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FÚTBOL | 36ª JORNADA DE LIGA

Compromiso de campeón

El Barcelona responde con una goleada al Rayo (0-7) en la semana en la que perdió la Liga de Campeones y conoció que Guardiola no seguirá al frente del equipo

LADISLAO J. MOÑINO

Sacó de centro el Rayo Vallecano, retrásó la pelota hasta su portero y allí que fueron como flechas a presionar Alexis, Pedro y Messi. Aunque fue la primera señal, fue definitiva para comprender que los futbolistas del Guardiola no se han rajado. En la semana más convulsa, dura y triste que han padecido; en la semana en la que se les escapó la Liga en el Camp Nou con una dura derrota ante el Madrid; en la semana que también se les cortó en su propia casa la proeza de conquistar otra Liga de Campeones; en la semana en la que Guardiola anunció que les abandona, los jugadores del Barcelona respondieron con el compromiso del campeón. Retrasaron el alirón del Madrid con una victoria plagada de detalles que delatan el respeto que el grupo siente hacia un entrenador que los ha convertido en referencia mundial e histórica.

Rayo, 0 - Barcelona, 7

Rayo Vallecano: Cobeño; Rober (Aitor, m. 29), Arribas, Pulido, Tito; Trashorras, Movilla (Diamanka, m. 48), Michu Lass; Diego Costa (Diego, m. 65) y Tamudo. No utilizados: Joel; Míchel, Pacheco y Delibasic.

Barcelona: Pinto; Montoya, Puyol, Mascherano, Adriano (Alves, m. 60); Busquets (Afellay, m. 73), Keita, Thiago; Pedro, Alexis (Tello, m. 80) y Messi. No utilizados: Valdés; Iniesta, Cesc y Cuenca.

Goles: 0-1. M 15. Messi. 0-2. M. 25. Alexis. 0-3. M. 38. Keita. 0-4. M. 46. Pedro. 0-5. M. 76. Thiago. 0-6. M. 87. Pedro. 0-7. M. 89. Messi.

Árbitro: Delgado Ferreiro. Amonestó a Rober, Tito, Pedro y Arribas.

Unos 18.000 espectadores en el estadio de Vallecas.

Dio la impresión de que el azote anímico que que moverá a los azulgrana en esta recta final de la Liga es la última demostración de admiración a su entrenador. El contexto competitivo, con la Liga casi imposible. El rival, jugándose la permanencia. El escenario, un campo con las dimensiones más pequeñas de todo el campeonato y un piso irregular que obliga a negociar con el fútbol traicionero que, en su casa, el Rayo domina mejor que nadie. Todos esos condicionantes incómodos podían invitar al campeóna a la dejación de funciones, a un pasotismo hasta comprensible por la cantidad de reveses recibidos. No fue así ni por asomo. No hubo ni un mínimo amago de mirar hacia otro lado. Todo lo contrario.

La alineación de Guardiola también podía levantar sospechas de que esas rotaciones apuntaban exclusivamente a la final de Copa ante el Athletic, a una dormidera meditada y dosificadora de esfuersoz antes de ese último partido con el que Guardiola cerrará una etapa tan gloriosa como irrepetible, tan revolucionariamente eficaz por ganadora como estética. Jugó Pinto por Valdés y Montoya por Alves. Cesc e Iniesta se sentaron en el banquillo de inicio para que entraran Thiago y Keita. Dio igual.

Tampoco renunció al Barça a su estilo en un campo donde la mayoría de los entrenadores optan por negar lo que entrenan habitualmente. Aguantaron los culés las primeras embestidas emocionales del Rayo y luego se desplegaron en todo su esplendor. Lo que los locales pretendían resolver en tres patadas largas y verticales, el Barcelona lo masticó en todos los toques que creyó necesario. El primer gol dio fe de ello. Hizo el Barça un rondo en la frontal del área hasta que apareció Pedro rompiendo por sorpresa por la derecha. Pudo culminar él mismo la jugada, pero prefirió exaltar el libreto regalándole a Messi su 43 gol en este campeonato. Salió Pedro enrabietado al campo. Ha vivido su peor curso desde que Guardiola decidió que le servía para edificar una pizarra maravillosa. Las lesiones y las suplencias han condenado a un futbolista que fue vital en la construcción de ese equipo perfecto. Con el en el campo, el Barça siempre tuvo un punto de presión de más y un futbolista que, aunque nacido extremo, ha comprendido como pocos los espacios, el juego posicional por dentro y las llegadas a gol desde segunda línea. Sus dos goles confirmaron esa veta llegador.

