“Es imposible moverse en la central”
Nole, de resbalón en resbalón en la nueva pista de tierra azul, sufre para ganar 6-2, 2-6 y 6-3 a Gimeno-Traver en su debut
Esta es la tierra azul, un mar de dificultades. En su debut en el torneo de Madrid, el serbio Novak Djokovic, enfrentado con Daniel Gimeno-Traver, intenta clavar las zapatillas para acometer uno de sus prodigiosos cambios de rumbo. Su cara se transforma en una mueca. Su tobillo se dobla aparatosamente. No le ocurre nada, pero desde ese segundo juego el número uno se resbala constantemente y maldice la superficie, que se construye específicamente para el torneo y no se mantiene en su sitio el resto del año. Nole se queja, ejerciendo de altavoz de las protestas generalizadas entre los tenistas, que temen verse por los suelos y entre el novedoso polvo azul de la capital. Gimeno-Traver lo ve y se sonríe. Le busca maliciosamente las cosquillas con cambios de orientación que hurguen en la herida de sus malos apoyos. Aprovecha la aclimatación lograda durante el torneo clasificatorio. Sufre, pierde (2-6, 6-2 y 3-6) y escucha cómo el serbio se impone entre abucheos.
“Es imposible moverse en la pista central”, resumió el número uno mundial. “He golpeado cinco bolas en todo el partido. El resto, solo intenté meterlas, confiar en mi saque, y en sus errores. Eso no es tenis”, continuó. “O salgo con botas de fútbol o invito a Chuck Norris para que me enseñe a jugar en tierra azul. No puedo encontrar palabras para describir la pista. Es muy difícil. Ese color. Esos anuncios al fondo... Mi impresión no es buena”, añadió. “(…) No tiene ninguna similitud con la arcilla roja. Es mucho más resbaladiza. Hagas lo que hagas, siempre te estás resbalando. La pelota salta mucho menos que normalmente cuando te viene un golpe cortado. En el resto, es más o menos lo mismo. Lo que ocurre, es que si no puedes encontrar equilibrio, si sientes que te estás cayendo todo el rato, da igual que el bote sea bueno o malo, simplemente estás fuera de posición para golpear la pelota”.
O me pongo botas de fútbol, o que me enseñe a jugar Chuck Norris", dice el número uno
Todo explota en la tercera manga. Djokovic le reclama al juez de silla que baje a ver una pelota que juzga mala, y este se niega. Nole le señala una marca, y el árbitro le dice que no es esa. El serbio, transfigurado en el tenista con tendencia al enloquecimiento que precedió a su magnífica versión de 2011, discute de nuevo entre los pitidos y los gritos de la grada. Este es el tenista maravilloso que ganó siete veces seguidas a Rafael Nadal el año pasado. Este es el prodigio que dejó al mallorquín sin los títulos de Wimbledon y del Abierto de los Estados Unidos. Este es el caníbal que humanizó al rey de la arcilla, y eso, en Madrid, el público no lo perdona ni lo olvida.
Arrecian las palmas. Crece la temperatura del ambiente en la misma medida que la emoción y en dirección opuesta a la calidad del juego. Djokovic sobrevive con las pinceladas de su genio entre sus borrones generalizados. Su tenis no se entiende sin buenos apoyos. La pista le niega eso. En su cabeza quizás resuene aún la muerte de su abuelo. En su estómago quizás se remuevan aún los dolores que pararon sus entrenamientos de los últimos días. En su raqueta, eso es seguro, hace mella Gimeno-Traver, el número 137, jugando al máximo de sus posibilidades, ni más ni menos.
Para cuando el debate termina, resuelto a favor del serbio, que se marcha entre aplausos, dos cosas están tan claras como que en Madrid la arcilla es azul y no roja. Primera, que por encima del color, el firme de la pista no es ideal. Segunda, que el Djokovic de 2012, magnífico y ya coronado en el Abierto de Australia, no es aún el inabordable, exquisito e impecable tenista que gobernó el mundo en 2011.
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