Cien años de Ángel González, poeta y “santo por lo civil”
En el centenario de su nacimiento, diversos homenajes y publicaciones recuerdan al autor ovetense, conocido por su compromiso cívico, el humor, el amor y la amarga ironía
Ángel González fue un “ciudadano normal” que algunas veces escribía poesía. Él mismo lo dijo, y lo confirma su viuda: “Creo que su natural modestia no permitió jamás que el poeta eclipsara a la persona. Le molestaban aquellos que iban por la vida con la máscara de poeta creyéndose superiores a los demás mortales”, dice Susana Rivera, profesora de Literatura en la Universidad de Nuevo México, donde González enseñaba y ambos se conocieron. Tal vez por eso tuvo el cu...
Ángel González fue un “ciudadano normal” que algunas veces escribía poesía. Él mismo lo dijo, y lo confirma su viuda: “Creo que su natural modestia no permitió jamás que el poeta eclipsara a la persona. Le molestaban aquellos que iban por la vida con la máscara de poeta creyéndose superiores a los demás mortales”, dice Susana Rivera, profesora de Literatura en la Universidad de Nuevo México, donde González enseñaba y ambos se conocieron. Tal vez por eso tuvo el cuidado de escribir una poesía cercana pero comprometida, atravesada por la dificultad de la sencillez (“Es muy difícil escribir claro”, decía), de una profundidad accesible, donde se mezcla la conciencia cívica, el humor, el amor, la ternura y una amarga ironía marca de la casa. Ángel González es uno de esos autores que (como, por ejemplo, Julio Cortázar) generan gran complicidad con el lector. Que caen bien. Que te quieres llevar a casa.
A Ángel González, que pensaba que al porvenir le llamaban así porque no venía nunca, un día se le empezó a “adelgazar el futuro”, como se nos adelgaza a todos. Y tanto se le adelgazó que le llegó la muerte, en 2008, a los 82 años. Pero su futuro continuó, aun sin él: este 6 de septiembre se cumplen cien años de su nacimiento, en aquel Oviedo de 1925, y su figura sigue muy viva, como se demuestra en los numerosos actos y publicaciones por su centenario. Su memoria es como se describió en otros versos: “Un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el viento”.
Un centenario lleno de cosas. El pasado 22 de marzo, en los alrededores del Día de la Poesía, el Instituto Cervantes homenajeó a González; también lo hizo en julio la Semana Negra de Gijón (donde el poeta instauró una sesión poética a medianoche, que sigue celebrándose, y de la que se conserva un famoso vídeo de González cantando con su amigo Joaquín Sabina), y entre el 14 y el 16 de octubre lo hará la Universidad de Oviedo en un congreso internacional. Publicaciones varias: la antología Eso era amor (Nórdica), con prólogo de Javier Rioyo e ilustraciones de Pablo Auladell, así como la que prepara la editorial Huerga & Fierro, a cargo José Manuel Lucía Mejías. Papeles del Náufrago publicará Soy un fingidor, una colección de sus “autorretratos” poéticos entre 1956 y 2008. Para los más pequeños una antología preparada por Ester Sánchez en el sello asturiano Pintar-Pintar, en colaboración con María Rosa Serdio, especialista en la difusión de la poesía entre los jóvenes, con audios del poeta e ilustraciones de Marina Buxó.
El premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 1985, o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1996, laurearon su carrera ya en el siglo pasado, como el ingreso en la Real Academia en 1997, pero “su obra sigue muy vigente”, apunta Rivera, “Ángel nunca pasó por tinieblas del purgatorio a donde se dice que son arrojados los escritores esperando la mano de la posteridad. Su poesía siempre permaneció iluminada por sus lectores”. Si bien Rivera recibe constante feedback de los lectores, también se nota en la academia: acaba de publicarse en la Universidad de Alcalá la tesis La métrica de Ángel González: variaciones rítmicas y discursivas de Jesús Aguilar Fernández Gallego, cuyo título, raro en una tesis, describe exactamente el contenido.
