Susan Faludi, la periodista profeta de la reacción ultra: “Despertarse en EE UU es terrorífico, vivimos en ‘El señor de las moscas”
‘Backlash’, la investigación de culto de la reportera publicada en 1991 sobre la reacción conservadora frente a los avances en igualdad, se reedita en España
Hacía meses que no le pasaba, pero Susan Faludi (Nueva York, 66 años) experimentó hace unos días el espejismo de sentirse medianamente bien con la vida. “Fue por estar lejos del ordenador y no leer las noticias en toda la mañana. Como soy periodista y no una ermitaña, como me dedico a escribir sobre los derechos de las mujeres, volví a conectarme, volví a la agonía”, cuenta la mítica cronista en una videollamada desde su casa en Cambridge (Massachusetts) a mediados de septiembre. La falsa sensación de felicidad se evaporó con un scroll rápido en su móvil. “Despertarse cada día en Estado...
Hacía meses que no le pasaba, pero Susan Faludi (Nueva York, 66 años) experimentó hace unos días el espejismo de sentirse medianamente bien con la vida. “Fue por estar lejos del ordenador y no leer las noticias en toda la mañana. Como soy periodista y no una ermitaña, como me dedico a escribir sobre los derechos de las mujeres, volví a conectarme, volví a la agonía”, cuenta la mítica cronista en una videollamada desde su casa en Cambridge (Massachusetts) a mediados de septiembre. La falsa sensación de felicidad se evaporó con un scroll rápido en su móvil. “Despertarse cada día en Estados Unidos es terrorífico, vivimos en El señor de las moscas. Nuestras instituciones públicas se han desintegrado y todo el mundo actúa como un adolescente trastornado. Desde los tech bros hasta las vergonzosas ruedas de prensa del gabinete de Trump, desde las mujeres que idealizan las ‘cosas de chicas’ a la manosfera con hombres de esteroides fibrándose en un gimnasio, da la sensación de que no hay ni un solo adulto responsable en la habitación. La gente se siente insegura y vulnerable porque se ha estancado la idea de progreso. Hay un miedo enorme que lo ha inundado todo”, describe.
Licenciada en Harvard, colaboradora de todos los grandes periódicos estadounidenses desde hace décadas y ganadora del Pulitzer en 1991 por un reportaje en The Wall Street Journal sobre el coste humano que representó la compra apalancada de los supermercados Safeway Stores, esta reportera alcanzó la fama global ese mismo año ―y el Premio Nacional de la Crítica― con la investigación titulada Backlash (Reacción). “Ojalá me hubiera equivocado con aquel libro”, advierte sobre su clásico de culto del pensamiento progresista. Aquel ensayo de 657 páginas sobre la guerra no declarada a la mujer moderna presentó una contundente acumulación de pruebas para evidenciar que, lejos de lo que se predicó a inicios de los noventa, el feminismo no había consolidado un cambio institucional ni social, más bien estaba retrocedido en sus objetivos. “Cuando lo publiqué, todo el mundo me decía: ‘Oh, vaya, no me había dado cuenta de que esto estuviera pasando’. Ahora es imposible que alguien lo exprese así porque la reacción al progreso que estamos viviendo nos ha explotado en la cara, es descarada, desvorganzada y cruel”, explica.
Reeditado ahora por Península con traducción de Francesc Roca y prólogo de Mar García Puig, considerado como texto profético para entender los mecanismos políticos y de deseo cultural que desactivan los imaginarios progresistas, Backlash probó que en los ochenta y noventa no se rompió ningún techo de cristal. Lo que aconteció fue un contraataque cultural, social y político para el repliegue de derechos de las mujeres y establecer un nuevo marco mental gracias a la expansión de un falso mito: la idea de que el movimiento feminista, lejos de liberar a las mujeres, las había hecho infelices.
Películas como Atracción fatal y titulares alarmistas como Las mujeres sin hijos están deprimidas y desorientadas y cada día son más (así lo publicó The New York Times) culparon a la liberación femenina de envenenar a las mujeres con la ambición profesional. La prensa hablaba de “escasez de hombres” apoyándose en un estudio que resultó ser falso y se instauró la idea de que las mujeres ni encontrarían marido ni serían madres porque habían apuntado demasiado alto en su emancipación. Esa ansia, además, las estaba desquiciando. La investigación de Faludi fue tal superventas que hasta Norah Ephron le hizo un guiño en la película Algo para recordar, de 1993, cuando el personaje de Meg Ryan (Annie) replica a un hombre que suelta: “Es más fácil que te mate un terrorista que encontrar marido pasados los cuarenta”: “¡Esa estadística no es cierta!”, respondía. “¡Hay prácticamente un libro entero sobre por qué esa estadística no es cierta!”. No hacía falta nombrarlo porque todo el país sabía que el título del que hablaba era Backlash.
