Un proyecto deIryo

Tarragona, una urbe moderna de pasado imperial

Esta ciudad saca pecho sobre su legado romano, pero se reivindica como el lugar que vio nacer a un pionero de la conciencia ecológica; la cuna de la salsa catalana más internacional, el romesco, o el barrio de pescadores más vibrante del momento. Un destino completo para el arranque de la primavera

Tarragona es amarillenta, rosada y azul. A través de estos tres colores, que dominan prácticamente toda la ciudad, se puede explicar una urbe que ha crecido al calor de su herencia romana. Los dos primeros proceden de los monumentales edificios que el imperio erigió para fundar la ciudad romana más antigua de la península Ibérica y cuya piedra caliza se ha reutilizado durante siglos para que siguiera creciendo. El azul procede, cómo no, del Mediterráneo, que centellea bajo un cielo terso que se mantiene despejado buena parte del año.

Se puede seguir la pista de la capital romana fundada en el 218 antes de nuestra -reconocida como Patrimonio de la Humanidad- por toda la ciudad. Aún se conserva un fragmento de la muralla que la defendía de las invasiones, habituales en la última época del imperio, unos cuantos vestigios de los centros de poder y los lugares en que los romanos se divertían: Tarraco, como la bautizaron los colonos procedentes de la península Itálica, era la única población de su provincia, Hispania Citerior, con anfiteatro, circo y teatro, un lujo que solo podían permitirse las grandes y prósperas urbes. También se puede observar su origen en las paredes de muchos edificios de los siglos XVIII y XIX, construidos con losas con inscripciones en latín, como se puede ver en calle de la Merceria, donde se encuentra la tienda más antigua de España, la cerería Antigua Casa Corderet.

Tarragona, sin embargo, se reivindica también más allá de su romanidad: ahí está su herencia modernista, el estilo que cautivó a los arquitectos catalanes; la lujosa forma de vivir de la burguesía decimonónica o su asombrosa tradición de los castells, las torres formadas por personas, de hasta 11 metros de altura, que surgieron a pocos kilómetros de la ciudad de Tarragona, en el municipio de Valls, y que han sido reconocidos como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Pero, especialmente, una gastronomía mediterránea que lo abarca todo con un plato que sobresale entre los demás: la caldereta de romesco, una delicia que nació cuando los pescadores buscaban un plato fácil de hacer con los pocos ingredientes que podían conservar a bordo. Esa tradición marinera impregna aún el barrio de El Serrallo, donde los artistas contemporáneos han aprovechado sus paredes para pintar magníficos murales que rinden homenaje a sus vecinos.

Pan, circo y casas señoriales junto al mar

Una ciudad convertida en yacimiento arqueológico

Con tanto edificio romano por el casco histórico, merece la pena que el visitante conozca de antemano qué se debe visitar. El anfiteatro es el espacio más reconocible de la ciudad. El desnivel en el que se encuentra, que permite observarlo desde arriba, y su situación junto al mar generan una postal única. En este recinto se celebraron en la época del Imperio combates de gladiadores, luchas de fieras y ejecuciones públicas. Aquí también se condenó a muerte a san Fructuoso, por eso se construyeron en medio del foso una basílica visigoda y posteriormente una iglesia medieval, de la que aún se pueden ver algunos restos.

Ilustración de la ciudad romana

A pocos metros, cruzando una calle, se accede a las inmensas galerías del antiguo circo. Son lo único que se conserva de este recinto, ya que sobre él se construyó la plaza de la Font. En esta explanada, contigua a las galerías, se puede observar que cada edificio ocupa justamente el mismo espacio de gradas. En algunos negocios es posible entrar para observar las bóvedas que 2000 años después siguen soportando el peso de edificios de dos o tres plantas. Uno de ellos es la librería La Quimera, un rincón con encanto forrado de libros antiguos. Sin embargo, de otras construcciones importantes de la misma época, se conserva poco. Es el caso del teatro, a 10 minutos a pie del circo, y de los dos foros: el Provincial, centro político y administrativo principal -al norte de la ciudad- del que solo se conservan algunos arcos y que da nombre a una plaza del centro; y el foro de la Colonia, el que fuera el primer foco de la administración que se estableció con los asentamientos primigenios.