“La poesía de Ángel González es de la más importante de la posguerra española”, dice el poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes. “Junto con Jaime Gil de Biedma, supo recoger la herencia del mejor Machado, hacer una poesía cívica con una gran profundidad de conocimiento, en el lenguaje de todos, muy capaz de ahondar en la inteligencia y los sentimientos humanos. Y nada ingenua”, añade, recordando el título de su famoso libro Sin esperanza, con convencimiento. Recuerda la condición de González de derrotado de la Guerra Civil, en la que ejecutaron a un hermano, se exilió otro y sus hermanas fueron depuradas para el magisterio en Asturias. No en vano García Montero es autor de la biografía novelada de González, Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara). “Sin embargo, se consideraba con el derecho de reafirmarse en sus convicciones”.
Los grandes poetas, más que recordados por sus poemarios, lo son por sus poemas, y González dejó una nutrida colección de grandes éxitos: Me basta así, Eso era amor, Para que yo me llame Ángel González, Breves acotaciones para una biografía, Camposanto en Colliure, y un largo etcétera, como el muy irónico y desencantado Inventario de lugares propicios al amor, quizás el poema que mejor resume las diferentes facetas que configuraron el ánimo vital del ovetense. Unas grabaciones publicadas por la editorial Visor recogen aquella forma especial de recitar de González, con la voz grave y algo áspera, de eses sibilantes que parecían quedar en el aire después de los versos, como permanecen los propios versos en la cabeza de generaciones. Su forma de leer, pero también aquella barba blanca de la edad madura o su gusto por los bares (y por cantar en los bares), colaboraban a su imagen cercana y entrañable. De hecho, para muchos la poesía de González ha sido una puerta de entrada a la lectura de poesía, y hasta a su escritura, porque hace parecer sencillo lo complejo. Su poesía no dice “no lo intente en casa”, sino que parece decir: usted también debe intentarlo.
Para el poeta y crítico Carlos Pardo la lectura de González fue inspiradora desde sus inicios, especialmente el poemario Tratado de urbanismo, para el que luego preparó una edición en la editorial Bartleby. “Es uno de esos raros poetas que recogen todas las virtudes de su época al tiempo que las hacen suyas”, dice Pardo, refiriéndose a una “revolución antipoética”, sucedida en el siglo XX en la poesía en español. “Antipoética en el sentido de huir de un cierto prestigio distante e idealista, alejado de la prosa cotidiana, de la poesía como un lenguaje para profesionales. En el sentido de hacer poesía de lo considerado no poetizable, y que deja la influencia francesa por la anglosajona, menos vertical, más horizontal, que abre nuevos espacios”, explica Pardo. “El escribir sin que se nota que se escribe”, añade, “y un humor que no es un sarcasmo cerrado para ejercer el poder, sino algo sutil que muestra una vulnerabilidad”.
Además de su viuda y heredera universal, Susana Rivera, González dejó muchos “viudos” (como los bautizó Joaquín Sabina y replicaron los medios), los que fueron sus amigos: los poetas García Montero y Benjamín Prado, el propio Sabina (que le llamaba “santo por lo civil” en una canción), etc. Tras su muerte se planteó poner en pie una fundación a su nombre, que naufragó por los sonoros desacuerdos entre viuda y viudos, que hicieron correr ríos de tinta. Lo que sí existe es la cátedra Ángel González en la Universidad de Oviedo, que dirige Araceli Iravedra. Cree Iravedra que la poesía de González envejece bien, y no solo por congregar a lectores, “sino, sobre todo, por la extraordinaria acogida que logra entre los jóvenes —y hablo desde mi experiencia en las aulas universitarias—, me parece el mejor indicio de lo mucho que tienen que decir al mundo actual”.
El poeta falleció justo el año, 2008, en el que comenzaba la policrisis que aún nos azota, en un mundo que parece avanzar hacia varios abismos. Pero poco antes de su muerte, González ya aventuraba algunos males actuales, como se lee en esta cita que recuerda Rivera: “Se está consolidando la injusticia, se está agravando la diferencia entre pobres y ricos. El mundo se está volviendo completamente insolidario, la migración, por ejemplo, a la vez se utiliza que se controla, se manipula y al final se cierran las puertas”. Su viuda piensa que si hubiera podido presenciar la actualidad mantendría su postura crítica y humanizadora. “Pero no hubiera caído en el derrotismo absoluto y nos seguiría recordando que, incluso en medio de la adversidad, es posible preservar una esperanza, esa ‘araña negra del atardecer’, por mínima que sea, de un mundo mejor”, concluye.