“De alguna manera vivimos una repetición a lo que vivimos en los noventa, pero la reacción actual es mucho más virulenta y menos sutil”, apunta Faludi. “Antes, el antifeminismo se aplicaba con guante de seda. Aquella reacción venía a decir: ‘Solo estamos aquí para ayudaros a ser felices’. Eso no es lo que está pasando ahora. El antifeminismo quiere sangre. Hay un ataque coordinado para privar a las mujeres de la autonomía corporal básica y su libertad reproductiva. Se está expulsando a las mujeres de la fuerza de trabajo, destruyendo todas las leyes, políticas y agencias que sirven al bienestar femenino”, apunta, especificando los proyectos de ley para que las mujeres que abortan puedan ser condenadas a cadena perpetua. “Estamos arrestando a madres por comprar píldoras abortivas para sus hijas mientras el gabinete de Estados Unidos está lleno de presuntos violadores, explotadores sexuales y maltratadores confesos. Incluso tenemos que escuchar a quien pide derogar el derecho al voto femenino”, destaca.
Para Faludi, la situación actual es alarmante. “La democracia se está desmantelando y la izquierda, que todavía existe, está en shock porque hay muchísimo miedo, y con razón. En cuanto te expones, te atacan o aparecen los agentes del ICE [las siglas que responden en inglés al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas]. Básicamente, es como funcionaba el sistema bajo el mandato del Tercer Reich, cuando la gente temía ser delatada por otros. Una vez que eso se instala en tu interior, te paraliza”.
La cronista se muestra crítica con los avances del feminismo de la cuarta ola en su país. “La paradoja es que ha sido muy popular gracias a Taylor Swift, pero las condiciones de vida de las mujeres han empeorado. El feminismo de Sheryl Sandberg promovía ascender individualmente mientras la gran recesión de 2008 afectó más a las mujeres. Poner lemas en las webs corporativas como The Future is Female no ha solucionado nada”.
Todo lo que el feminismo o la izquierda propone lo terminamos utilizando para vigilarnos internamente. La derecha lo capta y es experta en disfrazarse de la oveja mientras es el lobo
Faludi se muestra horrorizada ante el enfrentamiento entre feministas en cuestiones género. “Detesto que esto se haya convertido en personas trans contra TERF’s [acrónimo que por sus singlas en inglés se traduce como Feminista Radical Trans-Excluyente]. Las feministas y las activistas trans tienen mucho en común, ambas nos enfrentamos a las limitaciones del género”.
Lo cuenta una periodista que hace dos décadas recibió un correo de su padre, con el que no hablaba desde hacía años, revelándole su nueva identidad: ahora se identificaba como mujer y se llamaba Stephanie tras operarse para reasignar su género en Tailandia. Su padre fue criado como judío en la Hungría aliada de Alemania y se disfrazó de fascista para salvar a sus padres de la muerte. Gracias a sus conocimientos de fotografía, en EE UU adoptó una nueva identidad bajo el nombre de Steven Faludi para trabajar como retocador de imágenes. Conoció a la madre de Susan, se casaron y cuando esta le dejó, apuñaló varias veces a su nuevo novio para después volver a Hungría y aferrarse a los ideales antisemitas y misóginos de la extrema derecha. Ella narraría esa historia en El cuarto oscuro (Anagrama, 2018), que le valió el premio Kirkus de no ficción.
“Cuando mi padre me escribió, lo trans era casi un concepto exótico, pero cuando publiqué mi libro en 2016, Newsweek hablaba del punto inflexión en los avances de derechos para personas trans. Ahora todo eso ha cambiado, ciertas feministas se han unido a posiciones de extrema derecha y muestran simpatía por las personas que detransicionan de género”, cuenta, señalando los peligros de esa alianza. “Es terrible como todo lo que el feminismo o la izquierda proponen lo terminamos utilizando para vigilarnos internamente. La derecha lo capta y es experta en disfrazarse de la oveja mientras es el lobo. Todos los proyectos de ley antiaborto contra las personas trans lo llaman como los de la ‘igualdad de las mujeres’. Es una farsa, pero es la que está funcionando”, sentencia.