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Pompeya desvela el menú de los esclavos romanos: algunos comían mejor que los ciudadanos libres

Los nuevos hallazgos arqueológicos muestran que los trabajadores esclavizados se alimentaban bien para mantener la productividad

Pompeya sigue siendo una ventana privilegiada abierta a la vida en la antigua Roma, que a veces muestra con total nitidez también sus contradicciones y contrastes. Uno de los últimos hallazgos en las excavaciones de una inmensa villa de Civita Giuliana, a las afueras de la ciudad arrasada por la furia del Vesubio, pone en evidencia una de las grandes paradojas del sistema de esclavitud romano: aunque los esclavos en la antigua urbe eran considerados meros “instrumentos parlantes”, algunos estaban mejor alimentados que los ciudadanos libres. La razón era garantizar su productividad.

Los estudiosos conocían esta situación, debido a que distintas fuentes escritas lo sugieren, pero los nuevos descubrimientos parecen confirmarla de forma contundente. Los arqueólogos han encontrado en el primer piso de la zona de la villa destinada a los esclavos varias ánforas llenas de habas —una de ellas casi vacía— y un gran cesto con fruta, probablemente peras, manzanas o serbas. Estos alimentos, ricos en proteínas y vitaminas, complementaban la dieta básica de trigo de los cerca de cincuenta trabajadores esclavizados del lugar, que vivían hacinados en celdas de apenas 16 metros cuadrados que contenían hasta tres camas cada una. “Como ‘instrumentos de producción’, cuyo valor podía alcanzar varios miles de sestercios –moneda de la antigua Roma–, el propietario había considerado oportuno complementar la dieta de los esclavos agrícolas, basada en el trigo, con alimentos ricos en vitaminas, como peras o manzanas, y proteínas, como las habas”, explica el Parque Arqueológico de Pompeya en un comunicado.

No era casual que estos víveres se conservaran en el primer piso, allí estaban protegidos de roedores y parásitos que abundaban en las estancias del nivel inferior. Hace un par de años se encontraron restos de varios ejemplares de ratones y ratas en las dependencias de servicio de la planta baja, que no tenían un suelo propiamente dicho, sino solo un pavimento de tierra batida.

Además, este método de almacenaje de la comida facilitaba también la supervisión sobre su reparto. Todo apunta a que había un control estricto de lo que cada uno podía tomar diariamente de la despensa, también en función de las tareas, la edad y el sexo. Este racionamiento quedaba en manos de los siervos de confianza del dueño de la villa, encargados de vigilar a los demás.

Los expertos estiman que el grupo de medio centenar de esclavos consumían 18.500 kilos de trigo al año, que se cultivaban en una superficie de unas 25 hectáreas. Para evitar enfermedades derivadas de la malnutrición, los propietarios complementaban la dieta con fruta y legumbres, para garantizar la plena eficacia de los “instrumentos parlantes”. “Así, podía ocurrir que los esclavos de las villas de los alrededores de Pompeya estuvieran mejor alimentados que muchos ciudadanos formalmente libres que carecían de lo mínimo para vivir y que se veían obligados a pedir limosna a los personajes eminentes de la ciudad” para sobrevivir, señalan los arqueólogos de Pompeya.

El director de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel, subraya que estos descubrimientos revelan “la absurda contradicción del sistema esclavista”: humanos tratados como máquinas, pero cuya humanidad nunca podía ser totalmente borrada. “Los seres humanos eran tratados como herramientas, como máquinas, pero la humanidad no se puede borrar tan fácilmente”, señala Zuchtriegel, coautor del estudio sobre las dependencias serviles de esta villa. Y agrega: “Así, la frontera entre esclavo y libre corría el riesgo de desaparecer continuamente: respiramos el mismo aire, comemos las mismas cosas, a veces los esclavos comen incluso mejor que los llamados libres. Esto explica por qué en aquella época autores como Séneca o San Pablo podían pensar que, en definitiva, todos somos esclavos en un sentido u otro, pero también podemos ser libres, al menos en el alma”. Zuchtriegel ha recordado, además, que la esclavitud sigue existiendo en formas modernas: “Se trata de un tema que no pertenece solo al pasado, porque la esclavitud, en otras formas y bajo otros nombres, sigue siendo una realidad; algunas estimaciones hablan de más de 30 millones de personas en el mundo que viven en condiciones asimilables a formas modernas de esclavitud”.

Las excavaciones también han recuperado calcos de puertas, herramientas agrícolas — probablemente parte de un arado — y lo que parece ser el batiente de un gran portón en reparación, todos elementos que ayudan a reconstruir la actividad cotidiana del complejo.

En la villa de Civita Giuliana se llevan a cabo excavaciones desde 2017, en coordinación con la Fiscalía de Torre Annunziata, para frenar los continuos saqueos que durante años castigaron la zona. El enclave se ha consolidado como uno de los yacimientos más prometedores del entorno pompeyano. Ahora, un nuevo proyecto contempla la demolición de dos construcciones modernas levantadas sobre el área destinada a los esclavos, lo que permitirá ampliar las investigaciones y reconstruir con mayor precisión la estructura del sector de servicio y su función dentro de esta extensa villa.

La ampliación del proyecto arqueológico permitirá ofrecer una visión más completa de la vida cotidiana en Pompeya poco antes de la erupción del Vesubio, en el año 79, que redujo a cenizas la ciudad y sus alrededores.

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