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La belleza de lo inesperado

Recuperado su golpe de pedal, Contador sorprende con un ataque de campeón en un puerto de segunda y saca más de un minuto a Andy Schleck

Bradley Wiggins, el inglés caído y retirado, tenía trazado un plan para acabar entre los 10 primeros del Tour, un plan que pasaba por una hoja de Excel, un estudio de las clasificaciones generales del Tour y los datos de su SRM, su medidor de potencia. Con todo ello, hecha la media, concluyeron que cada día de montaña, Wiggins, el rey de la persecución y el metrónomo, podía perder determinados minutos respecto al líder. Con mantenerse en su ritmo, sin poner en rojo el SRM, sin mirar a los ataques de nadie, solo al suelo, a la línea de la carretera, sería pan comido. Ahora que a Wiggins, con la clavícula rota, el plan Tour top 10 no le vale para nada, el equipo Sky le ha encontrado utilidad: con él domarán el instinto atacante, de escalador puro, de clase, de sprinter de los puertos, de Rigoberto Urán, el colombiano que va de líder de la clasificación de jóvenes y décimo en la general. La clave, le dicen, es, sobre todo, no perder la calma, subir regular, sin acelerones ni frenazos, a tu ritmo, así nunca reventarás.

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La ley Wiggins, generalizada, dominaba el Tour. Todos iguales, todos temiendo pasarse, todos temiendo atacar, temiendo también los ataques de los demás.

En Saint Paul-Trois Châteaux, la Provenza empapada y templada tras la tormenta, las nubes bajas, el cielo sobre nuestras cabezas, tan bajo, ocultan el horizonte; llegando a Gap, antes del bucle final en el que toca subir un segunda, un chaparrón helador azota al pelotón que vuela hacia los Alpes empujado por el viento —49 por hora de media en las dos primeras horas: solo en el kilómetro 100 se deja salir a la fuga de 10—, agotado. Ambiente deprimente como marzo en Bélgica, ambiente de clásica fría, una Lieja en mal tiempo por ejemplo: por delante, especialistas en la cuestión, en el frío también, dos noruegos, un canadiense. Día de quedarse en casa para ver pasar el tiempo detrás de la ventana, para ver pasar al Tour por la tele, sin más.

El BMC, el equipo del soso Evans, se ha puesto en cabeza del pelotón. Marcan el ritmo los percherones Burghardt e Hincapié. Luego un francés, Moinard. El libro de ruta recuerda a todos que el descenso de vuelta a Gap es peligroso, es la famosa curva de la caída de Beloki en aquel Tour en el que un ataque loco de Vinokúrov puso a todos de los nervios sobre el asfalto derretido por el calor. Las nubes, negras, opresivas, súbitamente entonces se levantan, se aclaran, son más blanquecinas, lechosas, un poco de sol calienta el asfalto y, también de repente, simultáneamente, la belleza fulgurante de lo inesperado iluminando la carrera mortecina, Contador, en la tercera fila, se pone de pie sobre los pedales. Acelera cerca de una curva para aprovechar el rebufo de las motos de los fotógrafos, que, sorprendidos, como todo el pelotón también, tardan en acelerar a todo gas y arrastran consigo al campeón de Pinto desaforado, que tiene que frenar para no salirse en la curva. Los ordenadores se bloquean en el regazo de los directores, las hojas de cálculo salen volando despavoridas por las ventanillas, se desperdigan por las laderas de la montaña, celdas, filas y columnas perdidas, desorientadas.

En el Giro fue en una pequeña cuesta llegando a Tropea donde Contador cambió la cara de la carrera, anunció lo que venía; la revolución del Tour, ayer, llegó en el col de Bayard, ese puertecito de la carretera general de Grenoble que se sube con dos acelerones de coche, despreciado hace 100 años por Desgrange, quien, obnubilado por el enorme Galibier, recién descubierto, recién amado, lo insultó mezquinamente, y al que Contador, un grande con instinto de campeón, devolvió la dignidad perdida.

El hueco abierto con el primer ataque del ciclista español lo cerró afanoso, rodando al límite, Fabian Cancellara, pues así era la pendiente en ese momento, ideal para el ritmo de un gran rodador. A su rueda, sus polluelos empapados, los hermanos Schleck. Daniel Navarro, el escalador asturiano de Contador, acelera entonces el ritmo en cabeza, prepara el nuevo ataque de su jefe, al que responde, vital, errado, Voeckler, y tras él los demás. El tercer ataque, el definitivo, ya rompe la cuerda con los hermanos. Andy levanta el pie, se deja ir al ritmo de su hermano. Solo Samuel, que estaba avisado, y Evans, aguantan al de Pinto. En el descenso, Andy, paralizado por el miedo —"cómo puede el Tour bajar por esa carretera, es indigno, parece que quieren vernos a todos en el hospital", se quejó el hermano pequeño— pierde más tiempo, Evans, el especialista, abre hueco y se lanza, estúpidamente, a un esfuerzo desorbitado para arrancarle 3s a Contador, que llega con Samuel. A 18s, el grupo de Baso, Fränk, Voeckler y Urán, el regular, entre otros; a 1m 6s, el de Schleck. Por delante, inalcanzable, la lucha por la victoria de etapa, un campeonato de Noruega decidido por un canadiense: Hushovd, lanzado por Hesjedal, ganó a Boasson Hagen, que se despistó mirando en la pantalla gigante lo guapo que se veía.

Hoy, el Tour llega a Italia y habrá, pues, que leer a Buzzati, quien escribió de etapas devoradoras de hombres y generadoras de mitos. De campeones.

Alberto Contador y Samuel Sánchez, durante la etapa de hoy.
Alberto Contador y Samuel Sánchez, durante la etapa de hoy.LAURENT REBOURS (AP)

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