11 frases irrepetibles de la comedia española
Los momentos más descacharrantes del cine nacional son también un reflejo de cómo era el país en cada momento… y de la genialidad de sus actores
España siempre se ha explicado a través de su comedia. Ya sea en novela, en teatro o en cine (o en el bar), la picaresca, la pazguatería y la autocompasión definen el carácter nacional. Por eso la comedia es el género más taquillero en el cine español. Desde la sátira sociopolítica de Luis García Berlanga hasta el surrealismo mágico de José Luis Cuerda, pasando por la ineptitud sexual de José Luis López Vázquez, la chulería de Tony Leblanc o la irreverencia de Santiago Segura, nuestra comedia es imprescindible para entendernos. Estos son los 11 cómicos que mejor nos representan.
El alcalde de Villar del Río salía al balcón del Ayuntamiento y entraba en un bucle en el que prometía tantas veces que iba a dar explicaciones que al final no explicaba nada. Esta escena de enredo incoherente encapsula en qué consiste la política española. Bienvenido, Mister Marshall la escribieron entre Berlanga y Juan Antonio Bardem, pero no trabajaron juntos, sino que cada uno escribió un guion distinto. Y tampoco trabajaron solos: el dramaturgo Miguel Mihura se encargó de la segunda versión del guion, la única que incluía la frase del balcón consistorial y que, por tanto, se le atribuye a él. Mihura cobró 25.000 pesetas por el encargo. Por comparar, es la mitad de lo que ganó José Isbert, pero mucho menos de lo que cobró la verdadera estrella de la función, Lolita Sevilla (200.000 pesetas, uno de los sueldos más caros de la época). En Bienvenido, Mister Marshall, Mihura puso en práctica su característica dialéctica absurdista, que por fin empezaba a darle alegrías: en 1952, mientras trabajaba en ese guion, su obra maestra Tres sombreros de copa conseguía estrenarse, por fin, 20 años después de haberla escrito.
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La imagen de Martínez Soria con la boina puesta, recién llegado a Madrid y cargando con dos pollos, es historia del cine español. Así es como, 55 años después, todo el mundo sigue recordando al actor. El país vivió con él la migración de las zonas rurales a las grandes ciudades y en La ciudad no es para mí (1966), nada más llegar, un tipo aparentemente discapacitado le ofrece billetes de mil pesetas creyendo que son estampas de santos. El momento podría escapársele al espectador que no esté familiarizado con el timo de la estampita, porque apenas dura unos segundos, pero se trata de una metarreferencia del director Pedro Lazaga. Seis años antes, su comedia Los tramposos (1959), protagonizada por Tony Leblanc, Antonio Ozores, Concha Velasco y Laura Valenzuela, había sido tal taquillazo que todo el público en España entendía en qué consistía el timo de la estampita. En cierto sentido, todo el cine de Lazaga tenía lugar en el mismo universo: una España que se modernizaba a trompicones. Y Paco Martínez Soria era su abuelo oficial.
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En esta adaptación ibérica de 1962 del thriller de bancos, un subgénero que empezaba a ponerse de moda en Hollywood, López Vázquez estaba más Groucho Marx que nunca. Interpretaba al director de una sucursal que planea un robo a su propio banco con ayuda de otros empleados, pero eso no quitaba que si veía a una “maciza” despampanante (la suiza Katia Loritz) pudiera farfullar: “Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”.
La frase ha ilustrado camisetas, ha sido usada en debates políticos para ridiculizar el servilismo y ha simbolizado una actitud ante la vida: la del pelota sin amor propio (sin ánimo de destripar el final, Galindo es el más perdedor de todos los atracadores). Porque todo el mundo es el Fernando Galindo de alguien. Y todo eso gracias a un guion que Pedro Masó escribió en solo nueve noches. “Acababa de nacer uno de mis nueve hijos”, recordaría, “y eso solo se hace así por hambre”. El director José María Forqué aplicó en este sainete un “humor subterráneo” que los aragoneses llaman “somarda” y produce inquietud en el espectador. A los distribuidores les horrorizó Atraco a las 3, les pareció “una broma tonta”, así que Forqué se fue de vacaciones a París. Allí se enteró de que su película estaba siendo un éxito de taquilla.
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Alfonso Paso era el dramaturgo más exitoso en la España de los sesenta: el más representado (llegó a tener siete obras simultáneas en Madrid, llenando las tres funciones diarias), el que más dinero ganaba y el primer español en llegar a Broadway. Su teatro se basaba en una comedia social pero muy amable, tal y como se observa en esta escena de una película basada en uno de sus textos. Las sirvientas estaban encantadas de serlo, la decencia era lo más importante y los derechos laborales resultaban demasiado liosos para intentar entenderlos.
