El sonido de la esperanza
La Sinfónica de Kiev, establecida ahora en Gera (Alemania), interpreta en el Festival Internacional de Música de Canarias piezas que representan la identidad cultural ucrania, como la sinfonía de Liatoshinski titulada ‘La paz vence a la guerra’
Cuando el pasado mes de junio, la Orquesta Sinfónica de Kiev hizo sonar la Sinfonía número uno de Maksym Berezovsky en el Museo del Prado, varios de los músicos acabaron llorando. Aparte del efecto que pudieran tener sobre ellos Goya, Velázquez, Murillo, Rubens, El Bosco o Tiziano, sintieron que toda la pesadilla que habían experimentado desde que en febrero Rusia invadió Ucrania revertía su sentido en un fin. Su propia lucha, su frente de instrumentos en vez de armas. Aquella pieza escrita entre 1770 y 1772 supone el hecho fundacional de la música ucrania y entonces sonó con motivo de la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid. La repetirán el 9, 10 y 11 de febrero en Canarias, donde actuarán en el Festival Internacional de Música de las islas.
Desde que estallara la guerra hasta este verano, la Sinfónica de Kiev ha sido una orquesta nómada. Pero ahora se han establecido en Gera, Alemania, donde les han dado acogida en su diáspora. Desde ahí realizan giras junto a Luigi Gaggero, su director titular al frente, y con el permiso del Gobierno de su país. “Aunque los hombres no pueden abandonar el territorio, el Ministerio de Cultura ha entendido que el papel simbólico que juega la orquesta resulta fundamental. Es mejor que los músicos empuñen instrumentos en vez de armas y lo han comprendido perfectamente”, asegura su responsable artístico.
Como también este músico italiano ha decidido que lo que deben interpretar por los países donde van recalando es un repertorio que encarne todo el peso de la identidad cultural asediada que los ucranios se empeñan en reivindicar. Por eso en Gran Canaria, Fuerteventura y Tenerife, las tres islas donde actuarán, aparte de la sinfonía de Berezovsky, interpretarán otras dos piezas de músicos ucranios creadas en el siglo XX, durante las convulsiones totalitarias que sufrió la Unión Soviética. “La primera obra derrama la frescura de las cosas que se hacen por primera vez”, dice Graggero. Berezovsky fue alumno del padre Martini, maestro a su vez de Mozart, y llevó los fundamentos del clasicismo a su tierra.
También han escogido el Concierto para arpa y orquesta de Reinhold Glière, compuesto en 1938 por quien fuera maestro de Prokófiev. Será interpretada por la arpista galesa Catrin Mair Williams, miembro de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Como asegura el director, “hemos querido invitar a una artista de la formación local para estrechar así más lazos con los músicos anfitriones”.
Para terminar, tienen programada una obra compleja y de un tremendo simbolismo: la Sinfonía número tres de Borís Liatoshinski (Yitomir, 1895-Kiev, 1968). El propio compositor la tituló La paz vence a la guerra. Pero, como no pocas piezas escritas en el periodo de Stalin, cuenta con su propia peripecia. “Es una obra plagada de tensiones: viaja de la ternura a la agresividad de forma pendular. Cuando Liatoshinski la estrenó en 1951 para conmemorar la Revolución de Octubre, a Stalin no le convenció el final. El músico lo cambió por algo más convencional con los gustos del dictador e incluyó una especie de marcha militar. Nosotros hemos recuperado la primera versión de la obra y es la que hemos decidido interpretar”, asegura Graggero.
Lo hacen conscientes de su papel, muy centrados en lo que se juegan al representar a su país en este contexto. Desde que pudieron reagruparse en el exilio, no han dejado de girar por Europa. Han recalado en varias ciudades acogidos como orquesta residente hasta que se establecieron a más largo plazo en Alemania. El Festival Internacional de Música de Canarias ha realizado en este sentido una apuesta por un mensaje que va más allá de lo musical. Los miembros de la orquesta, según Graggero, son un ejemplo de entrega: “Las circunstancias, con toda lógica, podrían llevar a pensar que tienen la cabeza en otro sitio. Todos los días reciben malas noticias por parte de sus familias y amigos, viven una pesadilla lejos de sus hogares; sin embargo, el grado de concentración en cada ensayo me resulta asombroso. Una auténtica lección, lo dan todo y llevan la música a su sentido más profundo, no el del simple entretenimiento, como muchas veces vemos en Occidente, sino al de aquel que nos hace ahondar en los secretos de la vida y la muerte”.
Todos ellos han vivido tragedias en propia carne y peripecias difíciles de encajar, como es el caso de Kateryna Savkina. Cuando comenzó la invasión, ella no estaba en Kiev, sino en Moscú. Allí vivía desde que se fue a estudiar cuando dejó su ciudad, Járkov, recuperada por el ejército ucranio tras haber sido uno de los frentes más trágicos de la guerra. Trabajó en la capital rusa 18 años y desarrolló una carrera ejemplar como maestra en la escuela Zhukowski y como intérprete en el Teatro Provincial de Moscú. Se casó con un trompista ruso que conoció en su época de estudiante en la Academia Gnesin y tuvieron una hija, Sofía, que ha cumplido cuatro años.
El día en que comenzó el ataque, sus padres la llamaron: “He empezado la guerra”. Poco tiempo después, su casa había quedado destruida y parte de su familia huyó. En Moscú apenas nadie se enteraba de la agresión, según Savkina: “Todo está manipulado, la mayoría no lo cree. No pensaban que fuera tan grave o lo celebraban”. Su marido, también: “Es un patriota ruso, a él le parece correcto lo que ha hecho Putin. Yo no podía soportarlo y estuve meses intentando convencerle de que me dejara ir con mi hija”.
Él se resistió, pero al verla hundida se convencieron de que debía permitir su salida. Kateryna Savkina había conservado su ciudadanía de origen. Y eso resultó fundamental. Pidió ayuda al consulado polaco y se desplazó hasta la frontera. “Cruzamos el río mi hija y yo por el agua desde Kaliningrado al otro lado de la línea, donde nos esperaba mi hermano”, relata. A partir de ahí contactó con otros músicos exiliados e ingresó en la Sinfónica de Kiev. “Salir ha sido la decisión correcta, hoy me encuentro entre ellos como en familia, a Sofía la consideran la hija de la orquesta y creo que lo que hacemos es muy útil para contribuir a concienciar sobre lo que está ocurriendo”.
Historias como las de Savkina, vidas truncadas, huidas y la salvación si no total, sí medio curativa por parte de la música, resuenan en cada nota entre los atriles de la Orquesta Sinfónica de Kiev. Son víctimas y héroes de ese crimen colectivo que sufre Ucrania. Y portan con ellos el sonido de cierta esperanza, aunque esta sea lejana.