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FÚTBOL | Liga de Campeones

El Madrid deja fuera de juego al Barça

La pegada madridista, con Zidane y McManaman como realizadores, hizo inútil el intenso esfuerzo ofensivo azulgrana

Que no vengan con más cuentos, al menos aplicables al fútbol, que por algo es un juego. Sant Jordi viste de blanco o, al menos, nada tiene que ver con el Barça. Igual que el Leeds en 1975, el Madrid se encontró ayer en el Camp Nou con una victoria insospechable a tenor del color que tuvo el partido durante una hora.

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De nada le sirvió al Barcelona jugar un encuentro muy bonito. La belleza nada tiene que ver con la consistencia y la efectividad y a los madridistas les alcanzó un remate de Zidane para dar la vuelta a la contienda después de que los azulgrana hubieran descargado unos cuantos tiros sobre el marco de César. Para una vez que el Barça fue por el partido, se quedó tendido en la lona, noqueado en una de las contras que montó el Madrid con la astucia de los equipos campeones. Batido Bonano, los blancos resolvieron prácticamente la eliminatoria. A Guti y Solari les faltó la serenidad de Zidane y la grandeza de Raúl antes de que McManaman dejara la vuelta para los fastos del Centenario.

El Madrid supo estar en la cancha y tuvo más futbolistas determinantes que un Barça con mejor juego. Desde hace años, el Madrid venía dando vueltas y más vueltas al partido del Camp Nou en busca de la tecla que le diera la victoria. En un gesto que pareció tanto una concesión al Barcelona como un reconocimiento de que quedaba el partido de vuelta, anoche se desplegó a partir de una defensa de

tres centrales, presidida por Hierro, convertido en la bisagra del juego. Un mal negocio, a juzgar por lo acontecido en el campo y una bendición, en cambio, a decir del marcador. Retrasado Helguera como marcador junto a

Pavón, el plantel blanco quedó en inferioridad numérica en la divisoria frente a un Barcelona que tuvo mejor pinta que nunca.

Rexach recuperó las señas de identidad y el Barça se estiró con un cierto gusto para satisfacción de su hinchada, que la emprendió con el Madrid a grito pelado cada vez que salía de la cueva del gol norte, la que cuidan de mala manera los Boixos Nois. El Barça continuó con sus concesiones defensivas, propias por otra parte de su mal posicionamiento por la falta de un trabajo táctico y por su naturaleza ofensiva, más marcada que de costumbre a partir de una defensa de tres. A cambio, sin embargo, ganó entrejuego con una variante: Charly sacrificó un lateral, Coco, y ganó un medio, Motta.

Alrededor del zurdo italobrasileño, los azulgrana ensancharon la cancha, tuvieron una mejor salida, sobre todo enlazando con Overmars, y pudieron jugar dos contra uno en la medular. La superioridad escénica de los barcelonistas fue tan incuestionable como estéril. Al Barça le faltó un ariete y, sobre todo, un pasador, un trescuartista, para romper frente al balcón del área. Nunca lo ha tenido, aunque ha probado en algunos partidos con Rivaldo, un conductor, y Kluivert, un futbolista que se adorna en los controles para la llegada de los jugadores de la segunda línea, ausentes igualmente en el plantel. A veces ha probado con Xavi, un 4 reconvertido en 6, pero ayer estaba sancionado y el equipo lo acusó porque el partido esta vez no quedó hipotecado por la alineación.

Frente al fútbol aseado y vigoroso del Barcelona, el Madrid estuvo muy contemporizador. Raúl tiró un par de desmarques y aceleró un rato con Roberto Carlos por el costado izquierdo, pero Rexach corrigió rápidamente la disfunción, poniendo a Rochemback por delante de Reiziger, y no hubo más noticias de los blancos, muy acurrucados, faltos de proyección, irreconocibles por la manera en que renunciaron a la pelota y las pocas veces que engancharon con Zidane pese a estar más solo que la una. Tocó más el Barcelona, desbordó más, presionó más, tiró más, jugó más y si el

marcador no le dio más fue por pura mezquindad y falta de desequilibrio y acierto en la zona de definición.

Las dos primeras jugadas del segundo tiempo sirvieron únicamente para anunciar que el partido continuaba en la misma onda que el primero: combinaron los medios azulgrana, desbordó Overmars y remató Luis Enrique con tanto suspense como desatino. Acto seguido, Rochemback encimó a Solari y el argentino, el único futbolista blanco que jugaba de cara a Bonano, se fue cuerpo a tierra. El Madrid aguantó pacientemente el desgaste del Barcelona.

Quizá porque nunca temió por un gol en contra debido a la falta de puntería azulgrana. Por el contrario, sabía que, si era capaz de conectar una sola vez a sus cracks, su gol estaba al caer. Así ocurrió. La defensa azulgrana tiró mal el fuera de juego, Raúl habilitó a Zidane por la banda izquierda y el remate del francés sorprendió a Bonano.

Pese la efectividad madridista no remitió el ánimo barcelonista, que dio una nueva vuelta de tuerca al partido dando entrada a un extremo derecho, Geovanni, para aumentar el caudad de juego ofensivo. Un cuarto de hora después, sin embargo, reventaron los azulgrana, víctimas del infortunio y

que, con Christanval a la cabeza, quedaron a merced del contragolpe del Madrid, un equipo con más oficio, más hecho, más entrenado para ganar, y falto de jugadores de altura como Rivaldo. La diferencia del partido estuvo

justamente en el fútbol que todavía separa a Saviola de Zidane. El francés, reforzado por McManaman y Raúl, puso a su equipo en una condición inmejorable para alcanzar la final de Glasgow. La noche en que mejor se le vio al Barça fue noqueado por la pegada del Madrid.

Los madridistas celebran el primer gol, logrado por Zidane
Los madridistas celebran el primer gol, logrado por ZidaneEFE

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