Alicia Valdés, politóloga: “Fracasar no está mal”
La autora de ‘Política del malestar’ defiende la imaginación y el deseo insatisfecho frente al consumismo que promete resolver todo
Alicia Valdés dispara muchas ideas interesantes, pero hay una que repite como una alerta que conviene observar: cuidado con culpar a los jóvenes del auge de la ultraderecha como se les culpó del contagio del covid, porque el problema ...
Alicia Valdés dispara muchas ideas interesantes, pero hay una que repite como una alerta que conviene observar: cuidado con culpar a los jóvenes del auge de la ultraderecha como se les culpó del contagio del covid, porque el problema no está en ellos. La politóloga y doctora en Humanidades asturiana, aunque nacida en Madrid en 1992, autora de Política del malestar (Debate) y comisaria de ágoras de pensamiento en La Casa Encendida, ha elaborado el ensayo sonoro Imaginación política, parte del proyecto Archivo Sonoro de Presentes Deseables, que trata sobre qué vidas vivibles somos capaces de imaginar. Con sorpresas.
Pregunta. ¿Vivimos en un Estado del bienestar o del malestar?
Respuesta. Vivimos en un Estado que ahora está mal. No podemos hablar de bienestar cuando enfrentamos una crisis de vivienda que no nos permite las condiciones más básicas para estar bien. Tan fácil como eso.
P. Defiende y teoriza sobre la subversión.
R. Si no pensamos en términos de que algo puede ser subvertido y cambiado no sé para qué estamos aquí. No puedo existir ni pensar en una vida que no tenga subversión, en que no puedas molestar.
P. Tenía 19 años en el 15M. ¿Cómo lo vivió?
R. Estudiaba Políticas en Somosaguas y muchos que luego tuvieron un papel central en política fueron mis profesores. De ahí me viene la necesidad de pensar que las cosas pueden cambiar.
P. ¿Le decepcionaron esos profesores? ¿Pablo iglesias, por ejemplo?
R. Para eso tienes que tener las expectativas bastante altas. Yo formaba parte de otros espacios.
P. ¿El 15M fracasó como movimiento?
R. No sé qué esperaba la gente. Cuando hablo de imaginación política, una de las cosas más importantes es que no podemos seguir pensando en un horizonte utópico entendido como algo armonioso. Creemos que en algún momento todo va a estar bien y nos generamos metas políticas inalcanzables, pero tenemos que ser conscientes de que el conflicto es parte de lo que conformamos como sociedad. Y debemos hablar de la idea del fracaso, que siempre vemos como negativo. Fracasar no está mal.
P. ¿Qué propone imaginar?
R. Yo ya sé que mi asamblea feminista no va a acabar con el patriarcado, como un vegano sabe que su alimentación no va a hacer que detengan masacres de animales en granjas, pero tenemos que pensar en lo cotidiano y en aquellas cosas que hacen que la vida sea vivible. Mi ensayo sonoro surge para saber qué piensa y desea la gente. Pregunté y grabé a decenas de personas y me encontré con la dificultad para imaginar. Cuando te metes en la cama a las 11 de la noche te imaginas muchas cosas: la muerte de un ser querido, el fin del amor, el fin del mundo... Pero cuando intentas imaginar algo más positivo y optimista parece que el cerebro dice: aquí ya no imagino.
P. ¿Qué respuesta le sorprendió más?
R. Grabé a personas como mi abuela antes de que falleciera, por ejemplo, pero una respuesta muy bonita me la dio un niño al que pregunté qué quiere hacer en el futuro y dijo: ir a la biblioteca pública. Me pareció tan bonito y tan puro porque muchos adultos sufrieron con el ejercicio y, de repente, un niño tan superfresco dice: quiero ir a la biblioteca pública a leer. Esto es. La vida va de esto, no de las cosas que generan dolor.
P. ¿Por qué los jóvenes, sobre todo hombres, quieren votar ultraderecha?
R. Acabo de terminar un ensayo sobre esto que se publicará en abril y es que tenemos que tener un poco de cuidado con los mensajes. Yo soy politóloga, la gente está haciendo valoraciones y fotos fijas de encuestas que tienen meses y el comportamiento electoral de un chaval es volátil. También estamos viendo que la juventud cada vez se declara menos vinculada a la heterosexualidad y que está viendo el género o la sexualidad de otra manera, pero eso no da titulares. Se está generando un discurso del pánico que nos separa de los jóvenes como si fueran ellos los culpables de que sean los adultos de extrema derecha los que se lucran con ellos. De nuevo estamos apuntando a un sitio que no es el correcto. Tengamos más cuidado.
