Jaime Chávarri, en su regreso a los cines tras 18 años: “Entré en el cine como meritorio en una película de Marisol y ahí pensaba quedarme”
El cineasta estrena ‘La manzana de oro’, su visión de las tragedias ridículas que adapta una novela de Fernando Aramburu. La película llega casi dos décadas después de su anterior filme, ‘Camarón’
Jaime Chávarri (Madrid, 80 años) nunca se fue, pero ha vuelto. Él mismo entiende que tras esa afirmación, que surge de su boca, hay una contradicción. Al menos aparente. “Es que yo me encontraba feliz dando clase. Bueno, me encontraba y me encuentro. Tras Camarón [estrenada en 2005] pensé que ya no dirigiría más, y tampoco me dolió demasiado”, cuenta en su casa en el centro de Madrid. Tuvo un guion que le hubiera gu...
Jaime Chávarri (Madrid, 80 años) nunca se fue, pero ha vuelto. Él mismo entiende que tras esa afirmación, que surge de su boca, hay una contradicción. Al menos aparente. “Es que yo me encontraba feliz dando clase. Bueno, me encontraba y me encuentro. Tras Camarón [estrenada en 2005] pensé que ya no dirigiría más, y tampoco me dolió demasiado”, cuenta en su casa en el centro de Madrid. Tuvo un guion que le hubiera gustado dirigir hace casi una década, aunque no hubo suerte, sobre escritores. Hasta que hace dos años un productor le llamó para que liderara la adaptación al cine de Ávidas pretensiones, de Fernando Aramburu, y la rueda se puso otra vez en marcha. “Encima se centraba en poetas, justo mi interés”. A pesar de los innumerables palos que le han puesto en los radios de esa rueda, este viernes se estrena en salas La manzana de oro. Y así vuelve el cineasta a las salas comerciales después de 18 años.
Chávarri es una partícula extraña en el cine español. Por su procedencia: bisnieto del político conservador Antonio Maura por parte de su madre; hijo de Tomás Chávarri y Ligues, marqués de Alhama. El menor de varias hermanas vivió en una familia marcada por amistades como Dionisio Ridruejo o José Antonio, y probablemente ese poso le hizo el director perfecto para retratar en El desencanto (1976) el desmoronamiento de un clan franquista de peso: los Panero. “En mi familia, cuando dije, tras acabar Derecho, que quería ser director de cine, fueron mucho más listos que yo y se dieron cuenta de algo que entonces ni intuía. Supieron que no quería ser como ellos, y adivinarlo demuestra su enorme inteligencia. Vieron que lo mío no era un capricho, y así me inscribí en la Escuela de Cinematografía, de la que me había hablado mi amigo Iván Zulueta”; un lugar que marcó con un escándalo. Justo cuando rodaba una práctica semanal titulada El asesinato de Sharon Tate, el director de la Escuela entró con una visita y se encontró a la actriz Gloria Berrocal “en bragas y sostén apuñalando a un chico latinoamericano que era el más peludo y el menos afeminado de toda la escuela haciendo de Sharon Tate mientras cantaban Gallo rojo, gallo negro en mitad de un charco de sangre”. Se lio, la censura entró en la Escuela y hubo huelga estudiantil. “Nunca nos habían vigilado porque las películas que hacíamos en general las protagonizaba una solterona que como mucho miraba entre los visillos a un chico que había abajo. Hasta el 68 nos censurábamos como cerdos”, remata.
El cineasta maneja el arte de la conversación con un swing verbal hipnótico. Y de paso, usa la autoflagelación como elemento de análisis. “Casi siempre he adaptado novelas porque no me gusta escribir, no me sale. Leer sí, escribir no. ¿Un ejemplo? Los viajes escolares [1976] y El río de oro [1986] son mis únicas películas de autor, dicho entre comillas. En un programa de televisión me dijeron que estaban 10 años por delante de su fecha de estreno. Eso es lo peor que puede ocurrirte, porque nunca podrás arreglarlo, nunca serán actuales”.
Sin embargo, Chávarri ayudó a Zulueta —prestándole la finca familiar en La Mata (Segovia)— a rodar Arrebato (1980), otro salto al vacío fuera del tiempo y del lugar. “Ah, es que Arrebato está lograda. Las mías tienen interés, pero son fallidas. No me gusta escribir solo; si tengo una idea quiero que alguien me acompañe en el viaje. Entré en el cine como meritorio en una película de Marisol y ahí pensaba quedarme. No tenía ínfulas de autor, y me encantan los encargos, hacer películas muy distintas entre sí”.