Más allá de articular el juego desde la pelota como ningún equipo ha hecho en la historia, la presión siempre ha sido señalada como la otra gran virtud de este equipo imborrable. Ese empeño por recuperar la pelota, ese rasgo que sirve para identificar a los vestuarios comprometidos con su entrenador lo sacó a relucir Messi. De vuelta a su campo persiguió un balón hasta que lo recuperó. Luego se lo filtró a Alexis que a la carrera sentó a Cobeño para terminar de decir que no había partido, que el campeón no se rinde, aunque la aritmética sólo le de las mímimas opciones de que el Madrid se hunda. Eso parece improbable, pero no que Messi le discita la condición de máximo goleador a Cristiano. Esa puede ser la otran gran descarga motivadora que empuje al Barça hasta que se eche el telón del campeonato.

No estuvo presente en la despedida de su entrenador, pero si estuvo Messi en Vallecas. Sensible como se le aprecia en la distancia, respondió con un paso al frente para liderar a los suyos. Dos goles y tres asistencias fueron su aportación en las grandes estadísticas del partido. Pero su manera de presionar, desde el saque inicial fue la mayor señal del compromiso del campeón. Con su entrenador, con su estilo y con la historia.

Messi iguala los 43 tantos de Cristiano

GORKA PÉREZ, Madrid

Utilizó Facebook para desahogarse y justificar su ausencia en la conferencia de prensa en la que Pep Guardiola anunció su adiós al Barça. “Debido a la emotividad que sentía, preferí no estar presente”, confesó Messi en su cuenta personal. Se produjo en el argentino un cambio de estado emocional, incontrolable ante las cámaras. Un broche a una semana que no terminaba para La Pulga tras su penalti fallado ante el Chelsea y la derrota frente al Madrid en el Camp Nou. Ayer, contra el Rayo Vallecano, dos goles (43, tantos como Cristiano) y tres asistencias (28) le sirvieron para cambiar la barra de estado de su avatar en la red.

Con la final de la Copa todavía lejos en el calendario (25 de mayo), a Messi le restaban cuatro jornadas para continuar su pugilato con Cristiano por ser el pichichi de la Liga, y el récord de máximo goleador en una temporada completa, que se mantiene por dos tantos de diferencia (67 a 65) en posesión del alemán Gerd Müller, exdelantero del Bayern. Pero, en realidad, eso son solo números, algo menos redondo que el balón, único elemento con el que se divierte.

Intocable para Guardiola, Messi se movió sin buscar sombras, por una zona menos retrasada que en los dos últimos encuentros. Algo que le permitió desgastarse con la frente mirando a la puerta contraria. Con Alexis y Pedro por las bandas, el campo se le alargaba al Rayo, incapaz de dominar esa parcela inexistente por la variabilidad de las situaciones en las que decide reclamar el foco, enmarcado en un equipo con vistas a la final de la Copa, en el que Guardiola dio carrete en la portería a Pinto, algo impreciso en el juego en corto, y a Montoya en el lateral derecho en lugar de Alves. Un recado más al brasileño, inestable en los últimos encuentros.

Sin embargo, la presencia de Messi volvió a provocar que el Barça engrasase la cadena y retrasase el alirón del Madrid. En realidad, no fue ese el motivo de reinserción de Messi. La mente le pedía otros retos. El primero, reencontrarse a sí mismo.

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Sobre la firma

LADISLAO J. MOÑINO
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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