Un error de César auxilia al Madrid
Ronaldo, en el último minuto, logra el empate en Zaragoza tras otra deficiente actuación del equipo de López Caro
El Madrid visitó La Romareda envuelto en la bruma de una crisis que lo conecta fuertemente a este campo y al Zaragoza como rival de mal agüero. Hace dos años, contra el Zaragoza en Montjuïc, perdió la final de Copa. La última final que disputó antes de iniciar la etapa más yerma de sus últimos cincuenta años. Aquella noche, en Montjuïc, Beckham jugó de medio centro. El puesto para el que no nació pero al que debió aferrarse, como dicen los tecnócratas, por "razones de estrategia de club". Tan firme era entonces esta estrategia que ayer Beckham seguía exhibiendo su lado más pobre en el medio centro. Hay ideas difíciles de erradicar y el Madrid sigue prisionero de una política que culminó hace años. Para lo bueno y para lo malo. Lo bueno lo atestiguan los informes económicos de la auditoría Deloitte & Touche. Lo malo lo verifican cada semana los aficionados que ven los estragos que hace el tiempo en un equipo concebido como una ensalada. Ayer lo vieron empatar tristemente para sacar un punto que, si acaso, valdrá para rascar el segundo puesto.
En el centro de la cancha Beckham es un jugador que brega contra lo inexorable. Lucha desesperadamente por no sentirse inútil pero fuera de la banda no tiene más remedio que firmar el armisticio. Cuando el equipo no tiene la pelota carece de recursos para quitarla y hace faltas inoportunas. Cuando la recibe, si está de espaldas, está perdido; y si está de frente a la portería contraria suelta el pase largo. El pase largo es lo que le convierte en especial. Pero el medio centro exige otros recursos. Unas armas de las que el inglés carece. Las tiene Guti, que desde hace años ha demostrado un sentido más profundo del juego y es capaz de darle coherencia a la colaboración de sus compañeros. Pero ayer Guti cumplió sanción por acumulación de tarjetas. Faltó por primera vez desde la visita a Son Moix. Precisamente el último partido que el Madrid perdió. La relación habla de la necesidad que tiene este Madrid de Guti. De su habilidad para robar si es preciso robar, para aguantar la pelota, para iniciar las jugadas, para dar el último pase, y para jugar en corto o en largo, y, en fin, para sintetizar el juego como lo hacen quienes saben conducir a sus nueve colegas hacia un destino razonable.
En La Romareda el Madrid saltó al campo condenado al fracaso. El equipo es como un cuero de vino sin vino. Ha perdido sus señas de identidad, su estilo. Le sobra intensidad, garra, profesionalismo. Esos conceptos de los que habla López Caro en sus sinuosas alocuciones. El técnico ha ido depurando al equipo de tal forma que el producto resultante es plano. Atrás no tiene quién dé el primer pase. Adelante no tiene quién dé el último. Le quedan los pelotazos de Beckham hacia el azaroso encuentro con Ronaldo, el balón largo a Baptista para que prolongue, y el desborde de Cicinho y Robinho demasiado lejos del área contraria.
Robinho y Cicinho fueron lo más emotivo y lo más destacable de su equipo pero sus exhibiciones resultaron estériles. Como los centrocampistas no les surtían de balones debían bajar a buscarlos a tierra de nadie. Sólo Ronaldo, desasistido y más trotador que nunca, remató un par de veces entre los tres palos. César desbarató el tiro más ajustado.
Del otro lado, Casillas se estiró para desviar dos remates, uno de Ewerthon y otro de Diego Milito. Ese fue el saldo de la primera parte. La diferencia no estuvo en el fin sino en los medios. El Zaragoza buscó la red adversaria con tres centrocampistas que interpretan su oficio con claridad. Celades, Zapater y Óscar movieron a todo el equipo hasta Cani, y Cani alumbró a los puntas. Así se ha jugado al fútbol desde la noche de los tiempos y todos los equipos se suelen armar para conseguir este mecanismo elemental. Todos salvo el Madrid que no tiene centro del campo.
Para dotar a su equipo del último pase López Caro dio entrada a Zidane. Demasiado tarde para remontar pero no para empatar. Veinte minutos antes, Milito, el verdugo local, apareció en el segundo palo para empujar un centro de Ewerthon. El extremo brasileño se le había colado a Roberto Carlos por la espalda y había dejado su caramelo. El gol del Zaragoza fue una sentencia anunciada. A cinco minutos del final el Madrid rozó el empate con una falta directa de Beckham. Los dedos de César se interpusieron. Los mismos dedos fallaron en el tiempo de descuento. Ronaldo aprovechó el regalo del portero para acabar con los tres partidos de sequía anotadora de su equipo. Un gol inocuo, en todo caso, ante la dimensión del fracaso que vive el Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.