Red de amistades
Otra enorme virtud del cineasta: su capacidad de crear una red de amistades intergeneracionales. A través de Chávarri se puede ir de Zulueta a El espíritu de la colmena, de la que fue director artístico, y de ahí a ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, de Almodóvar, donde aparece realizando un striptease en la película ante Carmen Maura y Verónica Forqué. Todo por amistad. Porque Chávarri también ha actuado para Fernán Gómez, Berlanga, Gutiérrez Aragón o el mencionado Almodóvar. Por Elías Querejeta fue director artístico de Erice y de Carlos Saura en Ana y los lobos. Puede que sea producto, como apuntaba Manuel Vicent en este diario, de que “consigue convertir la frivolidad en la forma de conquistar una refinada inteligencia”. El aludido responde: “A veces llaman ligereza y humor a lo mismo, cuando no es cierto, como con el humor negro, muy poco ligero, aunque reconozco que me encanta. Espero que lo de la ligereza esté en mi trato social, para que la vida sea agradable, y lo del humor y la ironía en el trabajo. Porque me jodería un poco que alguien pensara que la ligereza entra en mi forma de trabajar”.
Entre sus 16 largometrajes están desde Bearn, El desencanto, Las bicicletas son para el verano, Las cosas del querer, Besos para todos, Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando o Camarón hasta una película porno, Regalo de cumpleaños. “Tras Camarón me llegaron encargos, algunos interesantes, de gente que no sabía producir. El estilo de productores con los que yo trabajé ya no existe. En su momento tuve mucha suerte con Alfredo Matas y Elías Querejeta”, rememora. Por ahora no quiere ahondar en los problemas sufridos en el rodaje y posproducción de La manzana de oro: “Es parte de la mecánica del cine, y me ha ocurrido en este momento como podría haberme pasado hace décadas. Lo ideal es que desde el inicio estén las cartas bocarriba en la mesa. Hoy lo importante es que el resultado me gusta y que he trabajado con un equipo maravilloso, al que no puedo estar más agradecido. Desde el director de fotografía Kiko de la Rica hasta la montadora Teresa Font. A todos. Y a los actores. Ha sido un placer mezclar y disfrutar de tres generaciones de intérpretes. He vivido complicidades como pocas veces había sentido en mi carrera”.
La amistad es un elemento fundamental para que la vida sea... vivible. Porque en el amor se sufre demasiado”
La manzana de oro reúne en una gran casa a cuatro generaciones de poetas en pos de ganar el concurso que bautiza esta tragicomedia. “Lo calificaría de la instantánea de esos personajes que son, por ejemplo, funcionarios, y que durante tres días se convierten en poetas. Por eso su extravagancia: en esos congresos pueden soltarse la melena. Ya se conocen y saben cuál es el juego de la competencia, por un lado, y de las pretensiones de cada generación, por otro”, explica Chávarri. ¿Los poetas son como en la pantalla? “Pues en la novela salen aún peor parados. Esta mirada vale también para el mundo del cine, porque se refiere a cualquier persona que intenta hacer algo dirigido a emocionar a los demás. Y a egos que se pegan en un mundo muy cerrado, choques que a los de fuera no les importan. El tema son las tragedias ridículas, o sea, tragedias personales que al de al lado le tienen absolutamente sin cuidado”. Y la poesía, arte recurrente en su filmografía: “Me ha encantado ver que está hoy muy viva gracias a las nuevas generaciones e internet”.
Como en la mayor parte de su carrera, La manzana de oro ahonda en las familias que se van creando a lo largo de la vida. “La amistad es un elemento fundamental para que la vida sea... vivible. Porque en el amor se sufre demasiado. Puede que con la amistad también, aunque mucho menos, porque estás acercándote a alguien sin tener los dolores de estar enamorado. Oye, y generalmente dura más tiempo”. Por eso, para rodar acompañado, destinó tres papeles para Vicky Peña, Ginés García Millán y Paca Gabaldón. “El resto entró por pruebas o recomendaciones del director de reparto, y si he disfrutado con Sergi López, un actor al que siempre he admirado, en el viaje he descubierto a Marta Nieto. Qué actriz. En fin, es bonito encontrar nuevas complicidades en gente joven, que te respeta y te quiere”, recuerda.
Es bonito encontrar nuevas complicidades en gente joven, que te respeta y te quiere”
¿Y si La manzana de oro fuera su última película? “Lo dices por su faceta testamentaria, ¿no?”. En parte. “Soy un espectador maravilloso. Me encanta la enseñanza. Seguiré así, no hay problema”. Aunque, antes de acabar, alarga la respuesta: “En estas dos décadas puede que no haya dirigido un largo, pero he seguido filmando con los alumnos, relacionándome con gente joven de la profesión. En pantalla se habla, a través de esas cuatro generaciones, de cómo son las relaciones humanas y del concepto del pacto, del ceder algo ante el otro para crecer emocionalmente, que a mí me parece importantísimo”. Y sonríe, dándole un vuelo de ligereza gestual a su reflexión, dejando en el aire un gesto marca de la casa Chávarri.