Ilustración

Un parque para el pionero de la educación ambiental

El parque urbano más grande de Tarragona lleva el nombre de uno de los pioneros de la educación ambiental en España, Rafael Puig i Valls. Este ingeniero forestal (o de montes, como se decía en su tiempo, hace siglo y medio) planificó la reforestación de la cuenca alta del río Llobregat y la fijación de las dunas de la bahía de Roses. Además, fue el precursor de la Fiesta del Árbol, iniciativa importada del extranjero, para animar a los ciudadanos a que plantaran árboles, con el fin de compensar el uso intensivo de los bosques por la industria. En su Tarragona natal construyó la Finca de San Rafael, un coqueto edificio modernista rodeado de jardines que hoy se ha convertido en este parque público que recuerda a una figura que luchó por la conservación de la naturaleza en un momento en que muchos lo veían como una excentricidad.

La ciudad romana toma vida bajo la bóveda del Pallol, un edificio situado en la plaza del Pallol, que formaba parte del foro provincial y que durante siglos perteneció a un convento. Allí el visitante podrá sentirse como un ciudadano romano gracias a un entretenido espectáculo de videomapping que proyecta sobre las paredes y el techo curvo la historia de los tarraconenses. En esta sala también se puede contemplar una maqueta de la ciudad romana, que se convierte en una de las protagonistas de la proyección.

A pocos metros, podemos dar un salto de varios siglos y llegar hasta la Edad Media, tiempo en el que se empezó a construir la catedral, conocida como Santa Tecla, templo románico y gótico al que se accede desde una explanada diáfana. Otro salto temporal nos lleva a la Tarragona modernista, corriente que Cataluña acogió con entusiasmo. En esta ciudad, explica Xavier Mejuto, guía turístico oficial, los artistas y arquitectos del cambio del siglo XIX al XX miraban a Viena y el movimiento de la Secesión, en vez de a París, como lo hacían sus colegas barceloneses. Por eso, el Mercado Central de Tarragona se inspira en la antigua estación de Karlplatz, en Viena. Este edificio ofrece disfrute doble: la belleza del edificio por los cuatro costados, y relajarse con unas tapas y un vermut, el licor estrella de la región, con múltiples casas que lo fabrican en la provincia.

La pequeña ruta modernista por Tarragona continúa hasta el patio del Ayuntamiento, donde el visitante contemplará un monumento regio muy distinto a los que habrá visto en conventos y monasterios. Es el mausoleo dedicado al rey Jaume I, uno de los monarcas más relevantes durante la Edad Media, símbolo de la expansión mediterránea de la Corona de Aragón. El arquitecto Lluís Domènech i Montaner, autor del Palau de la Música de Barcelona, es el responsable de este monumento funerario con forma de navío como el que utilizó el soberano para conquistar Mallorca, decorado con mosaicos y guiado por dos esculturas a proa y a popa.

Plaza de la Font, con el Ayuntamiento al fondo, los edificios de la izquierda están construidos sobre las gradas del circo romano.
Plaza de la Font, con el Ayuntamiento al fondo, los edificios de la izquierda están construidos sobre las gradas del circo romano.iStock

El viaje por la historia más reciente continúa por la Casa Canals, una de las pocas casas señoriales de la etapa industrial de Tarragona que se conserva. En ella, el visitante puede recorrer la planta noble y el jardín y ser testigo de la suntuosa vida de la burguesía catalana. A dos pasos, se topará con la decana de las tiendas de Cataluña y una de las más antiguas del mundo. En el número 17 de la calle de la Merceria salta a la vista la Antigua Casa Corderet, tienda y taller dedicado a la fabricación artesana y la venta de velas y cirios desde 1751. La Casa Corderet fue una de las pioneras en dar forma a la tienda moderna, en la que se muestran los productos a los clientes, explica su propietario, Xavier Pagès. Hasta entonces, lo normal era comprar directamente en los talleres.

