El Zaragoza se relame en La Romareda
El Zaragoza destila un fútbol tan simple, tan atractivo, que se convierte en dañino para el rival. El Mallorca, raquítico, lo padeció y se venció sin reparos. La mejor noticia para este Zaragoza es que ya tiene automatismos. Hace dos meses, el despido de Víctor Muñoz parecía irremediable. Pero el equipo se corrigió a tiempo. Varió el conservador 4-2-3-1 por el 4-4-2 con dos mediocentros.
Las piezas no se movieron demasiado; se obvió al mediapunta en detrimento del segundo delantero. Pero la suma de las connotaciones que comporta el cambio de sistema resulta en un equipo conjuntado y solvente. Héctor Cúper nada pudo hacer con un planteamiento rácano; equipo muy compacto atrás, con tres mediocentros, y a expensas de la inspiración de la referencia ofensiva.
La representación perfecta de la mutación blanquilla radica en Celades, que ha desplazado a Movilla como organizador. El segundo es un todoterreno que trata de abarcar mucho campo y que precisa de acompañantes para tocar en corto. Celades, virtuoso de la táctica, silencioso, se limita a hacer el trabajo sucio. Mueve al equipo con pases horizontales, no pierde el sitio y, con pocos pasos, destruye el juego rival. Quizá no corta tantos balones como Movilla, pero tapa esos huecos que cualquier pasador necesita para brillar. Esta noche se vieron más alteraciones positivas en el Zaragoza.
Ya no depende del ingenio de los extremos, porque no tienen apoyos. Pero sí necesita del espacio que ganan los interiores ofensivos. Unos huecos que agradecen los delanteros. Diego Milito usa su cuerpo para bajar pelotas al suelo, jugar de espalda, abrir huecos. Solicita ser arropado por sus compañeros para crear juego, para marcar. Ewerthon, explosivo, futbolista que adora desenvolverse entre líneas y que es catedrático en buscar las espaldas de los zagueros, es el complemento ideal. Todo eso, aderezado con el gran momento de forma de Cani y la seguridad de César bajo palos, resulta en un fútbol delicioso.
El Mallorca, obcecado en reducir los espacios, perdido por acumular tantos hombres en el medio —hasta tres mediocentros y dos volantes alineó Cúper—, se peleó contra sí mismo. Más aún con Arango, el más desequilibrante, en el banco. Cúper apostó por el hermetismo. Sólo Arango, al salir al campo, de preciosa falta directa, fue capaz de desafiar al estilo triste de su equipo.
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