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Víctor Manuel, músico: “El capital tiene que rectificar, nunca pensé que fueran a ser tan voraces”

El cantante y compositor asturiano recuerda sus tiempos de militancia comunista y opina sobre la música actual con motivo del lanzamiento de su nuevo disco

Es muy fácil charlar con Víctor Manuel (Mieres, 78 años): le entra a todo sin drama, con humor, y genera una gran cercanía (como comparte orígenes con el entrevistador, se permite los dejes asturianos). Recibe en sus oficinas al norte de Madrid con motivo de su nuevo disco, ...

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Es muy fácil charlar con Víctor Manuel (Mieres, 78 años): le entra a todo sin drama, con humor, y genera una gran cercanía (como comparte orígenes con el entrevistador, se permite los dejes asturianos). Recibe en sus oficinas al norte de Madrid con motivo de su nuevo disco, Solo a solas conmigo, y habla de la música, de la vida y, claro, de la política.

Pregunta. A usted le preguntan más de política que de música.

Respuesta. A veces es pesado, pero es mi sino. Y no me importa tanto: tengo opinión… Pero también me gusta hablar de mi trabajo.

P. Pues tiene nuevo disco.

R. Sí. Yo canto porque escribo canciones, si no, no sería cantante.

P. Tengo un amigo que imita muy bien a Sabina… y a Víctor Manuel.

R. Yo encontré la manera de cantar por un cantante asturiano, El presi [alias de José González]. Tenía una cosa bronca y tierna a la vez que me inspiró mucho.

P. ¿La inspiración le coge trabajando?

R. Sí, si me pusiera a componer cada dos meses me saldrían canciones. O quizás cada uno tiene dentro las canciones contadas y hay que tratar de que no se agote el pozo. Me esfuerzo en meterme por sitios nuevos: hay un reggae, una canción de inspiración barroca o una con mucha electrónica.

P. Ah, es esa que habla de Gaza.

R. Sí, hay noticias que me disparan ideas. Vi a unos soldados israelíes haciéndose selfis delante de las ruinas de Gaza, una cosa brutal. Así que compuse una canción sobre la deshumanización.

P. Es difícil contar una historia o definir un personaje en el tiempo que dura una canción.

R. Sí, aunque a veces se consigue. O trazas los rasgos del personaje para que la gente lo complete. Este disco lo cierra el Romance de Aris: la historia de un guerrillero que se fuga al monte y entonces su mujer se queda embarazada. Así que se deja ver de nuevo por la ciudad, arriesgando la vida, como para decir: el padre soy yo. Pero si la gente no pone de su parte puede no entenderse, como pasaba en Solo pienso en ti.

P. Ahora se hacen documentales sobre sus canciones. Hay uno sobre Solo pienso en ti y hay otro sobre Asturias. Curioso género.

R. Son canciones que han dejado marca. La huella de Asturias ha ido creciendo sola, es bonito cuando casi se pierde el rastro y nadie se acuerda de que es una canción mía porque es de la gente, en las manifestaciones o en las fiestas de prau.

P. Dicen que eso es pasar a la posteridad, cuando se olvida la autoría.

R. Eso es. Una vez vi a [Miguel Ángel] Revilla salir en la televisión felicitando las pascuas, con cántabros vestidos de cántabros, y cantando el Portalín de piedra, como si fuera un villancico cántabro [risas]. Pero esas cosas dan alegría.

P. Vayamos, por fin, a la política. En la primera canción dice que el Parlamento es un botellón.

R. Cuando se encienden y se insultan, parece un botellón de críos de 16 años. Es un maltrato permanente a quien les escucha y tiene interés por la política, como es mi caso. Imagino que quien no tiene ese interés renegará y les mandará a la mierda.

P. ¿Son todos iguales?

R. No, claro que no. Yo defiendo la política, me parece muy noble cuando se ejerce bien. Es mentira que los políticos roben, solo lo hacen algunos. Los concejales de Caborana [un pequeño pueblo asturiano] no cobran nada por aguantar reuniones, y así la inmensa mayoría. Lo que emerge es la parte más putrefacta.

P. “El pasado nunca pasa / y el futuro nunca acaba de llegar”, dice en una canción.

R. Yo soy optimista, creo que las cosas pueden mejorar. Pero mucha gente tiene la sensación de que estamos al borde de la guerra civil. Hombre, no me jodas. Esto lo suelen decir con gobiernos de izquierda: cuando gobernó Zapatero estuvieron cinco años con la teoría de la conspiración de que puso las bombas en Atocha.

P. Dice Gramsci, grosso modo, que cuando el futuro no llega y el pasado no pasa, llegan los monstruos. Quizás el monstruo sea la ultraderecha.

R. Es por la sensación de vacío, de que falta una banderita tras la que ir. Hay una sensación de desamparo, gente que dice: ¿de quién me fío? Y el espíritu de los tiempos es que no te fíes de nadie y que cada uno por su cuenta. Es un momento muy desconcertante, sobre todo para los jóvenes.

P. Hay muchas maneras en la que la civilización se puede ir al carajo.

R. Tenemos una enorme capacidad de autodestrucción, aunque no sé si los jóvenes piensan tan lejos, ya tienen bastante con el problema de la vivienda, la precariedad, el futuro cegado. El capital tiene que rectificar, yo nunca pensé que fueran a ser tan voraces, tan hijos de puta: es demasiado. Desde los abusos en el trabajo a echar a viejecitas de sus casas para poner pisos turísticos.