Si aún queda espacio para un poco más de historia y arte, a dos minutos literalmente se encuentra el Museo de Arte Moderno de la Diputación, donde empaparse del arte local del siglo XX a través de reconocidos artistas como Salvador Martorell, Julio Antonio y Maria Teresa Ripoll i Sahagún. Al finalizar y para digerir una jornada llena de estímulos, lo mejor es dar un paseo por la Rambla Nova y asomarse al Balcón del Mediterráneo, un mirador famoso por su verja modernista. Desde allí se obtienen unas vistas únicas de las líneas de ferrocarril, la playa y el mar. Es uno de los sitios favoritos de los tarraconenses, que se refieren a él con la expresión “tocar ferro” (tocar hierro, en castellano), afirma Mejuto, cuando se disponen a dar un paseo por allí.

Guisos a la catalana

Animación

Tarragona es un buen lugar para iniciarse en la cocina catalana o para volver a ella. Y se puede hacer de una manera un tanto peculiar. En El Tiberi se puede degustar la cocina local y casera en forma de bufé. Para Albert Selleres, hijo del fundador, que continúa con la tradición 40 años después señala uno de los platos estrella es la escudella y la carn d’olla, “una especie de cocido que lleva también carne picada”, explica. Pero también ofrecen butifarra y otros embutidos, así como platos quizá menos conocidos para el principiante, como el xató, una ensalada con salsa romesco, la sopa de galets, con pasta y carne o el empedrat, una ensalada de alubias y bacalao. De postre, mel i mató, un dulce de queso y miel y la archiconocida crema catalana. En Casa Balcells, restaurante pegado a la catedral, se ofrece al visitante una selección de carnes locales y de arroces. El arroz tiene una gran presencia en esta zona por la cercanía del Baix Ebre y el delta, donde se cultiva.

Fachada de la casa Navàs, símbolo del modernismo que se cultivó en Reus. Foto: ISTOCK

Modernismo y vermuteo en Reus

A media hora en coche desde la estación de tren de Camp de Tarragona y a cuarto de hora de la capital de la provincia se encuentra Reus, capital del vermut y corazón del modernismo catalán. Aquí se pueden degustar las variedades de este licor que se producen en la región y que confluyen en sus bares y restaurantes. Merece la pena visitar el Museo del Vermut, ubicado en una antigua fábrica modernista de sombreros, donde su promotor, Joan Tàpias, muestra 6.500 objetos que ha ido coleccionando relacionados con este vino macerado con hierbas y azúcar. “En una década esta bebida ha experimentado un auténtico bum”, explica Tàpias.

En Reus se alzan más de 80 edificios modernistas. La casa Navàs (plaza del Mercadal, 5-7), en el centro medieval y la más célebre, fue proyectada por Domènech i Montaner y se puede visitar. En la misma plaza se rinde homenaje al arquitecto modernista más popular, Antoni Gaudí, nacido en Reus, en el Gaudí Centre, aunque, paradójicamente, entre ese casi centenar de construcciones, ninguna fue proyectada por él. En la oficina de turismo (plaza del Mercadal, 3) el visitante encontrará información acerca de las rutas sobre vermú y sobre modernismo que recorren la ciudad.

La buena vida está en El Serrallo

Arte, mar y la mejor pesca de Tarragona

Tarragona se vuelve marinera en El Serrallo, al sur del casco histórico. La caliza da paso a las fachadas coloridas en este barrio de pescadores lleno de encanto. Xavier Mejuto, guía de Tarragona, lo describe como un vecindario que, sin perder su esencia local y humilde, se abre al mundo a través del arte y la gastronomía. Vale la pena dedicar una jornada a recorrerlo y contemplar los murales diseminados por las paredes de las modestas viviendas y sus fuentes, que homenajean la vida de barrio, el sacrificado oficio de la pesca y la lucha vecinal.