La conciencia de clase nunca fue tan entrañable como con Gracita Morales. La actriz representó, junto con Rafaela Aparicio y Florinda Chico, una imagen de “la criada encantada de serlo” que la población española asumió sin cuestionarla. Gracita Morales se quedó encasillada en este papel y cuando iba por la calle la gente le preguntaba, imitando su voz aflautada, que dónde estaba el señorito. Pero esa imagen pública no tenía nada que ver con ella. No solo porque, tal y como contó Concha Velasco, Morales era la persona que más palabrotas decía de España (“De ella aprendí el cabrón de bastos o la puta de oros”, explicaba), sino también porque Morales ha sido descrita como “déspota”, “envidiosa” o directamente “loca” por sus compañeros de profesión. Mariano Ozores decía que su marido había sido “una especie de Valium para ella” y, por eso, tras el divorcio, sufrió depresión durante años con notables cambios de humor.
Durante el rodaje de Operación Bi-ki-ni le arrojó un cenicero de cristal a una actriz. Lo que sí tenía en común con sus personajes era una obsesión por la limpieza: podía pasarse horas limpiando su camerino compulsivamente. Incluso en sus papeles dramáticos, como el de El pico 2, hacía de sirvienta con voz de pito que le traía el desayuno al “señorito” (en este caso, el malogrado José Luis Manzano). “Fue vetada porque era temperamental. Creaba un estado de ansiedad que nos hacía la vida imposible a todos. Siendo una persona maravillosa, con un carisma y una personalidad asombrosa... no compensaba trabajar a su lado”, dijo José Luis López Vázquez, con quien Morales rodó 15 películas como Hoy como ayer (1966), Sor Citroën (1967) o Mi marido y sus complejos (1969).
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¿Cuántos actores le han dado nombre a un movimiento cinematográfico? En 1970 Alfredo Landa estrenó ocho películas, entre ellas sus tres cimas comerciales: No desearás al vecino del quinto (que fue la película más taquillera del cine español durante 31 años), Cateto a babor (a día de hoy, la película más vista de la televisión, con 10 millones de espectadores y un 60,5% de cuota de pantalla cuando se emitió en TVE en 1992) y Vente a Alemania, Pepe (el filme ideológicamente fundacional del landismo, estrenado a principios de 1971). Los personajes de Alfredo Landa representaban cómo los españoles se veían a sí mismos durante el tardofranquismo.
En 1968, el responsable alemán de política migratoria, Joseph Stingl, visitó España para promover la emigración de obreros españoles a su país, que necesitaba urgentemente mano de obra para su desarrollo industrial. Entre 1968 y 1970, poco antes de que se estrenara la película, en torno a 70.000 españoles emigraron a Alemania. Pero Vente a Alemania, Pepe concluía con una moraleja disuasoria: la vida allí era peor que aquí. “¡Al primero que vino a Alemania debían haberlo fusilado!”, exclamaba Landa en un ataque de frustración. Las escenas de Alfredo Landa ligando con suecas o alemanas evidenciaban esa mezcla española de prepotencia (el mito de macho ibérico) e impotencia (un país mojigato sin educación sexual alguna), por eso el erotismo del landismo era tan infantil: sus espectadores eran sexualmente inmaduros.
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Este papel está inspirado en la trayectoria real de Lina Morgan. Cuando todavía se llamaba Angelines López, formaba parte del cuerpo de baile de la revista ¡Espabíleme usted al chico! y una de las vedetes principales se lesionó. Ella entró a reemplazarla y, una vez sobre el escenario, empezó a improvisar gestos (ojos bizcos, labios hacia afuera, piernas torcidas) con una comicidad física que hizo que el público enloqueciese. Muchas vedetes de primera categoría se negaban a compartir escenario con ella para que no las eclipsase, pero Lina Morgan no necesitaba a nadie más. Según su pareja artística Juanito Navarro, ella fue la primera protagonista cómica de una revista en España. Cuando le reprochaban que siempre hiciese lo mismo ella defendía “Charlot y Cantinflas crearon unos personajes, ¿no puedo hacer yo igual sin que se me critique?”. En su madurez, Morgan dio trabajo a sus antiguas compañeras en la revista, como Mari Begoña, que hacía de su tía en Hostal Royal Manzanares, emitida en Televisión Española entre 1996 y 1997.
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Con Antonio Ozores no se trataba solo de lo que decía, sino de cómo lo decía. Su estructura anárquica al hablar (dos o tres palabras claras, un puñado de frases atropelladas e ininteligibles y al final otra frase entendible, pero que no tenía nada que ver con el principio) implicaba una forma de trabajar atípica: apenas se aprendía sus diálogos, sino que lo improvisaba todo, creaba palabras inexistentes en el momento (como la enfermedad de la polimorfondulitis, que luego llama fonditurris y fondipedorris) y después en la sala de doblaje construía diálogos enteros. “El bueno de Antonio no se aprendió un guion en su puta vida”, diría Andrés Pajares años después. Por eso una de sus frases más emblemáticas es “No hija no”, que repetía siempre en el Un, dos, tres y que se hizo tan famosa que hasta rodó una película titulada así en 1987. Y todo surgió haciendo una obra con Lina Morgan: ella se equivocó, él le dijo “No hija no” y el público se partió de la risa.
