo, para jugar de lado a lado, de campo a campo, favorecido por un físico privilegiado. Le falta, sin embargo, calidad en el pase y le sobra agresividad.
Lampard. Centrocampista. Inglaterra (1978). Salido de la prolífica cantera del West Ham, a Frankie solo le resta la Champions para completar una carrera de clubes de lo más exitosa, toda vez que en Inglaterra no ha sido capaz de mezclar con Gerrard, el otro trescuartista que ha marcado la época reciente de los pross. Factótum del Chelsea –es el medio con más partidos (549) y goles (194)-, pone el remate de media distancia gracias a su disparo teledirigido. Peleado con el juego de toque porque prefiere los duelos abiertos, suele presentarse por sorpresa en el área y cargar la pierna en un santiamén. Tiene el don del oportunismo y, aunque se le ha señalado en las dos últimas temporadas como un futbolista del pasado, ha tomado el mando a la que Di Matteo le ha devuelto la libertad de movimientos.
Sturridge. Extremo. Inglaterra (1989). Curtido en la academia del Aston Villa, se marchó al Manchester City con 15 años, quizá también ayudado por sus raíces; su padre Michael y su tío Dean fueron profesionales, en el Birmingham y el Derby County. Pero no acababa de funcionar, por lo que la cesión en el mercado invernal del curso anterior al Bolton, después de palidecer ante la competencia que se encontró en el City y en el Chelsea, fue agua bendita. El delantero, entonces, marcó goles como churros y se ganó un sitio para Stamford Bridge. Veloz y habilidoso en el quiebro, nada desatinado en el remate, romper cinturas y defensas. Así lo aclaró con Villas-Boas, que le dio el carrete que le ha quitado Di Matteo.
Drogba. Ariete. Costa de Marfil (1978). Por más millones que se gaste el Chelsea en puntas (360), nadie que le quita el puesto al marfileño. Ni siquiera Torres, el fichaje más caro en la historia blue (58,5). “Devora a sus rivales”, llegó a decir Ancelotti a modo de elogio. Vigoroso más que virguero, Drogba es la referencia en el ataque, el punto final al juego escopeteado. Se sirve y se basta con su cuerpo para ganarse los espacios, descontar rivales y enfocar a la portería rival. Aunque su hábitat natural es el área contraria, no escatima en movimientos y arrastres para generar espacios y descascarillar a las zagas. Tiene el chut oportuno y, además, es un seguro en los penaltis y todo un peligro en las faltas. Ganador nato, le falta la Champions además del éxito con la selección, toda vez que se le resiste la Copa África.
Mata. Extremo. España (1988). No ha acusado el cambio de la Liga a la Premier –quizá por su entrega en el campo y por su facilidad para mezclarse en la cosmopolita ciudad de Londres- por lo que desde el principio ha sido la revolución del Chelsea, el futbolista más desequilibrante durante el año aunque llegue con resoplidos, un tanto cansado, al final del curso. Al inicio como extremo y después como engarce, Mata ha demostrado que tiene gol y tanta velocidad en las piernas para montar las contras como en la cabeza para conjugar el cuero. Se mueve con pericia entre las líneas y entiende el fútbol como nadie en el equipo. Pero echa en falta el toque, el juego de primeras, la posesión.
BANQUILLO
Las bajas del equipo configuran un banquillo menos potente de lo habitual, pero a Di Matteo le quedan recursos para dinamitar o cerrar el duelo, según las exigencias del guion. Con el anónimo Hilario como portero suplente, en la zaga quedan Ferreira, que puede desplegarse en ambos bandos, y el joven Bertrand, a la sombra de Cole pero con el futuro asegurado porque le renovaron hasta 2015. En el centro aparece Romeu, que ha perdido toda trascendencia con la llegada de Di Matteo, pero que tiene pie y fútbol de sobras para aguantar el cuero y hacer jugar al equipo. En banda, Kalou y Malouda, derecha e izquierda, tienen posibilidades de salir de inicio, pero hace tiempo que desapareció su mejor fútbol. Irregulares, son capaces de montar un guirigay como borrarse del encuentro. Y arriba queda Torres, desatinado en el remate desde que llegara al Chelsea, pero últimamente inspirado y con el olfato y la determinación que le caracterizaron en el Atlético y en el Liverpool.
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