Ilustración del puerto y El Serrallo

En este enclave tarraconense se recuerda la vibrante relación de Cataluña con el ferrocarril. De hecho, se ha instalado en él, a modo de monumento, una de las primeras locomotoras que circularon a mediados del siglo XX entre Barcelona y Reus. Pero El Serrallo también vibra con su oferta cultural. Cuenta con un pintoresco teatro con vistas al mar, el Teatret, en el edificio de la Cofradía de Pescadores. Allí se programan todo tipo de obras y conciertos. Y a pocos pasos, en los antiguos almacenes del puerto, dos museos, uno frente al otro, en los que profundizar en los dos pilares de la Tarragona: la herencia romana y la actividad portuaria.

Ilustración

La contadora de historias en bronce

Quien se dé una vuelta por el paseo portuario de El Serrallo se topará con la historia de este barrio contada en bronce: un conjunto escultórico relata la vida de los pescadores en tres escenas. La primera, muestra su vida familiar; la segunda, la vida vecinal, y la tercera, la actividad del puerto industrial. Su autora es Beatrice Bizot, una francesa nacida en Italia que llegó hace 20 años a Tarragona. “Amo el Mediterráneo y aquí vivo muy tranquila”, cuenta la escultora de 56 años. Su obra despierta la curiosidad de los visitantes, pero continúa fascinando a los locales. Un día, el cartero se animó a charlar con ella y le contó que cada tarde pasea por El Serrallo con su hijo con quien jugaba a imaginar qué vida podrían tener los personajes de bronce de Bizot: “El trabajo del artista en su taller es solitario, pero a través de sus obras se genera una comunicación que le permite encontrarse con los demás”, completa.

En el recinto que se conoce como Refugi 2 se ha instalado el Museo del Puerto, en el que se hace un recorrido por su historia desde que desembarcaron los romanos hasta el presente. Expone varias embarcaciones, como la réplica de la que usó Jaume I para conquistar Mallorca, una sala inmersiva en la que presenciar el proceso de la pesca en alta mar y dos fragmentos de pecios recuperados del mar de navíos de los siglos XVI y XVII, las joyas de la colección de acuerdo con su directora, Mercè Toldrà.

Al lado, en el edificio denominado Tinglado 4 y de cara al mar, se exhibe temporalmente una parte de la colección del Museo Nacional Arqueológico de Tarragona, que está cerrado por obras hasta finales de 2026. En este espacio provisional el visitante contemplará algunas de las obras esenciales de la colección: frescos con motivos animales, un mosaico perfectamente conservado con la cabeza de Medusa y objetos curiosos relacionados con el sexo y la fertilidad, así como con la infancia, como una muñeca de marfil y un sonajero de bebé. Un recorrido sencillo pero lleno de sorpresas con el que redondear la visita a una ciudad orgullosa de su herencia.

Tradición cocinada en alta mar

Animación

La cocina tarraconense sabe a la gamba roja del Mediterráneo, famosa por su brillante caparazón escarlata, y al romesco, una salsa sobre todo conocida por servir de aliño a los calçots, pero mucho más versátil de lo que puede parecer. El romesco da nombre a la cazuela de pescado propia de El Serrallo. La salsa, cuenta Gerard Pardo, dueño de la L’Ancora del Serrallo, restaurante que abrió su abuelo hace 60 años, se elabora con tomate maduro, pimiento choricero, ajo, pan seco y almendras o avellanas tostadas y se sirve con una variedad de pescados: rape, mero, bacalao... El plato, añade Pardo, nació en altamar cuando los pescadores tenían que cocinar con ingredientes secos que se conservaran bien durante días: “Es un plato cañero, de sabor intenso, pero capaz de conquistar todos los paladares”, se enorgullece el cocinero y empresario.

Vídeo | Tarragona en menos de dos minutos

Créditos

Redacción: Javier A. Fernández
Coordinación editorial: Francis Pachá y Juan Antonio Carbajo
Diseño e ilustración: María José Durán
Desarrollo: Rodolfo Mata
Coordinación de diseño: Adolfo Domenech y Rodolfo Mata
Vídeo: Diego Martínez, Quique Oñate
Vestuario:  Columbia
Agradecimientos: Xavier Mejuto, Itinere; Tarragona Film Comission; Inesperata.



Archivado En