P. Ya que habla del capital: usted militó en el Partido Comunista de España.

R. Viví todo lo malo y lo bueno de esa época, conocí a gente muy abnegada, era una cosa casi religiosa. Te metías en todos los charcos a pelear. En el artisteo había muchísima gente: en nuestra célula estaban los hermanos De Castro del grupo Coz, Manolo Tena, Teddy Bautista… Parecíamos muchos porque estábamos por todas partes, pero éramos pocos, como se demostró cuando se pudo votar.

P. ¿Por qué lo dejó?

R. Lo dejamos en 1982 cuando Carrillo le dejó el reinado a Gerardo [Iglesias]. No entendíamos que la monarquía comunista traspasase el poder de un señor a otro, nos parecía una tomadura de pelo, queríamos un congreso extraordinario. Ana [Belén] y yo mandamos una carta a EL PAÍS. Se titulaba: Nos vamos porque seguimos en el mismo sitio. Además, teníamos a un niño pequeño y aquello de transformar el mundo nos quitaba mucho tiempo. Nos dijeron: “las ratas abandonan el barco”, pero era previsible. Pero fueron años maravillosos, con la mejor gente, abnegada y entregada. También la gente más siniestra.

P. Ahora nos dicen que hay comunistas por todas partes.

R. Es una cosa muy rara. Lo que nosotros conocimos bien enterrado está, los ejemplos prácticos han sido fallidos. Yo fui invitado a países comunistas y me porté tan mal, discutiendo mucho, que no me volvieron a invitar. Y mira que hemos defendido a Cuba durante años, hasta que dijimos: “Ya está”. En China siguen considerándose comunistas… Pero no sé a lo que se refieren ahora por comunismo.

P. La cuenca minera asturiana marca para siempre: sigue presente en sus canciones.

R. Siempre se saca agua del pozu de la infancia. Recuerdo el 4 de diciembre [día de Santa Bárbara, patrona de los mineros] escuchar la dinamita por el monte. Mi padre trabajó poco en la mina, luego ya en Renfe, pero mi güelu [abuelo] y mucha gente de mi familia trabajó mucho allí.

P. ¿Todavía hay conciencia de clase en el mundo?

R. Ya nadie quiere ser clase trabajadora. Quizás alguien en un andamio tiene conciencia de clase, en los trabajos manuales y jodidos es más fácil que cuando trabajas con un ordenador. Los trabajos han cambiado mucho, se han deslocalizado, lo sindical solo permanece en las grandes empresas... Para mal de la clase trabajadora, porque hay mucha precariedad.

P. Habla en sus canciones de “fracasos”… Pero lleva décadas de éxito.

R. Sí, mucho tiempo hablando con éxito del fracaso [ríe]. Mucha gente solo ve la espuma de la vida, que te pasan cosas estupendas, pero hay cosas que uno considera un fracaso: no haber sabido solucionar bien una canción o un disco… He tenido un montón de trabajo que ha sido una mierda y no ha funcionado… solo que se recuerda menos. Son fracasos muy benevolentes.

P. Al final el legado de un artista son cuatro cosas, cuatro canciones, cuatro poemas, lo demás se olvida.

R. No hay más. A veces digo que tengo más de 600 canciones, pero con hacer 60 hubiera valido.

P. Además de por la política, a usted le preguntan mucho por Ana Belén, pareja artística y sentimental. Toda una vida juntos: ¿Cuál es el secreto?

R. Es inevitable que me pregunten. Yo siempre digo: lo nuestro funciona porque siempre ha sido provisional [ríe]. Cuando nos juntamos nos estábamos desprogramando cada uno de su mundo… Ana tenía 20 años, era hippie e impuntual, una fuerza de la naturaleza. Yo venía de los primeros éxitos, con el primer dinero me compraba coches imposibles para correr… Si en una relación vas con maximalismos por delante, “yo soy así”, eso está condenado al fracaso.

P. ¿Qué le parece la música de ahora?

R. Escucho mucha música, picoteo todo el rato, me gusta estar enterado. A veces lo escucho una vez y me basta, otras veces me gusta y sigo. Como dicen los estudios, a partir de cierta edad solo queremos escuchar lo de antes. Stevie Wonder, los Beatles, Pink Floyd no van a volver… Ahora queremos cambiar de canción cada 30 segundos, así que imagínate escuchar los 12 minutos de The Wall.

P. No podemos quedarnos en el pasado.

R. Sí, yo tengo unos gustos de lo más eclécticos. Spotify es malo para los músicos, para la clase media artística que no monetiza, no tanto para los muy grandes, como Beyoncé o Rosalía. Pero al mismo tiempo es un prodigio poder acceder a toda la música.

P. Dígame nombres.

R. [Consulta su smartphone]. Mira, pues ahora escucho mucho a Olivia Rodrigo. Fui a ver a Guitarricadelafuente, que me parece muy bueno, aunque el último disco sea un poco fallido, pero es muy artista, canta muy bien, va para estrella. Fetén fetén, me encanta, como Jorge Drexler o Tulsa.

P. ¿Bad Bunny? ¿Rosalía?

R. He escuchado a Bad Bunny porque siento que tengo que escucharlo, pero ya no más, ya sé lo que es. Rosalía me parece una grandísima artista, me gustan sus discos, menos Motomami, con aquellas chorradas sincopadas que no eran ni canciones. Creo que Lux tiene canciones buenísimas, aunque eso del nuevo misticismo me parece una milonga: odio a todas las religiones por igual.

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