P. Pero es una tendencia creciente. ¿Por qué?
R. Porque si a mi generación nos hicieron una promesa y luego nos la rompieron, a ellos ya les han dicho que su vida va a ser una mierda. El mundo se destruye y nadie se ha planteado si vamos a acabar con el capitalismo de una manera globalizada, sino que, por el contrario, se prima un sistema individualista en el que te ofrecen cómo lograr tu primer millón. Necesitamos discursos políticos más atractivos para los chavales y si se sienten apelados por la extrema derecha en las redes es porque se han convertido en un producto. También tiene que ver con la ausencia de modelos masculinos que puedan ser habitados de forma deseable y feliz.
P. ¿Cómo valora el momento político en general, a izquierda y derecha?
R. Hablo mucho del goce en Política del malestar. Hay gente encantada de que todo vaya mal porque eso cumple con su profecía. Se alegran de que haya corruptos a un lado y otro. Rebajar todo a la altura del betún produce satisfacción a mucha gente. Es penoso y una estupidez.
P. ¿Hoy la política es entretenimiento?
R. Hace 15 años los programas con más audiencia eran los de salsa rosa y ahora son los de política. No hay que serios todo el rato, pero tampoco caer en la espectacularización de todo.
P. ¿La gente de izquierdas está más amargada que la de derechas?
R. A veces los discursos de izquierdas son desesperanzadores y las maneras de hacer militancia, como una asamblea de cuatro horas un viernes por la tarde, son pesadas y punto. Durante mucho tiempo hemos pensado que la rabia movilizaba mucho y es verdad que moviliza, pero también desmoviliza. Los feminismos demuestran que se puede hacer la militancia de otra manera, que podemos reírnos, pasarlo bien, ser amigas y eso es importante. Buena parte del discurso de extrema derecha es: con ellos te vas a aburrir. Y es que no se puede sostener todo en el sacrificio y el esfuerzo para que un día llegue un cambio.
P. ¿Y qué se puede hacer?
R. Ya se está haciendo. Los que van tarde en las izquierdas son los partidos políticos. Los movimientos sociales de izquierda están moviendo el mundo, lo hacen el feminismo y el ecologismo que, por cierto, son espacios de jóvenes. En el ecologismo hay una generación posterior a la mía, chavales nacidos en los 2000, que están demostrando que se puede hacer todo de otra manera, que puedes molestar y divertirte a la vez, que puede haber un activismo amable. Los partidos políticos deberían aprender de los movimientos sociales y no fagocitarlos, como pasó el 15M.
P. ¿El deseo hoy solo apunta al consumismo?
R. Estamos en momento en que pensamos que el deseo se puede colmar. Y eso es un problema. Si el deseo se pudiera colmar, dejarías de desear y qué vida más triste que una vida sin deseo. Hay que pensar que el deseo no se puede colmar y que no debería ser piedra filosofal. El deseo no siempre es bueno, nos puede llevar a espacios que nos generan malestar. Creo que si tuviéramos que decir qué está sucediendo con el deseo y la extrema derecha es que ahora mismo hay una pulsión de muerte y destrucción. Me fui en 2023 a Argentina a trabajar sobre la campaña de Milei y me quedó claro: hay un factor de “acabemos con todo, hagamos tabla rasa”. El auge de la extrema derecha tiene que ver con esa pulsión de muerte, la cuestión es si vamos a conseguir que otras cosas sean deseables. Si seguimos culpabilizando a los jóvenes, como en la pandemia, cuando se les acusó de matar a los abuelos y de ser los vectores de contagio, vamos mal. ¿Ahora van a ser ellos los vectores del contagio del fascismo? Me extraña.
P. ¿Hay vida más allá del Tinder, Temu, Amazon y el consumismo en general?
R. La vida está más allá del consumismo. Y tiene que ver con la idea de que el deseo no se puede colmar. El consumismo está ahí diciéndote que lo puedes colmar. El momento en que aceptas que el deseo no se puede colmar es cuando empiezas a vivir, porque empiezas a enterarte de que el deseo es el motor que te va a llevar a mover.