El Zaragoza recupera la autoestima
El conjunto de Manolo Jiménez supera (0-2) a un oscurecido Espanyol gracias a la solvencia de Roberto
Le bastó al Zaragoza un fogonazo para transformar un gesto agrio en una sonrisa de oreja a oreja y recuperar una autoestima alicaída que lo había colocado en medio de un panorama negruzco, que hoy ve algo menos saturado. Atado a los guantes de Roberto superó a un Espanyol oscurecido, desarticulado en ataque, y con el que terminó intercambiando sensaciones.
Incapaz de combinar a corta distancia, lo que hacía patente un problema no de exigencia sino de argumentación, el equipo de Mauricio Pochettino se fue enredando en sí mismo. Con Uche y Coutinho como referencia, al Espanyol no le funcionaba ni el escape de Verdú, estorbado por momentos por el brasileño, ni la válvula de Weiss. El eslovaco participó con cuentagotas en un partido al que no le supo coger el aire, como si el quiebro se le hubiera escapado de la manga. Un problema más para el Espanyol, que aislado del ingenio individual no imponía el impulso colectivo para amedrentar al Zaragoza. Un equipo voluntarioso pero sin un guion aparente en el que se sobresalgan personajes principales del reparto.
ESPANYOL, 0 - ZARAGOZA, 2
Espanyol: Casilla; Javi López, Raúl Rodriguez, Moreno, Dídac; Weiss, Forlín (Thievy, m. 65), Romaric, Coutinho; Verdú y Kalu Uche (Rui Fonte, m. 71). No utilizados: Edgar, Galán, Baena, Amat y Cristian Alfonso.
Zaragoza: Roberto; Pablo Álvarez, Lanzaro, Da Silva, Obradovic; Edu Oriol (Zuculini, m. 75), Pintér, Apoño, Lafita; Luis García (Micael, m. 61) y Helder Postiga (Juan Carlo, m. 85). No utilizados: Leo Franco, Dujmovic, Antonio Tomás y Abraham.
Goles: 0-1. M. 54. Da Silva. 0-2. M. 92. Juan Carlos.
Árbitro: Muñiz Fernández. Amonestó a Lafita, Lanzaro, Pablo Álvarez, Zuculini, Dídac y Coutinho.
Cornellà-El Prat, 29.310 espectadores.
Funciona el equipo maño como un bloque volátil, sin un patrón de comportamiento, y por ende, sin un mandamás a quien pedir instrucciones. Una combinación de situaciones que generó un partido incierto, con un dominio engañoso del Espanyol y con un Zaragoza tembloroso, incapaz de imponer un dominio, rendido al encuentro de la circunstancia. Trata de solucionar la falta de mando Manolo Jiménez a base de formar un bloque compacto, en el que prime un orden posicional, sobre todo en defensa, que libere a sus jugadores más creativos como Lafita. Suyas fueros las pocas arrancadas del Zaragoza, más pendiente siempre de la retaguardia que del frente, excesivamente preocupado por lo que pudiera suceder.
En medio de la apatía, el Espanyol intentabaencontrar una salida distinta por medio de Coutinho. El brasileño aporta una visión arrítmica del juego. Alterada en ocasiones pero determinante si se interpreta en un escenario inestable. Suyo fue el primer remate con peligro del Espanyol, que se topó con el palo izquierdo de Roberto y a cuyo rechace respondió con reflejos el portero madrileño. Era el primer acto de una actuación que se repetiría durante todo el encuentro. Embotellado en su campo, el Zaragoza se limitaba a apartar de la guarida todo lo que asomaba por la puerta a la espera de instante de alivio. Lo encontraría al comienzo de la segunda mitad en un lanzamiento de esquina que Da Silva dirigió de cabeza a la red.
Si habitualmente los goles provocan un efecto balsámico en quien los encuentra, para el conjunto maño fue algo más que un diluvio en plena sequía. Reconfortada su autoestima, recuperó una pausa ajena hasta el momento que descubrió las posibilidades de un equipo veloz al que los nervios dejaron de agarrotar su musculatura.
Sorprendido por un contexto que no esperaba, el Espanyol trató de recuperar el guion que le ha llevado a remontar en situaciones parecidas, pero el ego del Zaragoza bloqueó cualquier carambola. Si algo demostró el equipo de Jiménez es que vitaminado emocionalmente las piernas le responden hasta el final. Por eso, Juan Carlos, en el minuto 92 batió por bajo a Casilla para cerrar un resultado reconstituyente. Era la reivindicación de un equipo angustiado, que liberado de la agonía se sintió por fin a sí mismo.
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