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Reivindicación del punterazo

La anatomía del futbolista cuenta tanto como la de Angelie Jolie. Hay partes del cuerpo estéticamente más agradecidas que otras. Al sufriente entrenador le da igual con qué mete un gol su delantero, lo que quiere es que entre; pero a la afición, no, y, al futbolista, por lo que se ve, tampoco. Si no hay arte de por medio parece que el gol en sí mismo es una vulgaridad, algo que cualquiera puede meter, y no, hay que dejar la firma, el recuerdo. No es lo mismo, por lo que sea, un golazo con la izquierda que con la derecha; no es lo mismo, marcar con el culo que con el pecho, con la rodilla que con la coronilla. Lo máximo de lo máximo sería el tacón, y el gol más despreciativo de todos -y de ahí su decadencia- el punterazo.

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Un gol es un gol es un gol, y que nos lo digan a los seguidores de Osasuna, pero las aficiones acostumbradas a ver goles no les basta con contarlos, quieren disfrutarlos. Quieren que sean bonitos, variados, inolvidables, y los futbolistas buscan agradar a su afición y al YouTube (el gol de Iniesta al Chelsea se ha visto unas 4 millones de veces; el punterazo de Eto'o en la final con el Manchester, apenas 50.000 veces).

En estas estamos. De un tiempo a esta parte, coincidiendo con los triunfos del Barca y de la Roja, se ve un montón de goles bellos y gloriosos, pero también un sinfín de ocasiones falladas, muchas por el recreo del delantero, porque en el adorno pierde la milésima de segundo que hay entre que llega el defensor o que el balón toque la red. Recientemente hemos visto como Pablo fallaba un gol contra Escocia por hacerlo bonito, enseñar el interior del pie y mostrar con cierto descaro y chulería -¡ahí te la voy a poner!- dónde iba a colocar la pelota. Era evidente hasta para el portero, que lo atajó. El delantero de hoy -por eso del adorno-, espera demasiado al disparo, busca un ángulo mejor -que nunca llegará-, o a otro compañero; para cuando resuelve todas sus incógnitas, la ocasión ha volado.

Aunque el fútbol es quizás el menos medible de los deportes, es evidente que el futbolista ha mejorado física y técnicamente, que dispara con las dos piernas, que remata de cabeza, que se mueve más y mejor; quizás por ello la suerte del punterazo está en vías de extinción. El disparo con la puntera, la parte de la bota que más rápidamente contacta con el balón (sí, cierto, y la más imprecisa) no se ve. Cierto es que ya de pequeñitos nos los reprochábamos, pero hoy -amenazados por la tendencia imparable de la estética sobre todo- habría que recuperar este recuerso, inigualable en situaciones extremas. Delanteros en apuros, artistas del barullo en el área, deberían recuperarlo, como ya lo hiciera el patizambo goleador Gerd Muller o el mismísimo Eto'o, con aquel punterazo que nos valió una Champions contra el Manchester United. ¿O es que no nos supo a gloria?

La duda es el mayor enemigo del goleador; su mayor aliado, un buen punterazo. A eso se le llama instinto. No tendrá visitas en YouTube, pero el entrenador se ahorrará visitas al cardiólogo.

Eto'o dispara a portería ante la oposición de Carrick.
Eto'o dispara a portería ante la oposición de Carrick.EFE

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