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Aunque parezca una de esas palabras inventadas de Ozores, Juan Nepomuceno existió y es el santo al que se encomendaban Pajares y Esteso en su debut como pareja cómica, Los bingueros, de 1979. En la película les trajo suerte (les iba tan bien que el resto de jugadores del bingo los perseguía mientras Pajares gritaba “¡Que estamos en democracia!”) y Esteso siempre ha dicho que fuera de ella también: hicieron nueve colaboraciones que arrasaron en taquilla. Los bingueros nació porque a la mujer del productor José María Reyzabal le gustaba mucho el bingo y se acababa de legalizar el juego en España. Para el rodaje, la sala Apolo de Barcelona cedió sus instalaciones en horario de cierre (de cuatro a once de la mañana) y según contaría Pajares ahí le empezó un insomnio que le volvería adicto a los somníferos durante el resto de su vida.
La primera película de Martes y 13, Josema Yuste y Millán Salcedo, entonces dos de las personas más famosas de España, se tituló Aquí huele a muerto (1990) y fue tan masacrada por la crítica como celebrada por el público. Tras aquel taquillazo sorpresa, repitieron en 1991 con el director Álvaro Sáenz de Heredia en esta especie de thriller-comedia carcelaria-drama de juicios en el que Yuste y Salcedo interpretaban varios personajes. El guion se limitaba a una línea argumental, que luego ellos iban completando con gags, chistes y frases típicas de su repertorio. “En España gusta mucho el surrealismo y en otras partes, como Latinoamérica, no entienden nada” explicaría el director.
Como ningún centro comercial accedió a dejarles rodar (el robo del Ojo de Nefertiti tiene lugar durante La semana egipcia de unos grandes almacenes) tuvieron que apañarse rodando en tiendas pequeñas y luego fingiendo que todas formaban parte del mismo edificio. Una proeza visual que pocos valoran, aunque Tom Cruise sí debió de verla porque Misión imposible, estrenada cinco años después, empezaba exactamente igual que El robobo de la jojoya. El año pasado Millán Salcedo sufrió un ataque epiléptico en el que tuvieron que cortarle un trozo de lengua y él bromeó: “Lo bueno es que cuando te ocurre no hay un túnel, eso de que te pasa la película de tu vida por delante... Menos mal, así no me pasó el El robobo de la jojoya y, sobre todo, Aquí huele a muerto”.
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Álvaro Sáenz de Heredia también se encargó del debut de Gregorio Sánchez, Chiquito de la Calzada. El director fue a Málaga a verle con el guion para que, entre los dos, lo adaptasen a su forma de hablar. Una vez traducido al idioma Chiquito, él no se lo aprendía, sino que su representante, Arturo del Piñal, se pasaba el rodaje metido en armarios, debajo de las mesas o detrás de las puertas para chivarle sus líneas: su humor era tan anárquico que le resultaba imposible aprendérselo con estructura. Luego, al igual que hacía Antonio Ozores, Chiquito salvaba sus escenas en la sala de doblaje.
El origen del dialecto Chiquito siempre fue un misterio porque sus explicaciones iban en la línea de “fistro procede de una galaxia de 1801”, pero hay teorías de que, por ejemplo, el origen de fistro eran unos peces tropicales muy feos que vio en Japón (donde actuó como cantaor durante los años sesenta) y que cuando preguntó qué eran le respondieron “fish trop”. Otro rumor es que Aquí llega Condemor (1996) fue escrita para Martes y 13 como secuela de Aquí huele a muerto (tras el terror, se iban al wéstern) con Josema Yuste en el papel de Chiquito y Millán Salcedo en el de Bigote Arrocet. Pero en 1996 el dúo estaba a punto de separarse y España vivía obsesionada con Chiquito de la Calzada.
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Pedro Almodóvar había producido la primera película de Álex de la Iglesia, Acción mutante (1993), pero se negó a financiar El día de la bestia (1995) porque es muy supersticioso con la religión y le daba mal rollo tratar con el diablo. “Al final nos la produjo Andrés Vicente Gómez, que está más acostumbrado a tratar con el demonio que Pedro”, contaría el director, quien tuvo que presentar el proyecto en el Ministerio de Cultura tres veces porque le denegaron la subvención las dos primeras. El día de la bestia, además de terror sobrenatural, tenía una carga de pura comedia gracias al personaje de José María, interpretado por el entonces desconocido Santiago Segura. Aquel “satánico de Carabanchel” estaba basado en los heavies de barrio de los noventa tan sumergidos en la iconografía de la corriente musical y estética del heavy metal que directamente se consideraban satanistas a sí mismos. De La Iglesia, que quería hacer una aventura quijotesca, fue el descubridor de Segura (quien ganó el Goya como actor revelación por esta película) y Andrés Vicente Gómez, que definitivamente no le tenía miedo a nada, le produjo su debut como director: Torrente, el brazo tonto de la ley.
Y así, Santiago Segura se convirtió en uno de los cómicos españoles más célebres, más populares y más influyentes como actor y director: tres años después, en 2001, la secuela de Torrente batía por fin el récord de No desearás al vecino del quinto.
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